El psiquiatra checo Stanislav Grof, uno de los fundadores de la psicología transpersonal, realizó investigaciones con LSD durante su trabajo en Praga, antes de migrar a Estados Unidos y antes que la sustancia fuera prohibida. Posteriormente junto a su ex esposa Christina Grof desarrolló la respiración holotrópica, un método para inducir estados alterados de consciencia con potencial terapéutico sin utilizar sustancias alucinógenas (Grof, 2003).

La psicología transpersonal considera que el estado de consciencia “normal” de vigilia de las personas occidentales (caracterizado por una sobrevaloración de la razón y el pragmatismo) es solo uno de los estados posibles y probablemente no el más óptimo ni sano. La modificación de la consciencia mediante diversas estrategias como la meditación, el yoga, la respiración holotrópica o el uso de plantas psicotrópicas sería en principio un método válido que, en muchas personas, permitiría el crecimiento personal (Cerda, 2012; Walsh y Vaughan, 2008). Una de las formas en que esto ocurre es a través de la reconexión con recuerdos inconscientes y traumáticos que resurgirían en la percatación consciente posibilitando su reprocesamiento y la modificación de su tonalidad emocional. Pero Grof (2003, 2006) argumenta que también se podría acceder a imágenes inconscientes que no corresponden a recuerdos de situaciones vividas en la biografía del sujeto sino que provienen de un substrato más profundo de la vida mental, de carácter filogenético, denominado por Carl Jung el “inconsciente colectivo” (Jung, 1978, 1995; Nagel, 2010).

Jung, psiquiatra suizo, fue durante un tiempo discípulo y colaborador de Freud, pero posteriormente se alejó progresivamente de sus ideas. Algunos de los desacuerdos que tenía con la ortodoxia freudiana eran que Jung (1991) estaba en desacuerdo con la afirmación de que los niños fueran “perversos polimorfos” así como con el carácter omniexplicativo que Freud le otorgaba a la sexualidad (Jung, 1978)[1]. Jung (1949) comenzó a utilizar la palabra “libido” para referirse a la energía psíquica en general, de carácter no necesaria ni fundamentalmente sexual. Además, postuló que existe un substrato de la mente inconsciente innato y más profundo, el inconsciente colectivo, que no surge de las vivencias biográficas infantiles individuales sino que tiene origen filogenético y contiene ciertos patrones de comportamiento y esquemas generales comunes a todos los humanos, lo que explicaría el hecho de que ciertos temas y símbolos semejantes aparecen en las mitologías de culturas muy distantes en el tiempo y el espacio (Grof, 2006; Jung, 1978).

Grof (2006) ha investigado extensamente las creencias y rituales religiosos y espirituales de diversas culturas antiguas y contemporáneas no occidentales, y ha descrito los ritos de iniciación y de paso, las prácticas simbólicas de muerte, renacimiento y modificación de la personalidad, y las mitologías escatológicas sobre el cielo, el paraíso, el infierno y el mundo subterráneo de tales culturas.

Grof describe algunos casos clínicos que trató durante su investigación en psicoterapia psicodélica. Uno de ellos es el de Otto, un paciente con depresión y tanatofobia (miedo a la muerte). Tras ingerir LSD en una situación controlada, Otto comenzó a tener una experiencia de muerte y renacimiento simbólicos semejante a las que se han descrito en culturas no occidentales. En cierto momento el paciente tuvo la visión de que entraba en un mundo subterráneo (presente en diversas mitologías del mundo), en el que se encontraba una atemorizadora diosa cerda.

Luego Otto se levantó y le pidió con urgencia a Grof que le diera unas hojas de papel y lápices. Sintió la necesidad espontánea de dibujar unos extraños patrones abstractos y diseños geométricos. Dibujaba una y otra vez pero luego frustrado arrugaba y botaba las hojas, pues decía que no conseguía hacerlos “bien”.

Grof, que en ese entonces estaba influenciado principalmente por su formación freudiana, intentó descubrir el significado de estas visiones de su paciente mediante la asociación libre, pero no obtuvo resultados. Años después Grof se trasladó a vivir a Estados Unidos y se hizo amigo del mitólogo Joseph Campbell, que poseía un enorme conocimiento de las creencias espirituales de distintas culturas. Cuando Grof le relató el caso de Otto a Campbell, este le respondió:

“«Qué fascinante», dijo Joseph sin dudar, «está claro que era la Madre Cósmica de la Noche de la Muerte, la Diosa Madre Devoradora de los malekula de Nueva Guinea». Me explicó que los malekula creían que encontrarían a esta deidad durante el Viaje de la Muerte. Poseía la figura de una hembra aterradora, con claros rasgos de una cerda. Según la tradición malekula, ésta se sentaba a la entrada del Submundo y custodiaba un laberinto sagrado de intrincado diseño.” (Grof, 2006, p. 74)

Campbell le explicó además que los malekula tenían la costumbre de que cada niño varón criara un cerdo, al que debían sacrificar al llegar a la pubertad. El hecho de matar al cerdo simbolizaba superar la dependencia respecto de sus madres, de las mujeres en general y de la Diosa Madre devoradora. Además, los malekula pasaban mucho de su tiempo practicando el dibujo de laberintos, el conocimiento detallado de los cuales era considerado fundamental para un viaje exitoso al Más Allá tras morir.

Lo que Grof describe que Campbell le enseñó acerca de esta tribu parece indicar que el rito de la cría y sacrificio de cerdos tiene la función simbólica de promover el crecimiento y la autonomía al entrar a la juventud y adultez. En la psicología jungiana se denomina “puer aeternus” (niño eterno) a ciertos pacientes y personas excesivamente dependientes de su madre que al llegar a la adultez no logran asumir los roles y responsabilidades esperados (Von Franz, 2006). Generalmente no trabajan y siguen siendo sobreprotegidos afectivamente por sus madres. Es decir, incluso siendo ya adultos permanecen en un vínculo con sus madres del tipo del que los teóricos de la psicología sistémica han denominado con términos como “apego excesivo” (Minuchin, 1986; Minuchin et al., 1967)  o “fusión intersubjetiva” (Boszormenyi-Nagy, 1965; Simon et al., 1997).

Luego el autor describe un caso clínico parecido, el de Álex, cuyas visiones posteriormente Grof pudo saber que eran casi iguales a las creencias escatológicas de ciertas tribus esquimales.

Grof señala que el hecho de que ni él ni Otto supieran nada sobre los malekula y sin embargo surgieran de modo espontáneo en la consciencia de Otto mitologemas casi idénticos a los de esa cultura otorga apoyo a la noción jungiana del inconsciente colectivo. Posteriormente comenta que en nuestros días tenemos el privilegio de acceder a un conocimiento nunca antes disponible sobre las culturas humanas más diversas de distintas épocas y regiones geográficas. Esto es lo que le permitió, tras su conversación con Campbell, poder comprender el contenido arquetípico que apareció en las visiones de Otto:

Para las personas que viven en la actualidad, los estados holotrópicos de consciencia hacen de mediadores para acceder a una amplia gama de experiencias mitológicas de distintas culturas del mundo. Históricamente, se trata de un nuevo fenómeno, que merece especial atención. (…)

Esta nueva capacidad de la psique humana (o propiedad del inconsciente colectivo) está estrechamente relacionada con los desarrollos tecnológicos y culturales mundiales de los últimos siglos. Hasta finales del siglo XV, los europeos, por regla general, desconocían el Nuevo Mundo y, a su vez, los nativoamericanos no conocían ni Europa ni a sus habitantes. Hasta la invasión China de 1949, el Tíbet estaba relativamente aislado y tenía poca conexión con el resto del mundo. (…)

Esta situación ha cambiado rápidamente, a medida que los viajes en avión, el teléfono, la radio y la televisión y, más recientemente, Internet han ido transformando el planeta en una «aldea global». Por primera vez en la historia, tenemos acceso a traducciones de escrituras espirituales y grabaciones de música ritual y espiritual de toda época y país, así como a maestros de todas las religiones. Con el material que aflora del inconsciente colectivo en los estados holotrópicos espontáneos o inducidos, el conocimiento de la mitología mundial, en general, y de la mitología escatológica, en particular, se ha vuelto una herramienta extremadamente importante para psiquiatras, psicólogos y psicoterapeutas.” (Grof, 2006, pp. 76-77)

De manera semejante, Ken Wilber (2001) afirma que vivimos hoy en una época privilegiada, puesto que tenemos acceso al conocimiento de una enorme cantidad de culturas humanas, un conocimiento nunca antes accesible. Antes, si una persona nacía en un determinado lugar, vivía inmerso en la cultura local, con un desconocimiento casi completo de cómo eran los patrones culturales de pueblos distantes en el tiempo o el espacio. Basándose en la filosofía de Georg W. F. Hegel (2010) sobre el despliegue progresivo del Espíritu Absoluto, Wilber comenta que la evolución de la conciencia nos ha llevado progresivamente hacia la formación de una aldea global que dispone de las ideas y la tecnología desarrolladas a lo largo de los milenios precedentes en los más diversos lugares y culturas.

Lo anterior nos lleva a otro caso cuyo protagonista también es denominado Otto por sus autores. Se trata esta vez no de un caso clínico real sino de un experimento mental filosófico propuesto por los científicos cognitivos Andy Clark y David Chalmers. Ellos denominan “cognición extendida” a los procesos intelectuales que ocurren en la interacción entre los seres humanos y artefactos tecnológicos como lápices y papeles, agendas, computadores e internet. Proponen que imaginemos a dos sujetos, Otto e Inga. Cada uno de ellos quiere acudir al Museo de Arte Moderno. Inga consulta los mapas cognitivos en su memoria biológica cerebral, recuerda cómo llegar y acude al museo. Otto, en cambio padece Alzheimer. Sin embargo, Otto lleva consigo un notebook. Consulta su notebook y así encuentra la ubicación del museo y el trayecto, y llega al lugar. En términos funcionales, entonces, el proceso de memoria de Otto incluye a su notebook además de su cerebro (Clark y Chalmers, 1998).

Como vemos, en la época actual el conocimiento mitológico primitivo interactúa con la ciencia y la tecnología modernas. En principio entonces no sería necesario descartar ninguna de las dos formas de conocimiento. De hecho, la tecnología moderna, en especial internet, y las prácticas culturales humanas extendidas y distribuidas en la civilización, hacen posible que quienes estén interesados en ello, por ejemplo los psicoterapeutas y otros profesionales de las disciplinas humanísticas, recopilen, utilicen y transmitan información mitológica entre otras formas de conocimiento[2] culturalmente almacenado.

Los antropólogos evolutivos y culturales y otros especialistas sostienen que la evolución humana se diferencia de la evolución puramente biológica propia de las otras especies animales. Mientras en las otras especies lo que cambia es el organismo y su genética, el ser humano se distingue por su inmensa capacidad de transmisión cultural, y porque cada vez más es capaz de adaptar su ambiente a él en lugar de solo adaptarse él al ambiente (p. e. Durt et al., 2017; Richerson y Boyd, 2005; Tomasello, 1999). El uso compartido y la transmisión de ideas, herramientas y artefactos progresan más rápido que los cambios morfológicos.

Sería reaccionario aseverar que en el pasado “todo era mejor” y descartar todo el progreso humano alcanzado mediante la ciencia y tecnología. La evolución cultural ha llevado en la modernidad a que tengamos explicaciones, por ejemplo en el campo biomédico, mucho mejores y pragmáticamente más exitosas que aquellas de las que disponían las culturas antiguas. El conocimiento científico surgió en gran parte de una diferenciación que reemplazó y dejó atrás las creencias supersticiosas y religiosas. Mientras hoy se considera a la esclavitud y a los matrimonios por secuestro como aberraciones, en el pasado estas eran prácticas comunes y aceptadas en todos los continentes (Ayittey, 2005; Bastide, 1969; Bradley y Cartledge, 2011; Clastres, 2001; McLennan, 1865; Meillassoux, 1975; N’ Diaye, 2008; Pancorbo, 2008; Parker Pearson y Thorpe, 2005; Sowell, 2005). Como comenta Nicola Abbagnano:

En el mundo moderno, fue la filosofía iluminista la que convirtió en absurda y repugnante la noción misma de esclavitud, la defensa de la noción de igualdad que llevó a cabo significa precisamente la condena de la esclavitud en todas sus formas y grados (cf., por ejemplo, Voltaire)…” (Abbagnano, 1993, p. 426)

El progreso material y la innovación cognitiva no solo generaron la idea nueva de que la esclavitud o los sacrificios humanos no están justificados (Wilber, 2008), sino que también incrementaron las habilidades mentales humanas a través de la enculturación y la evolución cultural acumulativa.

La cooperación humana flexible y a gran escala (en cantidades mayores que las de cualquier otra especie) fue posible por la capacidad de compartir relatos de ficción tales como los mitos y la creencia en espíritus tribales. En la medida que muchas personas creyeran en estas ficciones, podían coordinarse entre sí sin necesidad de conocerse personalmente, formando naciones e imperios de miles y hasta millones de individuos. Todavía hoy las ficciones tienen un lugar muy importante para la cooperación humana. Por ejemplo, las naciones, el dinero, las reglas para jugar fútbol y los derechos humanos no son cosas objetivas que se encuentren en la naturaleza, sino ficciones útiles en la medida en que millones de personas se ponen de acuerdo para creer en ellas (Harari, 2014).

La enculturación posibilita la adquisición ontogenética de prácticas cognitivas innovadoras, promoviendo de modo recursivo innovaciones adicionales y la transmisión intergeneracional de ideas y técnicas (Fabry, 2017), en un bucle iterativo cibernético-sistémico de retroalimentación positiva y negativa al mismo tiempo.

Sin embargo, también es cierto que, en el campo de la psicología y la intervención psicosocial, algunos métodos modernos, que los estudios empíricos validan como efectivos (Wampold, 2019), se asemejan mucho a −y en algunos casos surgen directamente de la recuperación de− prácticas y ritos terapéuticos ancestrales (Gissi, 2019).

Esto es acorde a la noción de Wilber de que la evolución de la consciencia humana opera mediante la progresiva diferenciación y la posterior integración de lo que antes se había diferenciado. Así, no dispondríamos de internet si no hubiese surgido la ciencia moderna diferenciándose de los mitos. Sin embargo, paradójicamente ahora internet, y la tecnología de la información y las comunicaciones en general, nos proporcionan acceso a conocimientos y esquemas mentales provenientes de antiguas culturas, algunos de los cuales pueden tener aplicaciones prácticas en nuestra época.

Referencias

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  • Wilber, K. (2001). Una teoría de todo. Kairós.

[1] Por ejemplo: “… la mayoría de los especialistas [psicoanalistas] siguen creyendo tenazmente en el mito de la “sexualidad” infantil polimorfa” (Jung, 1991, p. 23).

“Todo el movimiento freudiano se ha asentado fuertemente en la teoría sexual. Ciertamente, no hay pensador o investigador sin prejuicios que no reconozca instantáneamente la extraordinaria importancia de las experiencias y los conflictos sexuales o eróticos. Pero nunca se probará que la sexualidad es el instinto fundamental y el principio activador de la psique humana. Cualquier científico sin prejuicios, por el contrario, admitirá que la psique es una estructura extremadamente compleja (…) La biología, de hecho la ciencia en general, ha superado esta etapa: ya no reducimos todo a una sola fuerza manifiesta.” (Jung, 1978, p. 7)

[2] Utilizo aquí la palabra “conocimiento” en el mismo sentido que Barsalou et al. (2005), no como información que necesariamente tenga correlatos en el mundo físico objetivo sino en el sentido más amplio de “representaciones que las personas tienen sobre el mundo y sobre sí mismas (…) representaciones sobre los componentes de la experiencia (…) Debido a que las creencias religiosas pueden verse como conjuntos de representaciones componenciales que guían la acción, asumimos que constituyen una forma de conocimiento” (p. 18).