En ocasiones, sucede que los resultados de nuestro esfuerzo hacia cualquier cosa que nos proponemos a realizar, no son los que esperábamos, esto puede llegar a repercutir de forma negativa en nuestras emociones, peor aún, si fallamos constantemente en cualquiera de nuestros objetivos y desarrollamos una percepción distorsionada, en la cual nos programamos a pensar en que todo lo que realicemos “nos va a salir mal” y que no tenemos el control de lo que sucede en el ambiente, perdiendo las ganas de tener éxito en los distintos contextos donde antes solíamos desenvolvernos con entusiasmo, y de probar nuevas actividades. Todo lo anterior tiene un nombre “indefensión aprendida”.

Según Seligman, psicólogo descubridor de la indefensión aprendida en 1967, la define como “darse por vencido”, y no tomar ningún compromiso, no responder, como resultado de tener la creencia de que cualquier cosa que haga la persona, ya sea en ese momento o posteriormente, no hará ninguna diferencia.

El desamparo aprendido, como también se le conoce, al igual que en las demás personas, también genera un grave problema en el mundo de la educación especial, haciendo que éstas personas, sean todavía más vulnerables ante las diversas circunstancias que tienen que enfrentar para adaptarse en la sociedad.

Desde mi experiencia laboral, he podido observar que un aprendizaje tan simple para las personas que no tienen ninguna discapacidad como por ejemplo “cerrar la tapa de una botella”, puede llevar muchos años para que una persona que sí tiene una discapacidad logre realizarlo, tengo un aprendiz de 13 años con Síndrome de Down, y rasgos de Autismo en un nivel 3, lo cual significa que requiere de apoyo permanente en todas sus actividades, y tampoco puede estar solo, que tardó 2 años en lograr comprender cómo se cerraba una tapa, siempre intentaba cerrarla “aplastándola” con la palma de la mano, a pesar de que se le mostraba y ayudaba con el movimiento, fueron muchas las repeticiones y frustraciones por las que pasó para que pudiera lograrlo. Curiosamente, el movimiento para “destapar” una botella, lo tenía muy bien dominado.

Luego de los numerosos intentos fallidos en el que se le presentaba el material con sus respectivas botellas para que destape pero que, posteriormente, ya no podía volver a cerrar vinieron las temporadas difíciles en las que ya no quería ni siquiera abrirlas, cosa que con anterioridad realizaba con una gran sonrisa en el rostro, en esos momentos, únicamente veía el material y simplemente no lo agarraba o lo empujaba hacia a un lado, lejos de su alcance de visión o, en el peor de los casos, entraba en una crisis de enojo que podía durar hasta 1 hora o más, si no se intervenía adecuadamente.

El material se lo tuve que suspender un tiempo bastante prolongado y lo fui motivando con otras actividades más fáciles para él. Una vez que la confianza y seguridad de sí mismo regresaron, pues todo lo que  le daba lo hacía muy fácil, nuevamente le presenté el material de las botellas, y bastó con que él mismo estuviera motivado para que pudiera sentir con sus propios dedos y ejercer la fuerza requerida para hacer un pequeño giro, no logró cerrarlo por completo al principio pero en ese momento, descubrió que estaba a punto de aprender algo nuevo, y lo logró un tiempo después.

Algo importante aquí es la manera en que interpretamos nuestros errores, cuando vemos las cosas desde un punto negativo, nos aferramos a creer que no podemos, contrario a esto, si lo vemos como un fallo más, y nos motivamos a seguir, entonces nos sentiremos más libres y con mayores posibilidades de lograrlo. La fuerza del desamparo aprendido dependerá totalmente de uno mismo.

Sin embargo, el reto de un terapista en el ámbito de educación especial se hace mayor, y más cuando hay una discapacidad intelectual de por medio porque la comprensión de los aprendices es deficiente para lo esperado, en parámetros del desarrollo y adaptación. Anulando totalmente la intervención reflexiva o de retroalimentación en algunas ocasiones. 

En general, como especialistas o maestros en el ámbito de la educación especial, si no logramos que nuestros aprendices se sientan seguros de sí mismos, corremos el riesgo de que desarrollen pocas o nulas habilidades para resolver sus problemas, y posteriormente el desamparo pudiera intensificarse en la manera de sentirlo pudiendo influir en otros estados de tristeza e, inclusive, generalizarse dicho aprendizaje en todas las actividades por realizar.

Por ello, es importante monitorear siempre el nivel de motivación y satisfacción de los educandos para intervenir adecuadamente en la enseñanza de la educación especial.

Es imperioso recalcar que esto está presente en todas las personas; no obstante, es importante reconocer y hacer conciencia de que existe un grupo vulnerable del que muchos se olvidan, el de las personas con discapacidad, y es labor de los profesionistas a cargo de esta área que tengan conciencia y tomen muy en cuenta los factores que detonan el desamparo aprendido, y las consecuencias que esto puede acarrear en un futuro.