El lenguaje ha sido el instrumento imprescindible para el desarrollo del ser humano. Nos ha permitido comunicarnos entre nosotros, facilitando la transmisión y el almacenamiento del conocimiento. Entendemos el mundo a través del lenguaje, a través de ideas (representaciones mentales) que asociamos a las palabras, otorgándoles un significado.
Podemos considerar las ideas como un conjunto de información relacionada. Las ideas pueden incluir información sensitiva (imágenes, sonidos, etc.) e información abstracta. Además, las ideas incluyen valoraciones de la información que contienen. La valoración de la información puede ser negativa o positiva (agradable o desagradable, sana o perjudicial, tolerable o intolerable, etc.).
Cuando otorgamos un significado a una palabra, no solo asociamos la palabra a esa idea, sino que la asociamos también a la valoración que hacemos de esa información. Por ejemplo, cuando pensamos en la palabra “enfermedad” le asociamos automáticamente un valor negativo.
¿Qué ocurre cuando asociamos información con valoración negativa a la idea de “yo mismo”? Pues del mismo modo que asociamos a las palabras una valoración negativa, también valoramos negativamente la idea que tenemos de nosotros mismos.
La idea que tenemos de nosotros mismos resulta mucho más compleja que la idea que podemos tener de una silla (objeto diseñado para sentarse, suele tener patas, su valoración es positiva porque es útil, nos sirve para descansar). La idea de nosotros mismos incluye información acerca de todas nuestras experiencias. También incluye información que hemos obtenido de otros y de nosotros mismos y las valoraciones que hacemos de toda esa información.
Vivimos en una cultura en la que enfatizamos el valor de las experiencias y situaciones negativas y obviamos el valor de las positivas. Algunos ejemplos pueden ser: cuando un niño aprueba nueve asignaturas y suspende una, al niño se le regaña por la que ha suspendido, no se le alaba por las otras nueve que ha aprobado. Cuando la pareja no ha tirado la basura, pero ha fregado los platos, de nuevo se enfatiza las situaciones con valoración negativa y se obvia situaciones de valoración positiva.
En muchas de estas ocasiones se usan además palabras asociadas con valoraciones negativas como pueden ser: vago, torpe, inútil, tonto, desastre, etc. Estas experiencias hacen que la persona incluya en la idea de sí misma la información contenida en estas palabras y experiencias con la connotación negativa que estas tienen. A veces, las personas tienen tan integradas esas palabras negativas hasta el punto de llegar a ser ellas mismas las que se llamen a sí mismas alguna de esas palabras. A todos nos suena haber escuchado a alguien decirse cosas como “que torpe soy” o “que tonta he sido”.
Cuando nos hablamos a nosotros mismos con palabras negativas reforzamos estas ideas que tenemos acerca de nosotros mismos e incorporamos a nuestro autoconcepto la valoración negativa de estos términos. Esto hace que nos sintamos mal con nosotros mismos, que nos valoremos negativamente, que nos rechacemos y no nos queramos, es decir, que propiciemos una autoestima baja.
¿Cómo podemos cambiar la valoración negativa de nosotros mismos? Cambiar la idea y la valoración que tenemos de nosotros mismos no es una tarea fácil tras muchos años recibiendo y reforzando información con valoraciones negativas de nosotros mismos. Podemos cambiar la idea y la valoración que tenemos de nosotros mismos cambiando la información y la valoración de nuestras experiencias.
Para mejorar nuestra autoestima es necesario que restemos importancia y valor a las experiencias y palabras negativas. A veces es necesario cambiar el significado de la palabra o cambiar la palabra por otro significado. Por ejemplo, si se me caen las cosas al suelo con frecuencia, dejaré de decir “soy torpe” para decir “soy poco habilidoso con las manos”, aunque pueda parecer lo mismo, la valoración negativa de una con respecto a la otra es muy diferente.
El cambiar la importancia de la valoración negativa de algunas de nuestras características, no consiste en negar nuestras características, consiste en darles un valor diferente. Decir “soy tonto” es valorar muy negativamente una característica como puede ser una falta de habilidades lógico-matemáticas, porque el significado de “tonto” podría implicar muchas otras características que el individuo no tiene.
Al igual que hay palabras que nos dañan (torpe, tonto, etc.) hay palabras que nos sanan (listo, inteligente, trabajador, bueno, habilidoso, etc.). Para cambiar la idea de nosotros mismos es importante dejar de usar las palabras que nos dañan y utilizar más a menudo las palabras que nos sanan. Aunque por lo general la sociedad no nos ha enseñado a valorar las experiencias positivas (a excepción de las extraordinarias), es muy útil que practiquemos valorarlas y otorgarles mayor importancia para mejorar la valoración que hacemos de nosotros mismos.
Hay ocasiones en las que las personas de nuestro entorno nos agradecen o nos elogian con palabras que nos sanan, pero tendemos a infravalorarlas o incluso a rechazarlas. Por ejemplo, hay personas que cuando le dicen “has hecho muy buen trabajo” contestan “de nada”, “no ha sido nada” o «no me supuesto ningún esfuerzo”, esta respuesta, aunque puede parecer un signo de humildad o educación supone un rechazo o una infravaloración de nuestras habilidades.
Quizás cuando infravaloramos nuestras habilidades, realmente no nos supongan un gran esfuerzo, pero no implica que no tengan valor. Es posible que, si no fuera una de nuestras habilidades, sí hubiera implicado un esfuerzo. Es importante dar valor a nuestras habilidades.
Cuando alguien nos agradece una situación es beneficioso que aceptemos el agradecimiento (“encantado”, “ha sido un placer”, “para eso estamos”) y reforcemos las palabras sanadoras sobre nosotros. Por ejemplo, si nos agradecen un trabajo, podemos plantearnos pensamientos como “que bien, se ha dado cuenta que soy trabajador”.
En resumen, para mejorar cómo nos valoramos es importante que identifiquemos cuándo usamos palabras que nos dañan para poder cambiar esa información e identificar situaciones en las que podamos fomentar el uso de palabras que nos sanan con nosotros mismos y con los demás.
Artículo escrito por Jesús Ruiz Ramos, psicólogo general sanitario, integrante de Asociación Con.ciencia.