Yo he observado que los niños pequeños o muy pequeños, hasta los más calmos, padecen ocasionalmente, unos más, otros menos, «ataques» inexplicables que nos toman por sorpresa.

Crecer, absorber experiencias y conocimientos del modo en el que los niños lo hacen, esto es, como esponjas, es para ellos, si sumamos, muy estresante.

Los padres debemos dejar que los niños transiten por el ataque sin coartarlos, reprimirlos, castigarlos ni someterlos a sujeciones ni contenciones de las que no puedan liberarse, patalear, dar manotazos, llorar y berrear, aullar, revolverse como endemoniados, porque necesitan explotar ante lo que les supone el agobio vital.

Podemos observar, coger de la mano o de los brazos sin apretar, aunque firmes, para que sientan que estamos con ellos (este será el único «límite» que les pondremos..: nuestra presencia…), empatizar, acompañar, hablar suavemente, ofrecer consuelo, escuchar… preguntar qué pasa, sugerir soluciones al «problema»… Nunca reírnos de ellos, nunca recurrir al cinismo ni perder la paciencia porque ellos con nosotros, la tienen. Nunca ser indiferentes ni «blandengues.»

Ante estos continuos avatares y cambios, ellos también padecen algo semejante a brotes psicóticos aunque no tengan ni psicosis ni otras enfermedades ni físicas ni mentales. Son niños completamente normales.

La vida a veces, para todos, es una exigencia que nos sobrepasa y todos necesitamos comunicarlo de alguna manera o de otra.