Como de costumbre, dispongo el espacio para recibir a mi paciente, sólo que esta vez, en vez de atender al timbre, aprieto el botón de llamada entrante. Tras algunos rodeos iniciales, los saludos, el ajuste del audio y la imagen, etc, el paciente toma la iniciativa y me cuenta las cosas que lo han aproblemado esta última semana; ciertamente, hay una continuidad con lo que veníamos desarrollando desde la sesión pasada, que fue la última vez que nos vimos presencialmente. Porque, resta decir, en medio de la crisis sanitaria que vive nuestro país, hemos decidido continuar la terapia por un período indefinido, a través de video llamadas. A propósito de esto, otro paciente me dice que está muy ansioso, hay mucha incertidumbre, varios de sus proyectos con sus clientes han quedado detenidos, también, que tiene miedo de enfermarse; yo pienso –y le digo- que nadie está eximido de esa incertidumbre que él describe. Quiero decir que vivimos una realidad compartida –podemos remitirnos al concepto de “mundos superpuestos”, de Janine Puget y Leonardo Wender[1]-, es una situación de catástrofe social a la cual yo, como terapeuta tampoco estoy ajeno. Ya lo vimos recientemente, y lo seguimos viviendo, con la revuelta social que comenzó en octubre pasado. Me parece que este hecho marca un desafío fundamental para cualquier terapeuta: reconocer que en algún nivel también nosotros somos afectados, por lo que nos toca vivir, entonces, la pregunta que se abre es cómo, bajo esas condiciones –y si es posible- puede el terapeuta continuar sosteniendo su lugar, es decir, su oficio de psicoterapeuta.  

En fin, son mis primeras experiencias con video llamadas, y esto –que para mí hasta hace muy poco, era una realidad más bien lejana, o que miraba de reojo-, se está volviendo una cosa habitual. A partir de allí, de esta nueva realidad, me surgen muchas preguntas, acerca de los alcances de estas nuevas tecnologías para la psicoterapia. Porque tal vez puede resultar mucho más natural lo que se ha denominado “teletrabajo”, donde podemos conectarnos y hablar con un cliente para concretar un negocio, etc. Si bien, incluso en estos casos hay un componente humano, de contacto real con un otro, que se ve afectado, pienso que en el caso de la psicoterapia esto puede cobrar mayor relevancia, y por supuesto es una temática que, en la medida que aparezca, habrá que abordar con nuestros pacientes, aunque sea de una manera “remota” o “virtual”. Hace poco, hablando con un amigo, que no tiene nada que ver con el mundo “psi” (esto hizo mucho más interesante para mí su comentario), me contaba que cuando el año pasado iba a su terapia, para él era muy importante el trayecto que realizaba hacia y desde la consulta de su terapeuta. Porque en ese trayecto, ese viaje, él se disponía “psíquicamente” para ir a otro espacio, un espacio otro, real y simbólico a la vez, donde iría a encontrarse con alguien con el cual tendría una charla completamente atípica a su cotidiano. De este modo, la sesión marcaba un momento de ruptura, y era necesario “disponerse”. Él subrayaba la importancia de ese “trayecto” de vuelta, donde él podía tener el espacio suficiente para poder pensar en las cosas que habían hablado en la sesión. De retorno a su casa, él traía de vuelta hacia sí mismo, la novedad de ese encuentro, del diálogo con su terapeuta, que prometía subvertir su manera de pensar, de sentir, y de posicionarse respecto de sí mismo. Entonces, la sesión, se desarrolla en un tiempo y lugar muy singulares, que le otorgan una suerte de ritmicidad propia. 

Una paciente, mujer de unos 60 años, a la cual le ofrecía la posibilidad de continuar la terapia por video llamadas, me dice que prefiere que por ahora no, ella imagina que no se sentiría cómoda, lo considera un medio demasiado “impersonal”. Esto me hizo pensar en la importancia de lo que significa un “encuentro humano” en la terapia. Pienso que ella se estaba refiriendo a un encuentro real, donde el cuerpo, en su materialidad, está presente. Si bien es innegable que también en una video llamada somos dos humanos los que ahí nos estamos comunicando, me parece que ella alude a otro hecho: que en una terapia, hay una dimensión del cuerpo, de la presencia real, que es insustituible. Quizás hay algo de lo sensorial, de lo sonoro, en los silencios, incluso de lo visual, que le da la cualidad de “humano” a ese encuentro. Pienso que nuestras primeras experiencias que podemos llamar propiamente humanas están enraizadas en el cuerpo, en los intercambios con quien asumirá una función materna, experiencias que van a dejar las huellas de la presencia del otro en nosotros. No trabajamos sólo con palabras, sino que hay historias… pero historias que rememoradas en una sesión se convierten en vivencias, afectos, etc. y quizás en esos momentos necesitamos de la presencia real, de la cercanía de otro.

Sin embargo, conocemos, del propio psicoanálisis y sus orígenes, experiencias “no convencionales”, más allá del encuentro presencial y del uso del diván. Es sabido que la amplia correspondencia que mantuvieron Freud y Ferenczi, que se prolongó hasta la muerte de este último, es un testimonio del análisis de éste por Freud y, sobre todo, un documento histórico que refleja la relación transferencial-contratransferencial entre ambos. Pero cuando estalla la primera guerra mundial, y Ferenczi es llamado como médico del frente, deben interrumpir el análisis, conformándose con un intercambio epistolar, que a veces cobrea la tonalidad de un verdadero diálogo analítico; en uno de estos diálogos, Ferenczi escribe a Freud “Creo que tendré que continuar nuestra correspondencia, al menos en parte, en forma de análisis; de lo contrario, la súbita interrupción de nuestra relación médico-paciente (se dará cuenta de que escribo a modo de asociación libre) será demasiado dolorosa para mí…”[2]. La carta sigue con una serie de confesiones de Ferenczi acerca de sus estados y conflictivas anímicas, a lo que Freud, en un pasaje de su respuesta, le señala, a modo de interpretación, “Su carta me muestra lo viva que conserva su conciencia de culpa infantil…”[3]: Aquí, Freud analista… pero días después, también puede confesarle a Ferenczi algo de sus propios sentimientos de desazón por la guerra, “La última vez le dije que cada día se desmoronaba algo. Ayer recibí la noticia de la muerte de mi hermano mayor”[4]

Por mi parte, me ha sorprendido consignar que en una sesión “a distancia” también se pueden producir efectos terapéuticos. Hace poco, una paciente sonreía en la pantalla de mi teléfono celular, mientras conversábamos por video llamada, cuando se le hizo evidente que lo que le ocurría en lo actual tenía que ver con una escena “infantil”, con el modo en cómo ella se posiciona frente al otro. Quizás acá, ambos, paciente y terapeuta, logramos construir un lugar virtual donde fue posible resguardar una cierta escucha terapéutica, lo que posiciona a esta sesión en continuidad con nuestras sesiones presenciales anteriores. Las sesiones virtuales, en todo caso, formarían parte, en el decir de Puget y Wender[5], de un “marco analítico de urgencia” frente a situaciones límites. Este marco debiera poder asegurar, mínimamente, el despliegue de la subjetividad del paciente y la seguridad de la supervivencia del espacio, es decir, lo que hemos llamado, un tiempo y un lugar, con su propia ritmicidad. En gran medida cumpliría una función de sostén, frente a la amenaza real de continuidad del vínculo, y por lo tanto, en estas condiciones, este marco de urgencia debiera poder contener la sensaciones de incertidumbre, los sentimientos de fragilidad y desamparo, que a veces pueden hacer eco con experiencias biográficas anteriores de ruptura… a veces rupturas muy precoces en la vida de alguien. Y quizás, hasta ahora, en estos momentos de crisis social, dichas experiencias, para muchos de nosotros, nunca habían podido ser evocadas, nombradas. Hemos dicho que lo singular de esta clínica en situaciones límites, es que el terapeuta también resulta afectado, porque incluso puede estar amenazada su propia vida; pensemos, por ejemplo, situaciones de guerra, de violencia política, o de enfermedad grave (o, como ahora, pandemias). Situaciones que apelan a la propia capacidad del terapeuta de pensar y representar. Entonces, en el decir de Marie-Lise Roux, tal vez se trate de “en condiciones de urgencia, encontrar los modos de pensar que permitan una elaboración psíquica”[6]. Para mí, esto significa que, en un trabajo sostenido con un otro, es decir, en y bajo transferencia, desde lo actual y desde la catástrofe, va a ser posible reencontrarse con una historia que ha quedado inscrita como traumática; quizás traumática justamente por el hecho de nunca haber podido ser pensada con alguien.   


[1] Puget, J. & Wender, L. « Aux limites de l´analysabilité. Tyrannie corporelle et sociale ». En Le poids de la réalité dans la cure. Revue Francaise de psychanalyse, 3/1987.

[2] Freud, S. & Ferenczi, S. Correspondencia completa (1914-16). Vol. II.1. España: Editorial Síntesis, p.63.

[3] Ídem, p.65

[4] Ídem, p.70.

[5] Puget, J. & Wender, ídem., p.877.  

[6] Roux, M.-L. Introduction. En Le poids de la réalité dans la cure. Revue Francaise de psychanalyse, 3/1987, p.852.