El objetivo en este escrito es plasmar algunas reflexiones obtenidas en mi formación y experiencia profesional de la salud mental atendiendo jóvenes inmigrantes. Poniendo énfasis en el modo en que podría afectar la migración y duelos inherentes a dicho proceso, en el bienestar y desarrollo de estos jóvenes hispanoamericanos que han decidido marchar de su país natal, por decisión propia, con el fin de continuar sus estudios o ir en busca de mejores condiciones de vida.
Para comenzar, creo ante todo necesario, compartir el concepto: “habilidades para la vida”, que he seleccionado del “glosario de promoción de la salud” que de alguna manera describe un modo de bien-estar y desarrollo personal:
“Las habilidades para la vida son capacidades para adoptar un comportamiento adaptativo y positivo que permita a los individuos abordar con eficacia las exigencias y desafíos de la vida cotidiana. Las habilidades para la vida son habilidades personales, interpersonales, cognitivas y físicas que permiten a las personas controlar y dirigir sus vidas, desarrollando la capacidad para vivir con su entorno y lograr que éste cambie”.1
Habilidades de vida y migración.
Migrar supone poner en marcha una gran cantidad de recursos tanto internos como externos, de los cuales muchos no sabíamos que teníamos o éramos capaces de desplegar: adaptarnos a nuevas costumbres, nuevas formas de relacionarse, quizás un nuevo idioma, la idiosincrasia del lugar, hacer nuevas amistades, la burocracia de interminables trámites, largas esperas, las diferencias que pueden surgir en las convivencias con personas apenas conocidas, ir por primera vez a un nuevo médico o servicio de salud. Y todo esto muchas veces vivido en soledad o sin el apoyo con el que solíamos contar.
Pero además de las habilidades de afrontamiento puestas en juego en un nuevo escenario de la vida de inmigrante, con nuevos personajes y nuevas historias; confluyen y les atraviesan al mismo tiempo, sensaciones que generan un gran malestar, despertadas a raíz de la separación y distanciamiento de lo conocido, lo familiar que en su momento proporcionaba cierta seguridad. Este malestar muchas veces es alimentado por fantasías angustiosas que dificultan el asentamiento y desarrollo en ese nuevo escenario que desean conquistar.
Separación y abandono en la migración.
A pesar de la elección consciente y responsable de los jóvenes, a veces motivada por los propios padres, de emigrar, es inevitable la aparición de sentimientos encontrados en esta partida.
Creo que vale la pena señalar cierto matiz, que demarca una diferencia entre jóvenes que migran fuera del país, y los que marchan de su casa pero continúan dentro de los límites de este territorio:
- Cuando un joven deja la casa de sus padres pero se muda relativamente cerca de esta, a pesar de saber que convivirán por un tiempo con la experiencia del “nido vacío”, los padres, se van haciendo a esta idea previamente y socialmente es un hecho esperable.
- En cambio, aquellos jóvenes que no solo dejan su casa, sino al mismo tiempo también su país, comparten el sentimiento de haber “abandonado” a sus afectos. Y aunque muchas veces no se diga explícitamente, la idea sobrevuela a modo de fantasma en los integrantes de una familia donde alguien ha emigrado, lo que muchas veces complejiza los duelos relacionados a esta partida.
Posiblemente, en generaciones anteriores, la migración fuera la única opción para subsistir ante situaciones extremas como la guerra, o preservar los derechos y la dignidad que como seres humanos eran vulnerados, tal como sigue sucediendo al día de hoy en muchos países. Y en ese contexto, el abandono y el instinto de supervivencia es muy probable que vayan de la mano. Puede que estos recuerdos, alimentados por hechos actuales similares, reaviven heridas de abandono, en cada despedida, en cada migración.
En otras ocasiones, el sentimiento de abandono, no hace más que hacer visible cuan dependientes se estaba de esa relación que ya no podrá ser del modo que lo era.
Muchas veces lo angustiante es la incertidumbre del tiempo que pueda transcurrir hasta un nuevo encuentro debido a los costes y distancias que supone viajar, sin considerar eventualidades, o hechos como la pandemia que nos obligó a una larga cuarentena y la imposibilidad de encuentros profundamente anhelados.
Algunos jóvenes emigran, llevando consigo una abultada deuda, viviendo con pesar, o saboteando inconscientemente sus propios logros.
La terapia.
La terapia ofrece un espacio de acompañamiento y contención donde poder explorar y reflexionar sobre ideas y sentimientos relacionadas a las perdidas vividas.
Resignificar estos despegues, vividos muchas veces como abandono, permite elaborar el duelo de un manera más saludable y menos angustiosa; con la posibilidad de modificar modos de relacionarse con aquellos vínculos lejanos físicamente, pero emocionalmente muy presentes.
Por otra parte la terapia fomenta la autonomía y el desarrollo deseado de quien consulta.
Referencia bibliográfica:
- Ginebra, 1998. Organización Mundial de la Salud. Fecha de lectura: 14/10/22 “Promoción de la salud. Glosario”.