Hans Eysenck y el escándalo de sus investigaciones junto a Ronald Grossarth-Maticek
En 2019 el King’s College London publicó una declaración señalando que 26 papers publicados por el famoso psicólogo conductista británico Hans Eysenck y el sociólogo Ronald Grossarth-Maticek en 11 revistas tienen contenido cuestionable. De acuerdo al King’s College London, los trabajos de Eysenck son “incompatibles con la ciencia clínica moderna” (King’s College London, 2019).
En 2020 revistas como la International Journal of Social Psychiatry, la Journal of the Royal Society of Medicine y otras emitieron 64 declaraciones de preocupación, y 14 retractaciones sobre artículos de Eysenck y Grossarth-Maticek publicados por ellos (Marks y Buchanan, 2020; O’Grady, 2020).
Las investigaciones cuestionadas de Eysenck y Grossarth-Maticek dicen haber descubierto que el cáncer y la cardiopatía coronaria son producto de factores psicosociales como la personalidad y el estrés. Tales factores serían 6 veces más predictivos que otros bien establecidos como el tabaquismo. Alguien con personalidad ‘proclive al cáncer’ tendría un riesgo de morir de cáncer 50 veces más alto que el resto de personas. Alguien con personalidad ‘proclive a la cardiopatía coronaria’ tendría un riesgo de morir de cardiopatía coronaria 30 veces mayor. En cambio, el tabaquismo sería un factor relativamente irrelevante (Grossarth-Maticek y Eysenck, 1989; Eysenck, 1991, 1994).
Además, Eysenck y Grossarth-Maticek publicaron estudios controlados en los que comparan a personas tratadas por Grossarth-Maticek mediante “terapia conductual de novación creativa” (Eysenck y Grossarth-Maticek, 1991) con personas no tratadas. En algunos casos se realizó solo una sesión de terapia presencial y el resto de biblioterapia, entregando al cliente folletos para llevarse a casa. Supuestamente, esta biblioterapia fue altamente efectiva en la prevención de la muerte por enfermedades médicas. Un crítico comenta:
“Hay múltiples aspectos de estas afirmaciones que son imposibles de creer. Por ejemplo, la afirmación de que la biblioterapia que consiste en lectura casera puede reducir la mortalidad relacionada con enfermedades humanas en un 50 por ciento es totalmente imposible de creer. Los datos están tan lejos del límite de una distribución normal de tamaños de efecto, que ciertamente nunca podrían haber sucedido sin error. H. J. Eysenck y R. Grossarth-Maticek legítimamente podrían ser canonizados como “San Hans” y “San Ronald” por hacer tales milagros si se pudieran probar sus afirmaciones, lo que nunca sucederá. Para su eterna vergüenza, los intentos de Hans Eysenck de desacreditar los vínculos causales bien establecidos entre el tabaquismo y el cáncer mientras recibía grandes sumas de la industria tabacalera son uno de los engaños más vergonzosos cometidos por cualquier científico del siglo XX.” (Marks, 2019, p. 3)
Ya en los años 1990s, Van Der Ploeg y Vetter (1993) analizaron las bases de datos de entrevistas a pacientes de Grossarth-Maticek y Eysenck. Encontraron que en 110 sujetos, el patrón de respuestas a las primeras 58 preguntas estaba 2 veces. Se encontraron exactamente las mismas respuestas en entrevistas a sujetos con nombres y direcciones distintas. En cambio, la información de mortalidad de estos sujetos era diferente (Pelosi, 2019).
En la presentación de los resultados de su ‘terapia conductual de novación creativa’, Eysenck y Grossarth-Maticek sostienen haber demostrado también que otras psicoterapias tienen efectos negativos en la supervivencia, “…mientras que la terapia conductual tiene una influencia muy positiva en la supervivencia.” (Eysenck y Grossarth-Maticek, 1991, p. 29).
Las ideas de Eysenck, que murió en 1997, siguen siendo influyentes en la actualidad (Gottfredson, 2016; Marks, 2019; Strelau, 2016), y sus libros siguen siendo reeditados. Por ejemplo, la edición de 2017 de la autobiografía de Eysenck “Rebel With A Cause” (Eysenck, 2017) incluye todas sus afirmaciones sobre el tabaquismo, cáncer y cardiopatía coronaria.
Hans Eysenck y el daño provocado por la terapia de aversión para la conversión de homosexuales en heterosexuales
Eysenck siempre fue controversial. Muchos psicólogos lo consideran como un gran científico que luchó contra las pseudo-ciencias, el eclecticismo y las falsas terapias (véase por ejemplo Ribes, 1972; Schmidt et al., 2008).
Una de las controversias que involucró a Eysenck fue su promoción de la ‘terapia de aversión’ en los 1970s. Eysenck elaboró un método de terapia conductual para comportamientos socialmente desaprobados, entre ellos la homosexualidad, que hasta 1973 era considerada una patología. Se hacía que varones homosexuales observaran imágenes de hombres desnudos o de actividad homosexual y se emparejaba tal estímulo con descargas eléctricas o drogas que inducían náuseas, buscando que el deseo homosexual se asociara con el malestar. Luego se mostraban imágenes de mujeres y desaparecían los estímulos aversivos, lo que asociaría la heterosexualidad con el alivio del dolor.
En 1972, el activista gay Peter Tatchell irrumpió en un simposio del London Medical Group en el que Eysenck estaba explicando este método. Tatchell protestó porque lo consideraba un método de tortura, y reportó casos de personas homosexuales que se habían vuelto depresivos crónicos como consecuencia de la “terapia” aversiva de conversión (Buchanan, 2010; Rolls, 2015). Como señala Geoff Rolls:
“Uno pudiera pensar que habiendo detenido el deseo sexual hacia miembros del mismo sexo, el paciente quedaría sin ningún deseo sexual en absoluto. Muchos críticos de la terapia de aversión argumentan que esto es exactamente lo que sucede. Sin embargo, Eysenck afirmaba que en la mayoría de los casos había un aumento en el interés en miembros del sexo opuesto concomitante con la disminución del interés en miembros del mismo sexo. Es decir, que no era probable que un homosexual tratado de esta manera permaneciera asexual, sino que la mayoría de las veces se adaptaría a un estilo de vida heterosexual. Se ha informado que Eysenck sí aceptó que en una minoría de casos algunos homosexuales se volvían sexualmente disfuncionales como resultado de la terapia de aversión (The Guardian, 1997).
Aunque Eysenck y otros defensores de la terapia de aversión afirmaban tasas de “curación” de hasta el 50 por ciento, estas afirmaciones nunca fueron respaldadas satisfactoriamente. Incluso hay reportes de que los pacientes que quedaban asexuales debido a la terapia eran contados entre los tratamientos exitosos. Muchos psiquiatras abandonaron el uso de la terapia de aversión no por alguna preocupación ética por sus pacientes o porque pensaran que tal tratamiento era inhumano, sino porque pensaban que simplemente no funcionaba. Se ha documentado que algunos hombres homosexuales que se sometieron a terapia de aversión han sufrido graves efectos psicológicos a largo plazo, como depresión, desesperación e intento de suicidio.” (Rolls, 2015, p. 204)
Aunque la homosexualidad dejó de figurar como patología en el DSM en 1973, en 1982 todavía Eysenck publicaba sobre la “extinción y neutralización de tendencias homosexuales” (Eysenck, 1982, p. 260).
Actualmente se sabe que este tipo de terapia aversiva de conversión causa problemas graves como depresión y trastorno de estrés postraumático. Muchas personas homosexuales se han suicidado como consecuencia. Otros han necesitado ir a una psicoterapia para poder resolver en alguna medida los trastornos y el daño causados por tales tratamientos (Cherry, 2020; Haldeman, 2002; Harris, 1988; Horner, 2003; International Rehabilitation Council for Torture Victims, 2020).
En 2017 la presidenta del UK Royal College of Psychiatrists, Wendy Burn, pidió disculpas públicas a la comunidad gay por el trato al que fueron sometidos durante los 1970s en las terapias de conversión, señalando que no hay palabras que puedan reparar el daño que se hizo a estas personas usando “procedimientos no basados en la evidencia” (Mustarde, 2017; Pickrell, 2018). Sin embargo, actualmente, la terapia aversiva de conversión para personas LGBTQ sigue practicándose en el mundo. Si bien en los países occidentales ya no es aceptada acríticamente, hasta hoy, en el año 2021, solo 4 países del mundo la han prohibido: Brasil, Ecuador, Alemania y Malta (Wareham, 2021).
Hans Eysenck y la rigurosidad o el sesgo en la investigación sobre las distintas terapias
Lo anterior nos lleva a la necesidad de cuestionar la rigurosidad y honestidad de Eysenck en su conocida carrera como estudioso de la efectividad de distintas terapias. En los años 50s la terapia conductista no existía y Eysenck fue uno de los primeros en desarrollarla. Él señalaba que la terapia conductual, a la que él no incluía en la psicoterapia, era científica por estar basada en la teoría conductista y, por tanto, era efectiva, a diferencia de “la psicoterapia” (Eysenck, 1987a; Wampold, 2019).
Desde los años 1950s Eysenck sostuvo en varias publicaciones que la psicoterapia no es efectiva y que incluso es dañina (Eysenck, 1952, 1961, 1966, 1987a). Comparó los resultados de la psicoterapia con la tasa de remisión espontánea de neuróticos, y sostuvo que “Parece haber una correlación inversa entre recuperación y psicoterapia; cuanta más psicoterapia, menor es la tasa de recuperación.” (Eysenck, 1952, p. 322).
En contraste con los hallazgos de Eysenck, muchos otros investigadores han encontrado que la psicoterapia (no conductista) de hecho sí es efectiva (Bergin, 1971; Luborsky et al., 1975; Meltzoff y Kornreich, 1970).
En medio de esta controversia en los 1970s se desarrolló el metaanálisis como medio para sintetizar muchas investigaciones. En su metaanálisis, Smith y Glass (1977) encontraron que los resultados de los clientes que recibieron psicoterapia eran superiores a aquellos que no la recibieron en .8 unidades de desviación estándar, lo cual es un efecto bastante grande. Además, encontraron que la terapia conductual no era superior a otras psicoterapias (Wampold, 2019).
Estos resultados posteriormente fueron replicados por otros investigadores, con hallazgos notablemente consistentes con los de Smith y Glass (Andrews y Harvey, 1981; Barth et al., 2013; Dawes, 1994; Wampold & Imel, 2015).
Hans Eysenck y su lucha por una psicología “científica”, objetiva y conductista – reduccionista
Eysenck fue un ferviente defensor de la necesidad de una psicología “científica”, lo que para él era equivalente a conductismo. Su postura era que la terapia psicológica debía estar íntimamente vinculada a la teoría experimental conductista. Cuando durante la década de los 1980s adquirieron influencia los enfoques cognitivo-conductuales e integrativos, Eysenck se opuso a tales innovaciones:
“Pocos terapeutas conductuales están interesados en los fundamentos teóricos de lo que están haciendo… ha surgido toda una escuela de terapia cognitivo-conductual que se opone a la importancia de los principios del aprendizaje, criticando los principios de la teoría del aprendizaje como si no hubiera habido cambios en los últimos cincuenta años.” (Eysenck, 1997, p. 159)
A su vez, respondió a las críticas de los terapeutas cognitivos al reduccionismo conductista:
“Existe una creencia generalizada de que los terapeutas conductuales “asumen que lo que sucede subjetivamente dentro del paciente es irrelevante y que lo único que importa es cómo se comporta”… Los terapeutas cognitivos conductuales, como Beck (1976), Ellis (1974) y Mahoney (1977), declaran que la terapia conductual es simple y mecanicista, y que la terapia conductual estándar pasa por alto los pensamientos y sentimientos… Estas nociones son erróneas y carecen de sustancia.” (Eysenck, 1987b, p. viii)
Y en otra parte del mismo libro recién citado:
“El principal reclamo de la terapia conductual de un estatus científico más alto que la psicoterapia siempre ha sido su voluntad de intentar probar sus afirmaciones mediante experimentos clínicos reales y de emplear comparaciones empíricas entre diferentes tipos de tratamiento para establecer la superioridad de uno sobre los demás. Los psicólogos cognitivos han vuelto a las prácticas más antiguas de los psicoanalistas y psicoterapeutas, todos haciendo afirmaciones sin proporcionar pruebas de que estas afirmaciones estén realmente justificadas” (Eysenck, 1987a, p. 15)
Lo revisado aquí pone de manifiesto que el hecho de que un psicólogo diga que su enfoque es científico y otros no, no implica nada a favor de quien hace tales aseveraciones.
Carl Rogers y su debate con B. F. Skinner. Reflexiones sobre la “objetividad” de Hans Eysenck
En su libro “El Proceso De Convertirse En Persona” Carl Rogers (2000) relata un debate que tuvo con B. F. Skinner, quien se manifestaba a favor de que los psicólogos controlen la conducta, y lamentaba que algunos se rehusaran a hacerlo, cediendo entonces la sociedad el control de la conducta “a quienes lo utilizan con fines egoístas”. Rogers señala que la ciencia conductual ha avanzado mucho, pero que esto plantea también problemas éticos, y que el ejercicio de ciencia básica o aplicada siempre es realizado con ciertos propósitos, valores elegidos subjetivamente que no forman parte del marco teórico científico mismo. Rogers sostiene que es importante hacer explícitos estos valores. Además, destaca la importancia de que un psicoterapeuta tenga empatía y permita al paciente ser él mismo, ser auténtico, que intente empatizar con la subjetividad del paciente y no lo vea como a un objeto. “Esto es precisamente lo contrario de la tendencia a ver al cliente o a mí mismo como objeto: es el punto máximo de la subjetividad personal” (Rogers, 2000, p. 182)
Este artículo busca promover la reflexión. Un psicólogo, sea cual sea la teoría que utilice, puede emplear tal teoría de manera correcta o incorrecta. El hecho de que Eysenck se basara en una teoría científica, la reflexología de Ivan Pavlov, no implica que actuara de modo éticamente correcto, ni que sus estudios de resultados fueran honestos. Quien sostiene ser dueño del conocimiento objetivo puede tener muchos puntos ciegos, y puede incurrir en prácticas dañinas, sabiéndolo o no.
La “nueva ola” conductista: las “terapias de tercera generación”.
Actualmente ha resurgido una “nueva ola” de terapias conductistas —enfoques que, aunque han copiado varias ideas de las terapias budistas y humanistas-experienciales, se autodefinen como conductuales skinnerianos, y buscan distinguirse de las terapias cognitivas-conductuales más clásicas— liderada por el psicólogo Steven Hayes, quien acuñó la denominación “terapias de tercera generación” para estas tendencias recientes (Hayes, 2004). Como lo hiciera Eysenck en el pasado, actualmente Hayes y los practicantes de la terapia neo-skinneriana “ACT” (que en realidad tiene importantes semejanzas con terapias no conductistas que existían desde mucho antes, entre ellas la terapia gestalt, véase Dougher, 2002; Hayes et al., 1999; Hofmann, 2008; Muñoz, 2017) dicen ser portadores de la mejor terapia de todas, la más efectiva, y afirman que esto está “empíricamente demostrado” (véase por ejemplo Aparicio, 2021).
Coyne (2012) explica casos de manipulación de datos en los estudios sobre la efectividad de la terapia ACT en específico, y se pregunta si el etiquetado de una terapia como “basada en evidencia” es mejor que un eslogan como “Pepsi es la indicada”.
El precedente de lo sucedido con Eysenck debería servir como aviso, como un llamado a la precaución ante las afirmaciones grandiosas de los neo-conductistas como Hayes y los partidarios de la ACT. Además, tal precedente pone de manifiesto la necesidad de prudencia ante quienes se autodefinen como psicólogos científicos y asumen de manera inmediata que son inmunes a la crítica —algo que después de la enorme influencia de la “revolución cognitiva” liderada por figuras como Noam Chomsky, Jerome Bruner y muchos otros, los conductistas no deberían asumir—, que ellos no se auto-engañan (que no tienen una perspectiva parcial sesgada ni puntos ciegos… algo muy fácil de creer para los anti-mentalistas) ni engañan a otros, mientras lanzan entusiastas críticas contra otras terapias acusándolas de ser falsedades y “pseudo-ciencias” o de que “en realidad funcionan por los componentes conductuales”, lo que implicaría que la teoría y terapia conductista es necesaria y suficiente, y el resto de psicoterapias no son ninguna de ambas cosas (p. e. García Morilla, 2017, Levin y Hayes, 2011).
Actitudes como la del artículo “La mala ciencia de la terapia gestalt” (García Morilla, 2018), por ejemplo, se parecen demasiado a las actitudes de Eysenck, y no garantizan en absoluto que quien sostiene tal postura esté llevando a cabo prácticas terapéuticas mejores que aquellos a quienes critica. Ni siquiera garantizan, en realidad, que quien lanza tales diatribas cientificistas no esté haciendo daño a sus pacientes, mientras cree estar ayudándoles.
Referencias
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