No sabe por qué, pero Luis se ha levantado malhumorado. No ha dormido apenas, está cansado y aunque sólo han pasado un par de horas, parece que hoy todo le sale mal. La suerte no está de su parte.

Tal cual sale de casa, se pone a llover. Se da cuenta de que se le ha olvidado el paraguas en el armario.

“Genial, ¡soy idiota!” – piensa para sus adentros

Al llegar a la parada del autobús, un coche que pasa a toda velocidad pisa un charco y le salpica los pies.

-“¡Buen día he elegido para estrenar zapatos…!”

Sube empapado al bus, le toca ir de pie porque no queda ni un hueco libre. Llega tardísimo al trabajo por el atasco que ha formado la lluvia.

-“Esto es indignante, ¿es que todo me tiene que pasar a mi o qué?”

Al subir las escaleras le resbalan los zapatos mojados y está a punto de caerse al suelo. Por suerte no le llega a pasar nada, pero su mal humor va in crescendo por momentos. Puede que eso haya sido la causa de la discusión que ha tenido con su compañero de trabajo a la hora de comer. Normalmente no se pone así, pero hoy su paciencia está al límite y salta por cualquier cosa.

El resto del día ha ido bien, dentro de la normalidad. Pero Luis ha sido incapaz de soltar su enfado. No para de pensar en la mala suerte que tiene siempre. La negatividad le ha acompañado todo el día, a pesar de que todas las incomodidades sucedieron en cuestión de un par de horas.

Si alguna vez te pasa como a él, quizás te vengan bien estas pautas para reconducir tu día y no arrastrar emociones indeseadas:

1.- Detecta y comprende tus emociones:

Regálate un momento para conectar con tu interior y desenmarañar tu revoltijo emocional. Pregúntate: “¿Cómo me siento? ¿Por qué?”

En el caso de Luis, quizás esté incómodo (por ir mojado y cansado), frustrado (porque cree que todo ha salido mal), impaciente (por volver a tener buenos resultados), con miedo (por creer que está en una mala racha y que todo lo que vendrá a continuación será peligroso o dañino para él), enfadado (por no tener control sobre la situación ni sus emociones), culpable y molesto consigo mismo (por no controlar sus reacciones y haberlas proyectado en su compañero), etc.

Así vemos que tras el “mal humor” hay mucho más de lo evidente. Su ceño fruncido guarda una información muy valiosa.

2.- Busca el verdadero origen:

Nuestros pensamientos median las emociones que sentimos. Todo depende del filtro con el que percibamos la realidad, cómo la evaluemos. Porque lo importante no es lo que sucede ahí fuera, sino lo que nosotros hacemos con ello.

Identificar qué está provocando realmente tu malestar, te dará la clave para poder cambiarlo. A menudo hay que profundizar en nuestro sistema de creencias, y no es fácil hacerlo si no se cuenta con ayuda profesional, o si no se ha hecho un trabajo previo de autoconocimiento y desarrollo personal.

En nuestro ejemplo, Luis cometió varios sesgos cognitivos –errores de pensamiento- que le llevaron a sentir ansiedad y tristeza durante todo el día.

Por ejemplo, magnificó lo negativo y obvió lo positivo; exageró lo que pasaba; anticipó lo peor (que al final no sucedió); personalizó; se etiquetó injustamente como “idiota”,…

Quizás su día habría sido diferente si hubiera cambiado su diálogo interno y se dijera que lo que le estaba ocurriendo era incómodo, pero no “horrible ni insoportable”. Que era algo que entraba dentro de la normalidad y que le podía suceder a cualquiera (no estaba lloviendo únicamente sobre su cabeza).

Probablemente no se enfadaría tanto si valorara que, dentro de lo malo, tiene una cama calentita y un techo seguro (que le protege cada noche para poder descansar a salvo); un trabajo fijo al que ir cada día (que le permite pagar sus facturas a final de mes, comprarse zapatos nuevos y otro paraguas si quisiera); que dispone de un sistema de transportes público (gracias al cual no se tiene que preocupar de conducir ni de mantener un coche); que tiene un compañero de trabajo que le aprecia (y es comprensivo, sabe que Luis es humano y tiene días malos como cualquiera), etcétera.

A veces esta negatividad se instaura en nuestra forma habitual de percibir la vida. Nos acompaña cada momento, haciendo que arrastremos los problemas, manchando otras áreas de nuestra vida. Por eso es tan importante salir cuanto antes del círculo vicioso de la negatividad, de las quejas y las excusas.

Abrir nuestro foco de atención, percibir lo bueno que también está ahí y sentirnos agradecidos por ello, hace que instantáneamente nos sintamos mejor.

Si te cuesta este paso, toma papel y lápiz. Anota todas las cosas positivas que te han sucedido en el día. El hecho de que siempre estén ahí no significa que haya que obviarlas, ni que no sean un regalo de la vida. Pregúntate “¿cómo sería mi vida si no tuviera nada de esto?”

El delicioso café que se tomó Luis esta mañana, la sonrisa de la conductora de autobús, la sensación de alegría al ponerse los zapatos nuevos, la suerte de tener ropa con la que vestirse a su gusto, su cuerpo que sintió frío porque está vivo y reacciona… Todas estas cosas las tiene Luis, están a su alcance. Existen igual que el resto de situaciones desagradables que ha vivido. Pero si no les da la importancia y valor que tienen… no las disfrutará ni apreciará como se merecen, es como si no existieran.

3.- Responsabilízate de lo que puedes cambiar y suelta lo que no:

Centrarnos en darle vueltas al problema o en buscar culpables no sirve de nada. Sólo nos llena de ira y frustración, hace que nos apeguemos a estas emociones y que las carguemos todo el día.

Sin embargo, hacernos responsables de lo que está en nuestra mano mejorar, nos da el poder de la consciencia y de la elección.

Inconscientemente Luis se ha culpabilizado de que hoy llueva y de haber estrenado los zapatos. Como si una cosa fuera consecuencia de la otra. Quizás su enfado real venga por no haberse informado bien del tiempo que pronosticaban para esta semana.

Porque no puede evitar que llueva, pero puede anticiparse y amoldarse a las circunstancias.

Quizás realmente no estaba enfadado con el conductor que le ha salpicado, sino con él mismo, por haberse puesto delante del charco sin fijarse. Por no haberse protegido y cuidado mejor. Por no haberse agarrado a la barandilla al subir las escaleras, o no haberse secado los zapatos en el felpudo. Por no hablarse con más amor y respeto. Por insultarse en cuanto se frustra porque las cosas no salen como él quiere.

4.- Aprende de tus errores y háblate bien:

Perdónate por haber cometido fallos, por no haberte fijado bien, por haber estado despistado, por no ser impecable (como el resto de mortales).

Suelta tu necesidad de controlarlo todo, de ser perfecto.

Aprende para la próxima vez, para no volver a tropezar con la misma piedra. Y si te pasa como a Luis, empieza a hablarte bien desde ya mismo, con respeto y cariño. ¡Seguro que si a tu mejor amigo se le hubiera olvidado el paraguas en casa, no le insultarías! Perdónate por haberlo hecho contigo, y cuida cómo te tratas a partir de ahora.

5.- No lo pagues con los demás:

Es muy tentador buscar un chivo expiatorio al que colgar nuestro malestar (y la causa de éste). Alguien contra quien descargarnos, o a quien culpar.

Pero esta trampa del ego hace que se perpetúe el bucle. Si nunca nos responsabilizamos de nuestras acciones, no podremos cambiar ni solucionar nuestros problemas.

Por no hablar de la culpabilidad que genera el ver que hemos sido injustos con los demás. Nos desempodera y hace que cada vez temamos más nuestra propia agresividad. Perdemos confianza personal al vernos con pocos recursos emocionales, con mala gestión de nuestras reacciones o escaso autocontrol.

Los demás nos pueden llegar a percibir como alguien inmaduro, imprevisible y poco confiable. Con lo que sufren nuestras relaciones, y nuestra autoestima.

Por eso debemos responsabilizarnos del cambio interno, trabajando nuestro desarrollo personal y empezando a pedir perdón humildemente a las personas que nos han soportado todas esas veces que no nos aguantábamos ni nosotros.

6.- Mañana tendrás otra oportunidad:

Por suerte la vida siempre nos regala otra ocasión para poner en práctica nuestros aprendizajes y empezar a hacer las cosas bien. ¡No lo desaproveches!

Si tienes un cerebro, tienes la posibilidad de cambiar y mejorar.

Sé que el ejemplo que he puesto para ilustrar este artículo es muy sencillo y cotidiano. Quizás tú estás atravesando una mala racha en la que se te han ido acumulando problemas o preocupaciones graves, pero  como dice el refrán “no hay mal que cien años dure”. Si eliges vivir cada día desde una actitud más constructiva, te aseguro que podrás transitar este periodo con mayor calma y objetividad.

Recuerda que todo pasa. ¡Mucho ánimo!