Sentir es inherente a nuestra naturaleza, vivimos sintiendo desde que nacemos. Cuando sentimos podemos percibir situaciones externas como el frío o el sonido, pero también podemos percibir necesidades internas como el hambre o el sueño. Del mismo modo, percibimos las respuestas fisiológicas, cognitivas y conductuales ante estímulos a los que nos exponemos. Las emociones son el conjunto de estas reacciones desde que percibimos el estímulo.
Las emociones son un proceso multidimensional que implica que unos estímulos o situaciones desencadenantes sean interpretados y valorados subjetivamente, produciéndose cambios fisiológicos y patrones expresivos de comunicación que tienen efectos motivacionales (Fernández-Abascal et al., 2010). Esta definición se entiende mejor con un ejemplo: Las emociones implican el proceso desde que percibimos una avispa a nuestro alrededor, interpretamos y valoramos que es un estimulo que puede producirnos dolor, lo que produce una activación fisiológica y un patrón expresivo de miedo y nos motiva para alejarnos de ella.
Por tanto, las emociones implican tres tipos de respuestas (Cano-Vindel, 1997): La respuesta fisiológica son las sensaciones corporales relacionadas con las emociones, cada emoción tiene características fisiológicas propias, por ejemplo, cuando sentimos vergüenza nos ruborizamos, cuando nos enfadamos notamos un aumento de la temperatura corporal, o cuando estamos tristes nuestros ojos generan lágrimas; la respuesta cognitiva son los pensamientos que se producen durante la emoción y están en consonancia con la misma; y la respuesta conductual son aquellos comportamientos que podemos realizar durante el estado emocional, estas conductas pueden estar impulsadas por la emoción y pueden estar dirigidas a resolver ese estado emocional.
Las emociones han surgido evolutivamente para proteger a los individuos de las amenazas del ambiente para su supervivencia. La principal función de las emociones es la adaptación al entorno. Las emociones dirigen nuestra conducta para suplir necesidades o nos instan a evitar situaciones o estímulos que percibimos como peligrosos (Reeve,1994).
Además, las emociones cumplen un papel fundamental en comunicación con otros individuos (Reeve, 1994), pues la respuesta emocional permite la comprensión de cómo se siente la persona y facilita que los demás puedan actuar en consonancia. Por ejemplo, si estamos triste y los demás lo identifican, pueden intentar consolarnos o darnos apoyo.
Cada emoción ha surgido para cubrir necesidades distintas, por tanto, su respuesta fisiológica, cognitiva y conductual pueden ser muy diferentes. Existen emociones que son desagradables como la ansiedad o el enfado, otras en cambio son agradables como la alegría. La agradabilidad de las emociones no implica que unas sean negativas o malas y otras positivas o buenas, todas las emociones tienen una función.
La tristeza es una emoción desagradable que surge tras una pérdida, tiene respuestas fisiológicas como el llanto o la falta de energía y ayuda a comprender y aceptar la pérdida para poder continuar asumiendo los cambios que esta implica. La ansiedad surge cuando se percibe que los recursos no son suficientes para resolver una situación. La respuesta fisiológica de la ansiedad activa el organismo para poder enfrentar esa situación. Y el enfado tiene una función defensiva y de autoprotección. La alegría, en cambio, al tratarse de una emoción agradable, su función es repetir o buscar aquellos estímulos o situaciones que nos han resultado beneficiosos.
Las emociones son el instrumento del organismo para darnos información y avisarnos de las circunstancias que nos rodean. Hay ocasiones en las que, aunque percibimos estas respuestas emocionales, no las atendemos, ya sea porque priorizamos otras circunstancias o porque las rechazamos por ser desagradables y tratamos de evitarlas o negarlas. Rechazar o ignorar nuestras emociones puede convertirse en un problema, la respuesta emocional se puede incrementar pudiendo llegar a desbordarnos (p. ej.: ataques de ansiedad) o se mantener en el tiempo generando un gran desgaste físico y generando problemas de salud (p.ej.: problemas gastrointestinales) debidos a la activación fisiológica prolongada.
Escuchar nuestras emociones es comprender cual es la información que nos quieren transmitir. Para escucharlas es importante atenderlas sin rechazarlas, intentando percibir y observar qué sensaciones corporales nos produce, sin juzgarlas, aunque resulten desagradables. También es importante observar qué pensamientos nos genera y qué circunstancias han podido generar la emoción.
Atender a la emoción ayudará a comprender los motivos por los que se ha producido y tendremos más información para poder realizar un proceso de toma de decisiones para resolver esa emoción. Las decisiones para resolver una emoción pueden ser muy diversas y son dependientes de las estrategias de afrontamiento que hayamos aprendido en el pasado. Hay ocasiones en las que la situación no permite que podamos producir cambios que nos permita resolver nuestra emoción (p.ej.: la muerte de un ser querido), en estos casos, debemos comprender esa emoción y aceptarla, aunque resulte doloroso o desagradable. A veces realizar este proceso resulta complejo, sobre todo al principio, si notamos que no somos capaces de avanzar en alguna parte del proceso, o que no tenemos o desconocemos estrategias para resolver la situación es conveniente recurrir a un profesional de la salud mental.
Referencias
- Cano-Vindel, A. (1997). Teorías psicológicas de la emoción. En E. G. Fernández-Abascal (Ed.), Psicología general. Motivación y emoción (pp. 127–161). Editorial Centro de estudios Ramón Arces.
- Fernández-Abascal, E. G., García Rodríguez, B., Jiménez Sánchez, M. P., Martin Díaz, M. D., & Domínguez Sánchez, F. J. (2010). Psicología de la Emoción. Editorial Centro de estudios Ramón Arces.
- Reeve, J. (1994). Motivación y Emoción. McGraw-Hill.
Artículo escrito por Jesús Ruiz, Psicólogo sanitario Equipo Asociación Con.ciencia.