Habermas fue tempranamente consciente, tanto de las “patologías” modernas que propician una realización deformada de la razón en la historia, como de la incapacidad del pensamiento contemporáneo para abrir nuevas perspectivas teóricas que iluminaran las diferentes vías de la razón moderna. Ello suponía un “status normativo” para juzgar con certeza lo que es patológico y deformado.

Habermas ha recogido la más auténtica tradición de la cultura alemana. Sus primeros impulsos formativos se desarrollaron a lo largo de la década de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Durante ese lapso, el filósofo experimentó una ruptura y discontinuidad radicales respecto al pasado inmediato de los horrores del nazismo, la guerra en él dejó profundas huellas indelebles cuyos efectos marcaron, recurrentemente, posteriores reflexiones. Desde entonces Habermas no dejó de replantearse diversas interrogantes cruciales que dejaron hondas cicatrices a lo largo del siglo XX; los temas de la libertad, justicia y emancipación fueron siempre motivación imperante para criticar el frenesí desenfrenado e irracional del nacional-socialismo. En ese horizonte Habermas reunió el conocimiento de campos multidisciplinarios innovadores, tales como el interaccionismo simbólico, la psicología ontogenética, la sociología fenomenológica, la sociolingüística, la etnometodología y el sistemismo sociológico fueron integrados críticamente en la tentativa habernasiana de fundamentar una Teoría de la acción comunicativa, que le llevó a su autor un arduo trabajo de investigación sistemática de aproximadamente diez años. La variedad de problemas abordados por Habermas, no sólo se distinguiría por su profundidad y extensión,  sino por su perspectiva.

Para Habermas, como un vigilante e intérprete de ciertos núcleos temáticos se convirtió en una metafilosofía de una racionalidad desarticulada: lógica,  teoría de la ciencia, teoría del lenguaje, teoría del significado, ética, teoría de la acción, cuyo interés es la condición formal del saber, de la acción, tanto de la vida cotidiana, como en el mundo de las experiencias. En ese marco inicial, para Habermas fue de enorme interés la conexión establecida con el joven Luckács entre la filosofía y las ciencias humanas durante los años veinte del siglo pasado, pues ello lo condujo a una reflexión de los vínculos que éstas podrían tener con la razón y, por tanto, con sus problemas de fundamentos. Al respecto, la pretensión de Lukács de dar respuesta al problema de la cosificación de la conciencia moderna partía de la crítica de la razón no resuelta por Kant, con una dialéctica inspirada en Hegel; dicho vacío filosófico se intentó llenar por la llamada escuela de Frankfurt hasta Habermas, cuyo registro aparece en sus principales núcleos problemáticos, en la tentativa de superar la filosofía Lukacsiana de la conciencia y su remplazo por la teoría de la acción orientada al entendimiento.

Habermas, después de haber realizado un largo recorrido por los caminos de Kant, Fitche, Hegel, Marx, Dilthy, Peirce, Nietzche, Comte y Freud, abrió su propia perspectiva, reivindicó una ciencia social crítica que recuperará la experiencia de la autorreflexión emancipadora, en la que sólo mediante el diálogo puede llegarse a ésta, como lo proponía la experiencia socrática.

TEORÍA DE LA ACCIÓN COMUNICATIVA

En Teoría de la Acción Comunicativa (1982), Jürgen Habermas articula la complejidad de su trabajo alrededor de la “racionalidad comunicativa” como tema central de su teoría de la sociedad. Desarrolla este a través de la filosofía analítica del lenguaje, la hermenéutica, la antropología de la cultura, la Teoría Crítica. De manera que no resulta siempre fácil mantener el objetivo que orienta su trabajo, ni diferenciarlo de lo que, en no pocas ocasiones, da la idea de que se trata de una historia de la Teoría.

A principios de la década de los ochenta aparece la publicación en alemán de los dos tomos de la Teoría de la Acción Comunicativa; el cuerpo de su argumentación hace referencia a tres intenciones básicas: el esbozo de una teoría de la racionalidad, la construcción de un concepto de sociedad en dos niveles, “sistema y mundo de la vida”, y la fundación de una Teoría de la Modernidad.

El primer objetivo de la Teoría de la Acción Comunicativa se cumple a través del análisis del concepto filosófico moderno y clásico de la razón, así como de las estructuras sociales vinculadas a lo que puede ser válido como “racional”, una teoría que su constitución derive de la intersubjetividad.

La racionalidad es un concepto a partir del cual se alude en forma directa a acciones de personas de las cuales puede llegar a esperarse la capacidad para el cumplimiento de reglas en referencia a una lógica económica, estatal y/o jurídica y que establecen los medios más adecuados de acción una vez decidido un objetivo preciso. Habermas elabora los fundamentos de una Crítica de la razón funcionalista que se deriva además de la contraposición entre trabajo e interacción o racionalidad instrumental y comunicativa, del intento de analizar la racionalidad como eje articulador de la sociedad. Habermas conecta su obra central con un análisis del lenguaje. A través de este recurso observa que en cada acto de comunicación lingüística existen dimensiones diversas y en cada una de estas expresiones  implícitamente pretensiones de verdad, rectitud, y veracidad.

La pretensión de verdad de las expresiones se limita al mundo objetivo de su circunstancia existente; la rectitud sólo puede juzgarse en relación al mundo social de las normas morales, y la autenticidad  sólo en relación con mundo accesible individual de experiencias internas. A partir de estas tres formas universales de pretensiones de validez de la acción, Habermas pasa a sostener la posibilidad de tres tipos básicos de racionalización de la acción humana: instrumental, comunicativa y estético expresiva.

Según Habermas una situación de entendimiento se abre sólo en la medida en que un actor, en una secuencia de interacciones, hace una oferta de acto de lenguaje (Sprechaktangebot), a partir de la cual, una cuestión en conflicto se decide ya no a partir de la simple autoridad de un actor participante, sino a través del mejor argumento y fundamentación.