¿Porqué, pues, Eros a cierta edad tiende a desaparecer? ¿Por qué una época que tanto propicia el sexo y su ejercicio en los adolescentes, lo regatea y finge escandalizarse ante el de los ancianos?  Antonio Gala.

Hace algunos años, escribía un amplio artículo[1] sobre la sexualidad de las personas mayores, a instancias del antiguo IMSERSO del Ministerio de Asuntos Sociales. Unos años atrás habíamos realizado un vídeo sobre este mismo tema, titulado “La erótica del otoño” -título que nos encanta y que volvemos a utilizar en esta ocasión- que obtuvo el Premio Nacional de ese mismo Ministerio en 1988, un auténtico honor para mí. El vídeo que formaba parte de una colección de 18 títulos diferentes para la educación sexual, se acompañaba de un pequeño libreto para su trabajo pedagógico.

Ambos recursos complementaban los diferentes cursos y conferencias que sobre este tema hemos realizado a lo largo de nuestra vida profesional y que, he de reconocerlo, me han llenado de satisfacción, porque los/as participantes son gente amable y agradecida.

Tengo la impresión de que la situación que en aquel momento describía, no ha cambiado gran cosa, razón por la que me parece oportuno volver a reflexionar sobre este importante tema, retomando aquel artículo.

También me apetecía rendir un breve homenaje a todas aquellas personas mayores que han muerto, abandonadas, a manos del Covid-19 y que no se merecían de ninguna de las maneras, ese indigno trato que la sociedad les ha dado -a través de las empresas concertadas por sus representantes políticos- en buena parte de las residencias, después de una vida dura, llena de sacrificios. Si algo ha quedado patente en esta vergüenza nacional, es que no se puede mercadear con la atención de estas personas. No obstante, albergo serias dudas de que lo ocurrido sirva para un cambio estructural.

Pero bien, vayamos a lo nuestro. Probablemente uno de los mitos más extendidos en nuestra cultura, en lo que se refiere a la dimensión afectivo-sexual de las personas, sea que la capacidad de amar y de disfrutar de los afectos y de la sexualidad tiene unos límites más o menos arbitrarios, bien sea por la edad, por cambios fisiológicos específicos u otras razones más socioculturales, límites que se han solido situar en torno a la menopausia femenina y a la andropausia masculina. Sabemos que tal cosa es inaceptable a la luz de los conocimientos científicos.

Es sabido que la sexualidad, entendida ahora como una dimensión humana importante en el desarrollo evolutivo, en las relaciones interpersonales o en la salud de las personas, ha sido escasamente valorada en la cultura occidental, circunstancia que ha afectado más a ciertos grupos de población. Por ejemplo, la sexualidad ha sido más estigmatizada en la infancia, en la tercera edad y en otros sectores tales como las discapacidades intelectuales o la enfermedad mental.

En las personas mayores se ha creído no solo que no tenían necesidades de esta naturaleza, sino que se ha llegado a pensar que su expresión era inadecuada, de mal gusto e incluso evidenciar una sintomatología patológica o, cuando menos, aplicar aquello de viejo verde para él, y de vieja loca para ella, términos inaceptables que ya de por sí serían motivo de análisis.

Recientemente algunos medios de comunicación[2] se hicieron eco de una noticia en la que un torero que superaba la cuarentena –que no entraría en la categoría de persona mayor, pero que la citamos por sus implicaciones sociales- se había ligado a una «estudiante cañón», justificando el «flechazo» por razones biológicas: los hombres a partir de los 40, zorros plateados le dicen, buscan carne joven, fresca, para procrear, decía entre otras perlas el citado reportaje.

Es cierto que es una noticia recurrente pero que provocó, cómo no, su controversia por el tratamiento dado por el periódico tanto en la imagen del hombre como, y en particular, la de la mujer. No entramos a considera los memes y los comentarios irónicos que hubo en las RR SS al respecto, teniendo en cuenta la profesión del varón.

Este tipo de polémicas son azuzadas por diferentes posiciones ideológicas. Hay quienes la justifican en base al enamoramiento o a un supuesto instinto biológico, otras ven interés económico, una conducta machista y misógina, propia de un viejo verde… pero pocos se pararon a considerar la relación amorosa estrictamente, o lo que hubiera pasado si el caso hubiera sido al revés. “Si inviertes los géneros y dices lo mismo, les sale un sarpullido a todos los que estén de acuerdo con esto”, señalaba un post de los cientos publicados.

Y a eso es lo que voy, porque es seguro que, si fuera un hombre sin dinero ni relevancia social, no sería noticia o se habría dado de otra manera. Y si hubiera sido al revés, hubiera sido objeto de crítica furibunda. Mucho más a medida que la edad se incrementara en el caso de la mujer, pero probablemente no tanto ni en la misma medida, como en el supuesto del varón.

Viene esto a cuento porque queremos poner encima de la mesa esa idea extendida de que, en cuanto el amor no se ajusta a un modelo socialmente aceptable y tradicional, parece que esas relaciones conceptualizadas como transgresoras, hacen saltar chispas. Es cierto que ha habido cambios, pero quedan no pocos rescoldos de esa atávica consideración.

Como decía el prestigioso profesor Aranguren, “de la vida sexual de los ancianos solamente se hablaba cuando era motivo de escándalo. Una moral victoriana quería ignorar su existencia, por lo que cualquier manifestación era considerada como una forma de conducta improcedente o como una desviación”.  Una visión pudorosa ha ocultado la sexualidad (y la afectividad que acaba contaminándose) de estas personas dificultando su abordaje, lo que contrasta con otra visión social, omnipresente en la actualidad y promovida hasta el hartazgo, centrada en la juventud en donde la exhibición sexual se hace sin ningún tipo de freno.

Nuestra sociedad, preciso es reconocerlo, no ha sabido cómo afrontar esta dimensión humana. Un simple análisis de este extremo en la reciente historia, evidencia una clara contradicción, como ha señalado Juan Luis Fuentes[3], ya que, si bien por un lado se hablaba de que en la vejez desaparecía todo el interés por la sexualidad, también era común referirse a la sexualidad en los mayores como algo patológico y pervertido.

Dice Frida Saal[4] que “La sexualidad de los viejos está cubierta por un velo de pudor que la consagra al silencio, una acompañante dormida es angustiante, pero cumple la regla del silencio” Sin embargo y frente a esa historia negra, las personas mayores, como ha señalado Sandra Pamies[5], también tienen relaciones sexuales, conservan su libido, si bien tienen dificultades para expresarla. Este tema también ha sido planteado en varias películas como por ejemplo el film ‘Amor’, del austriaco Michael Haneke, estrenada en 2012 y que muestra lucidamente la censura social que existe sobre el amor y los afectos en la tercera edad.

Una realidad que ha sido descrita, por ejemplo, por Ana Vásquez-Bronfman[6], a través de entrevistas a 10 hombre y 10 mujeres de España y Francia y que revela, a pesar de la pequeña muestra utilizada y de que fue publicado en 2006, que la creencia de que el sexo no existe en los mayores, es una falacia.

Este tipo de mitos y creencias erróneas han estado tan extendidas que se ha considerado que el envejecimiento conlleva una inevitable pérdida del interés sexual y de la capacidad sexual, hasta acabar agotándose. Tal vez, esta consideración tiene que ver con la contumaz tendencia de negar el envejecimiento, valorar negativamente la vejez o, también, seguir manteniendo el tabú sobre la muerte, de la que nuestra cultura le cuesta no solo hablar sino reconocer y aceptar.

Otra idea extendida podría ser la de considerar a la vejez como un proceso irreversible, asociándolo a menudo con un deterioro físico y psicológico irrecuperable. Por el contrario, esa misma sociedad, con inusitada energía, promueve y refuerza un modelo juvenil de salud y lozanía. 

Félix López[7] ha analizado el trato que la sociedad ofrece a esta generación de hombres y mujeres que se han sacrificado enormemente en una sociedad de posguerra, que han sido educados en una cultura represiva de la sexualidad, pero que se les “brinda” la posibilidad de sentirse jóvenes, a cambio de sufrir por dietas imposibles, a gastar dinero y esfuerzos en modas gimnasios, cosméticos y clínicas de cirugía estética o fármacos para la erección, para seguir siendo joven y, finalmente, al no conseguirlo, sentirse derrotados y fuera de la sociedad.

A este respecto, hemos dicho en otro momento[8] que el modelo dominante sobre la sexualidad en nuestra sociedad, parece ser aquel que la considera fundamentalmente destinada al placer, al bienestar, la diversión, a una mejor salud, pero que, a la vez, la valora solo como un privilegio de unos cuantos sectores sociales, particularmente los jóvenes y guapos/as.  

Por ello no ha sido raro encontrar, no solo en determinados sectores sociales, sino también en ciertas agencias sanitarias y de atención social a las personas mayores, la idea de que la llamada tercera edad es sinónimo de asexuación. Por tal razón se ha silenciado y, por tanto, privado del derecho del/la anciano/a a disfrutar de su vida sexual y afectiva, particularmente a aquellos que tienen menos recursos culturales, económicos, de comunicación, de relaciones o presentan una mayor dependencia de los profesionales, instituciones o familiares.

También de algunos profesionales que no quieren complicarse la vida en exceso y “aligeran” la cartera de prestaciones. Y, claro, de ciertos familiares que hacen lo propio y que pueden evidenciar su malestar al observar ciertas conductas de afecto. No me digan que no es egoísta y hasta cruel.

Residir en un medio rural, probablemente limita aún más las posibilidades de desarrollar esta parte de la vida. Tener algún tipo de discapacidad, enfermedad o trastorno, más aún si genera dependencia, dificulta enormemente si no anula en la práctica, la vivencia de esa posibilidad. No tener pareja es, así mismo un hándicap extraordinario.

Aquellos/as que viven en residencias lo tienen mucho más difícil, aunque ya hay algunas propuestas[9] interesantes que sugieren, por ejemplo, “Poner en marcha medidas y ofrecer materiales que favorezcan la expresión de las necesidades afectivo-sexuales de las personas que viven en las residencias”  o facilitar “formación a los residentes sobre sus derechos sexuales y la expresión de sus necesidades afectivo-sexuales” o  “informar sobre los derechos sexuales y la expresión de las necesidades afectivo-sexuales de los residentes tanto a posibles usuarios del centro como a los propios residentes”.

En este contexto, como podrá comprenderse, aquellas personas que tienen deseos sexuales, incluso poderosos y sientan atracción por otras, pueden albergar sentimientos de culpa, sentir vergüenza por su cuerpo y sus manifestaciones fisiológicas naturales. Hay quienes pueden considerarse enfermos obsesionados por sus impulsos sexuales. 

Sin embargo, por fortuna, tengo la certeza de que muchas de estas personas hacen lo que realmente les apetece y que ocultan a la mirada censora sus anhelos, intereses y aspiraciones en este campo, conscientes de las actitudes negativas imperantes a su alrededor. Una vivencia íntima y alejada de cualquier exhibicionismo.

Terrible paradoja de la sociedad actual que promueve una sexualidad juvenil de gimnasia sexual, donde se prima la cantidad de relaciones, parejas, orgasmos que se deben tener, incluso obligarse a tenerlos so pena de ser considerado dinosaurio y que, por el contrario, es pacata en reconocer similares necesidades en las personas mayores.

Sin embargo, a la luz de los conocimientos disponibles, hay que decir alto y claro que las capacidades de desear, de sentir atracción por otras personas, enamorarse y disfrutar del sexo se pueden mantener activamente a lo largo de toda la vida.

Además, en la vejez hay más tranquilidad, más tiempo para el contacto corporal, más ternura y menos apremio por coitar y eyacular. Más momentos para los juegos, caricias, besos y abrazos. Donde los hombres han dejado aparcada su obsesión por competir con otros hombres y las mujeres de celosas cuidadoras de toda la familia. Una relación más igualitaria y más afectuosa.

Concepto de vejez

Es indudable que el concepto de persona mayor, es en buena parte una construcción social y por tanto variable culturalmente. ¿En base a qué criterios se considera a alguien persona mayor? Incluso los propios aludidos, suelen “pasar la pelota a los otros” porque muy pocos se consideran socios de ese colectivo denominado “viejos”. Tendemos a ver a los demás más mayores de nosotros, si bien seguramente aquellos harán lo propio para con nosotros. 

Por tanto, la vejez está regulada socialmente por criterios y valores que en no pocas ocasiones son discutibles y, no siempre, se corresponden con el saber científico disponible, respecto a los diferentes procesos de envejecimiento. Son construcciones culturales de cada sociedad que indican que se considera “viejo/a” y que se espera de él. De esta manera, son moldeados por el imaginario social, asumen el mandato y lo reproducen reforzando las representaciones sociales sobre la vejez.

Además, esta regulación es variable de cultura a cultura, de sociedad a sociedad e, incluso, en el mismo momento histórico puede haber diferencias extraordinarias de un país a otro. Un ejemplo que nos da una idea de la diversidad, es el hecho de que estas personas tienen una valoración diferente en función del momento histórico o de la sociedad en la que viven. Diferentes estudios antropológicos, ponen en evidencia una consideración extraordinaria de la vejez en determinadas sociedades, frente a otras en las que le conceden un escaso valor.

Por otra parte, y frente a la idea de deterioro irreversible, los conocimientos científicos disponibles, nos presentan una visión bien distinta: La vejez es una etapa más de la vida, en la que la variabilidad personal es extraordinaria y en la que cada capacidad puede presentar muy diferentes posibilidades.

Afortunadamente, nuevos avances en el enfoque de la atención a estas personas se están abriendo paso como el llamado envejecimiento activo, donde está presente el concepto de educación y aprendizaje a lo largo de la vida, que va dirigido a todos los grupos de edad, especialmente a las personas mayores y que nos viene a decir que las personas envejecen del modo y manera al de cómo han vivido.

Dicho de otra manera: aun reconociendo los cambios inherentes al proceso de envejecimiento, se pone el foco no solo en el potencial de adaptación y cambio, sino también en la capacidad de aprender y crecer de las personas a lo largo de su ciclo vital.

Como bien señala Mª Rosario Limón[10] “las personas no sólo desean y logran vivir más años, sino que aspiran a llenarlos de vida haciendo bueno el lema de las políticas sociales de dar más años a la vida, pero también más vida a los años, independientemente del nivel de dependencia o vulnerabilidad de la persona, su género o edad”.

En sentido estricto los procesos de envejecimiento pueden comenzar en la década de los 30, si bien aquí las variaciones son enormes y las diferencias entre hombres y mujeres, así como en la percepción social de esos procesos, son destacadas. Por ejemplo, la sociedad tiende a ser más tolerante y comprensiva con los varones que con las mujeres, ante los primeros síntomas de ese proceso en la figura corporal (arrugas, canas…), incluso viéndolo como algo más valioso en aquellos.

Hay otras muchas diferencias entre hombres y mujeres como el modo de percibir los momentos críticos en la toma de conciencia de la vejez: Por ejemplo, parece que el hecho de que los hijos se independicen y abandonen la casa, es un momento clave para muchas mujeres y que, la jubilación, lo es para muchos hombres.

De todas maneras, consideramos que el modo con el que se viven los procesos de envejecimiento, va a depender en buena medida de la percepción de cada cual. Es frecuente, por ejemplo, oír que “más que ser viejo lo importante es sentirse o no viejo” o “hay gente que siendo joven se siente viejo, y viejos que se sienten jóvenes”. Y, desde el punto de vista de la salud, este tipo de actitudes se puede aprender y trabajar educativamente.

Seguiremos nuestra reflexión en el próximo artículo.


[1] http://envejecimiento.csic.es/documentos/documentos/garcia-sexualidad-01.pdf

[2] https://www.elmundo.es/loc/famosos/2020/07/19/5f100fe9fc6c833d578b464c.html

[3] http://envejecimiento.csic.es/documentos/documentos/fuentes-mitos-01.pdf

[4] https://fridasaal.wordpress.com/2015/09/05/memoria-de-un-olvido-o-la-sexualidad-en-la-vejez/

[5] https://psicologiaymente.com/sexologia/sexualidad-en-envejecimiento pocas veces la literatura aborda el tema.

[6] Vásquez-Bronfman A. (2006) Amor y sexualidad en las personas mayores. Barcelona: Gedisa

[7] López, F (2012) Sexualidad y afectos en la vejez. Madrid: Pirámide.

[8] GARCIA, J.L. (2000) Educación sexual y afectiva en personas con minusvalías psíquicas. Asociación Down Lejeune: Cádiz.

[9] Villar, F. y col (2017) Sexualidad en entornos residenciales de personas mayores. Guía de actuación para profesionales. Madrid: Fundación Pilares.

[10] Limón, M. R. (2018) Envejecimiento activo: un cambio de paradigma sobre el envejecimiento y la vejez. Aula Abierta Vol: 47 N. 1: 45-54


Si quieres más información sobre el trabajo educativo de José Luis García, visita su página web: www.joseluisgarcia.net