En un artículo anterior (https://www.psiconetwork.com/familias-reconstituidas-fases-y-focos-de-estres), hacía referencia a las atribuciones que se otorgan a la figura de la madrastra. Disney hizo mucho daño a las madrastras. Muchas películas y cuentos se han focalizado hacia la figura de la madrastra, sugiriendo su maldad y malas acciones. ¿Esta sugerencia fomenta un prejuicio o es el prejuicio el que promueve este tipo de roles en los personajes de obras escritas o proyectadas?.
Valorando reflexivamente este fenómeno, me sugiere que el prejuicio hacia la figura del padrastro-madrastra y en especial a esta última, puede ser una proyección de un ideario relativo a las atribuciones de rol sobre la mujer y en especial a la madre, que de faltar, ninguna otra es percibida lo suficientemente apta y el rechazo que se siente se proyecta hacia ella, por lo que representa, aunque no lo sufre su representación, sino su persona.
La sociedad aún no entiende empáticamente qué significa ser madrastra, en profundidad, lo que conlleva. La sociedad piensa y hace atribuciones en función de modelos de referencia de familia tradicional, convencional, pero estos modelos no sirven para hablar del marco de las familias reconstituidas. También se hacen atribuciones desde el miedo ante las posibles intenciones que pueda tener otra persona desconocida en un determinado ejercicio de rol
Hemos evolucionado y comprendido que existen diversos tipos de familia, que los lazos pueden darse por biología o por convivencia, pero eso se queda en el plano de lo cognitivo. Tal vez, el ejercicio empático de ponerse en el lugar del otro, es el paso que como sociedad nos falta para terminar de comprender qué es, qué implica, qué problemas se generan y cuáles son los recursos que hacen falta, para que la madrastra sea vista como un miembro de la familia de pleno derecho y poder desmitificarlas: en realidad, no son ni buenas ni malas, son personas reales que, como los padres y las madres, o las abuelas, los abuelos, los tíos, o cualquier otro, tienen habilidades y talentos, dones y capacidades, pero también limitaciones, días de mal genio y torpezas.
Madrastra es la esposa del padre, después de que éste se ha divorciado o ha quedado viudo. Y es, en relación a sus hijastros.
Antes del 1981 (Ley del divorcio en España), ser madrastra implicaba viudedad. Después de ese momento, por ambos motivos. Pero los divorcios y las separaciones se dan abundantemente y actualmente se produce más esta condición de madrastricidad, por motivo de divorcio y nuevas nupcias/formación de nueva pareja.
Estas dos situaciones, fallecimiento o divorcio, llevan a dos realidades que en algún aspecto es parecido, pero tiene una condición que lo hace esencialmente distinto. El hecho de que la madre haya fallecido y por tanto hay un duelo y la vivencia de su ausencia. Más o menos duro en función de las circunstancias del fallecimiento, situación previa de la familia, edad de los niños, dinámica familiar y estado del vínculo de pareja, recursos personales para el afrontamiento, etc.
En el caso de convertirse en madrastra, casándose con un hombre divorciado va a ser compleja la delimitación de roles, funciones, se generen emociones de difícil gestión y atribuciones de causalidad sobre los demás adultos, con más o menos carga de prejuicio, en especial sobre la actitud de la madrastra. Se produce mayor probabilidad de conflicto de lealtades en los hijos. Aunque en el caso de fallecimiento de uno de los progenitores, también se dan ciertos conflictos de lealtad y la familia extensa puede actuar con actitud facilitadora o entorpecedora en relación al nuevo vínculo de los niños con su padrastro o madrastra.
Se crea una realidad amplia y compleja, con muchos individuos implicados. Se va a requerir mayor nivel de asertividad y posicionamiento por parte de todos.
Cuando la nueva pareja entra en escena, se incorpora a la familia. El proceso es a la inversa que en una familia tradicional en la que primero se forma la pareja y después vienen los hijos. Es decir, en primer lugar, hay un proyecto de pareja y posteriormente un planteamiento de proyecto de familia.
En este caso, primero se da la familia: la madre y sus hijos en un hogar/el padre y esos niños en otro, lo que suele denominarse familia bi-nuclear. Donde se conforman nuevas reglas, hay ajustes con respecto al estilo de vida anterior, se deben adaptar a la nueva realidad y experimentar el duelo que conlleva.
Cuando la nueva pareja se incorpora, de nuevo hay necesidad de hacer ajustes, redefinir normas, reglas, dinámicas de relación, etc.
El proceso es complejo y más aún si la nueva pareja también aporta hijos a la relación, creando también relaciones entre hermanastros y la necesidad de unificar criterios educativos para evitar agravios comparativos.
En cierto modo, y en contraposición a la propia definición, a veces uno de los miembros de la pareja “aporta hijos a la nueva relación” y otras veces, podría entenderse mejor como que este miembro de la pareja, “les aporta a sus hijos un nuevo miembro a la familia, que es su pareja”. Ejemplo. Una mujer decide emparejarse con un señor que tiene hijos, para convivir deciden establecer el hogar familiar en casa de ella. En este caso, tal vez sí es “aporta hijos a la relación”. En el caso, por ejemplo de que esta señora vaya a vivir a casa de este señor, tal vez se entienda mejor como “que aparece un nuevo miembro a la familia, adulto, pareja”. Podría parecer una observación sin importancia, pero conlleva aspectos asociados al rol de la madrastra/padrastro distintos, en cuanto a la facilidad o dificultad en la implicación en normas y dinámicas de lo cotidiano y la vivencia emocional de duelo.
Existen también familias reconstituidas que establecen su hogar en una casa que no pertenece originalmente ni a uno ni a otro. O incluso situaciones en las que los niños, después del divorcio permanecen en el hogar familiar siendo sus progenitores los que se turnan para convivir con ellos en dicho hogar. Esto genera mayor complejidad y estrés a la hora de establecer reconstitución familiar posterior.
Es un escenario muy variado y complejo. Cuando las relaciones son por consanguineidad, hay muchas referencias en el contexto social, legal, administrativo , que suponen apoyo y orientación, que aportan derechos y obligaciones. En lo íntimo, se pueden remitir a un sinfín de referentes, pero cuando el vínculo que se establece no es biológico, no es el de la vía consangúinea, no es el de la paternidad/maternidad, estas referencias desaparecen, no hay derechos. Obligaciones sí. Se convierte en un campo abonado de prejuicios y obstáculos.
Obligación si, veamos. Estamos en una sociedad en la que todavía se hacen atribuciones de rol con motivo de género: la mujer como proveedora de cuidados ante las necesidades emocionales y atención del hogar. De modo que, si hay una mujer en este hogar reconstituido, la madrastra, de ella se espera que cuide, quiera y sostenga emocionalmente a esos niños, que son hijos de su esposo o compañero. Además, resultado de los prejuicios sociales y esas atribuciones de maldad que recaen sobre la madrastra, ésta se suele presionar a sí misma con un sinfín de autoexigencias con las que debe demostrarle al mundo lo buena que es. Esto lleva a la madrastra a una especie de espiral o circuito de doble vínculo. Hagas lo que hagas está mal hecho:
Si la madrastra se implica: hay otra mujer, que también se implica y además es madre por tanto “tú, madrastra, eres” una entrometida, porque hay ciertas cosas (cualquiera en realidad) que son cosa de una madre y tú, ella…la madrastra, no es nadie. Es percibida como una intrusa invasiva y las atribuciones de causalidad giran en torno a la idea de que quiere ocupar un lugar que no le corresponde.
Pero si la madrastra no se implica demasiado: es mala. No tiene corazón. Ha aceptado a esos niños que son hijos de tu marido o pareja. Es la mujer en el hogar y de ella se espera la atención y el cuidado. Está en la “obligación” de asumirlo.
Esto nos lleva a un plano extraño en el que hay obligaciones sin derecho.
La madrastra puede sentirse atrapada y esto requiere una gran dosis de mano izquierda, mucha autoestima, buen nivel de asertividad, pero también, entre otras cosas, de información sobre cómo funcionan estas tipologías de familia, para que como miembros de una sociedad, nuestros esquemas mentales sobre familia, puedan actualizarse y que nuestra referencia de las familias tradicionales, convencionales, no sean el único modelo con el que realizar valoraciones que proyectamos, queriendo o sin darnos cuenta. De una buena definición de roles dentro del hogar para evitar confusión e improvisaciones desincronizadas.
Esto es diferente con respecto al padrastro en cuanto a la percepción social y las atribuciones de causalidad habituales. Si es un hombre que se implica, se le ofrece refuerzo positivo. Si no se implica demasiado, tampoco se le condena demasiado. En todo lo demás, lo tiene probablemente tan difícil como una madrastra.
Cada una de las fases que se pueden definir en el proceso de reconstitución familiar, suponen un cimiento sobre el que sustentar las etapas siguientes. Cualquier tipo de dificultad que se presente y quede sin resolver, afectará a las etapas siguientes, creando probablemente, mayores dificultades.
Existen algunas creencias erróneas que pueden entorpecer el proceso: confiar en que el amor lo puede todo. Si con esto, nos relajamos, cuando aparezcan los múltiples conflictos, dificultades, disparidad de criterios, etc. no será suficiente, salvo que el amor lo entendamos como un sentimiento que contiene la actitud de equilibrio, serenidad y madurez. La visión romántica del amor, como los cuentos de hadas y de príncipes, no es suficiente para hacer frente a las múltiples ocasiones en las que va a dar más resolución con una firme actitud y una toma de decisión activa. Creer que el proceso es rápido o negar las dificultades que conlleva, también es una creencia errónea. Diversas investigaciones hablan de la necesidad de un promedio de cuatro años para que una pareja pueda empezar a encontrar cierta estabilidad en su relación dentro de la reconstitución familiar. Al fin y al cabo, se trata de un proceso, de una construcción. No conviene forzar los ritmos ni acelerar los procesos. De hecho, se produce tanto estrés, cuando hay que hacer tantos ajustes, definir tantos asuntos de lo relacional, que el riesgo a que se produzca un nuevo divorcio en esta etapa inicial de 4-7 años, es muy superior a las estadísticas que indican el porcentaje de divorcios en las familias convencionales. Una vez transcurridos estos primeros años de máximo estrés, el porcentaje de divorcio entre parejas convencionales y reconstituidas, se iguala. También se iguala el funcionamiento de la familia reconstituida, con el de la familia convencional, superada esta fase de organización y definición.
La relación conflictiva con la expareja: si hay alta conflictividad, va a ocupar muchos recursos de la nueva pareja, energía y tiempos. También va a dificultar la relación con los hijos de la pareja y la construcción de este nuevo vínculo.
Por otra parte, también hay circunstancias que favorecen en este proceso: que las fases previas estén resueltas, permite que se realicen los ajustes y definiciones necesarios con cierta fluidez. El duelo por fallecimiento o ruptura de pareja previo, la adecuación a la monoperentalidad, los asuntos de gestión del tiempo, normas, economía, la redefinición de la nueva relación como progenitores entre los exesposos y más, si mantienen una relación cordial…; si los niños son pequeños, es más fácil que vinculen, que si son adolescentes o más mayores. Favorece la actitud positiva de la familia extensa y la percepción que se tenga de la nueva relación.
El día a día de las familias reconstituidas no es sencillo y frecuentemente ocupa gran parte de la demanda de atención psicológica de las consultas. Genera dificultad en la toma de decisiones cotidianas e influye en redes sociales como colegios, centros de salud, etc. Por ello, animaría a la expresión de inquietudes y opiniones al respecto.