Uno de los mayores males que tiene esta sociedad y los tiempos en los que estamos viviendo es la ansiedad. Es muy común ver a personas que están padeciendo las consecuencias de la inmediatez, la desesperanza, la incertidumbre y la volatilidad de nuestro contexto. Ante esto, uno de los posibles acercamientos y soluciones para poder liberar, repensar y sanar mucho de lo que la ansiedad nos genera es la escritura terapéutica.

Kohan (2013), en su libro La escritura terapéutica, describe al arte de escribir como lo siguiente: “Escribimos para quitarnos imágenes dolorosas. Para asentar un hecho extraordinario. Para plantear un problema. Para aceptar la ruptura de lo perfecto o de lo que uno cree perfecto. Para atravesar un túnel. Para trascender”. Escribir se nos presenta como una forma de acompañar con palabras lo que estamos viviendo. El autor nos sigue ampliando el concepto diciéndonos que a medida que se escribe, los pensamientos se van entrelazando con la emoción y algo empieza a cambiar en nuestra vida personal. Es un mapa de emociones, de caminos a desandar y a descubrir.

Cuando estamos en una situación de gran ansiedad vivimos una combinación de distintas manifestaciones físicas y mentales que no son atribuibles a peligros reales, sino que se manifiestan ya sea en forma de crisis o bien como un estado persistente y difuso, pudiendo llegar al pánico. Si bien la ansiedad se destaca por su cercanía al miedo, se diferencia de éste en que, mientras el miedo es una perturbación cuya presencia se manifiesta ante estímulos presentes, la ansiedad se relaciona con la anticipación de peligros futuros, indefinibles e imprevisibles (Marks, 1986). De esta manera, al ser la ansiedad una anticipación de lo próximo, volcar lo que sentimos para trabajarlo de esta manera hará que tengamos que volver indefectiblemente al presente y nos dará la oportunidad de ponerle nombre a todo aquello que padecemos y cuestionar la temporalidad, la veracidad y la importancia de dichos pensamientos angustiosos.

En este sentido, Escudero (1984) explica que la escritura nos permite reconsiderar y repensar lo que intentamos decir, contribuyendo de ese modo a la organización y claridad de pensamiento. La escritura contribuye a un proceso de descubrimiento, de exploración y de creación de ideas nuevas. Es un instrumento para construir la realidad y actuar frente al mundo.

La escritura terapéutica, como cualquier otra herramienta, va a depender de la predisposición de quien quiera hacerlo. Pero, aun así, hay algunos mitos que son necesarios romper. Natalie Goldberg (1990) nos ofrece 7 reglas a la hora de adentrarnos en la escritura terapéutica:

  1. Mantén la mano en movimiento, si te detienes invitas a la censura.
  2. Pierde el control, no importa si lo que escribes es correcto o no.
  3. Sé concreto, describe el detalle.
  4. Sigue el primer impulso, no lo pienses.
  5. Olvídate durante el ejercicio de la puntuación y la gramática.
  6. No te preocupes si escribes la peor basura del planeta.
  7. Ve a la yugular. Escribe, escribe aun cuando el tema sea difícil.

Escribir lo que nos pasa, lo que estamos atravesando, lo que queremos mejorar o cualquier otro enfoque que se utilice en los ejercicios a desarrollar, tiene que ser fluido, sincero y sin presiones. No podemos juzgarnos por lo que escribimos porque son parte de nosotros. Podemos trabajar con aquello que vamos sintiendo y expresando en palabras, ya que al nombrar a quien necesitamos enfrentarnos hará la batalla más pareja. La escritura terapéutica es una vía más de expresión de todo aquello que esta silenciado y o que está mal nombrado. De esta manera, podremos reescribir nuestra ansiedad, nuestros miedos, nuestras inseguridades o todo aquello que nos perturba, para posicionarnos en un lugar sano y desde allí empezar a escribir nuevamente nuestra vida.

Por ultimo quiero dejar una cita de Julia Cameron (2011) que en su libro El camino del artista nos invita a reflexionar sobre lo que significa para nosotros el arte de escribir y como nos hemos ido desviando del potencial que tiene la expresión misma de las palabras en nuestra vida:

No se nos prohíbe escribir, pero se nos desanima a hacerlo. Las escuelas nos inculcan continuamente el modo de expresar nuestras ideas, y sus técnicas incluyen aspectos como ortografía correcta, temas de redacción y formas de evitar los rodeos, de manera que la lógica se convierte en la autoridad máxima y las emociones se mantienen a raya. Escribir,   tal cual se nos enseña, se transforma en una actividad deshumanizada. Nos pasamos la vida corrigiendo el estilo, omitiendo los detalles que no resultan pertinentes. Se nos instruye en la duda personal y la autocrítica, en lugar de instruirnos en la propia expresión. Por consiguiente, la mayoría de nosotros intentamos escribir con excesivo cuidado. Intentamos hacerlo «bien», que suene inteligente. Y nos quedamos en el intento. Escribir se nos da mejor cuando no lo trabajamos tanto, cuando simplemente nos damos permiso para pasearnos por la página. Para mí, escribir debe ser como un buen pijama: cómodo. En nuestra cultura vestimos generalmente a la escritura con un traje militar. Queremos que nuestras frases machen en pequeñas y ordenadas filas, como niños obedientes en un internado.

Bibliografía:

  • Kohan, S. A. (2013). La escritura terapéutica. Alba Editorial.
  • Goldberg, N. (1990). Wild mind: Living the writer’s life. Bantam.
  • Marks, I. (1986). Tratamiento de neurosis. Barcelona: Martínez Roca.
  • Escudero, G. G. (1984). La Psicología en la escritura: una visión general. Estudios de Psicología, 5(19-20), 75-86.
  • Cameron, J. (2011). El camino del artista (The Artist’s Way): Un curso de descubrimiento y rescate de tu propia creatividad. Aguilar.