Las mil crisis de la pandemia

Si hay algo que la pandemia ha logrado visibilizar y acentuar son las profundas crisis que venimos arrastrando como humanidad. Temáticas como la desigualdad social, el racismo, la violencia de género han sido algunas de las problemáticas que han emergido en la discusión política, desde la protesta en las calles y redes sociales, hasta la (no) acción por parte de las esferas que concentran el poder. Pero también aparecen dos fenómenos que se entrecruzan en alguna medida con las problemáticas mencionadas y que demandan acciones concretas urgentes: la crisis ambiental y la crisis de salud mental.

Por un lado, este 22 de agosto se agotaron las reservas naturales del año 2020. Y, por otro lado, se han disparado las consultas por salud mental en Chile (véase Salud mental en crisis, Alza de consultas en salud mental) y en el mundo (véase Necesidad de invertir en salud mental). ¿Podrían estos dos fenómenos relacionarse en alguna medida? La ciencia parecer afirmar que sí. Estudios recientes han explorado la asociación entre las manifestaciones del cambio climático y problemas de salud mental en la población, empezando a vislumbrarse el impacto de la falta de cuidado hacia el medio ambiente en nuestro bienestar psicosocial (Berry, Bowen & Kjellstrom, 2010; Bourque & Cunsolo Willox, 2014; Obradovich et.al, 2018). Desde allí podemos hipotetizar un entrecruzamiento entre salud mental y sustentabilidad.

Mi propuesta es que existe una conexión significativa entre el desarrollo de una experiencia psíquica saludable y la actitud sustentable hacia el medio ambiente. ¿Y por qué? Porque considero que no es posible concebir la responsabilidad afectiva sin la responsabilidad ambiental, donde el “me cuido” no puede separarse del “te cuido”- en un sentido amplio. Y es que, así como nuestra psique está anclada a nuestro cuerpo, nuestra existencia está anclada a la naturaleza. Por tanto, si se busca un cambio interno desde una perspectiva de equilibrio y armonía, se vuelve necesario un cambio externo en la relación con la tierra que nos sostiene. ¿Pues, de qué me sirve hacerme cargo de mí mismx si no desarrollo esa misma ética de cuidado hacia el medio ambiente?

Salud mental y sustentabilidad

Una primera similitud entre salud mental y sustentabilidad es la pluralidad de definiciones que se les han asignado. En el caso de la psicología, distintas corrientes han propuesto su propia comprensión de qué se entiende por salud y enfermedad, lo que ha dado lugar a una diversidad de tratamientos terapéuticos. No obstante, en este caso entenderemos salud mental desde una perspectiva junguiana, donde existe un equilibrio entre las demandas externas e internas, entre los contenidos conscientes e inconscientes, lo que facilita el desarrollo personal (Quiroga, 2003).

Por su parte, acorde a Toman (2006) existe una discusión importante sobre qué se entiende por sustentabilidad, siendo ampliamente definida como aquel desarrollo que permite satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Sin embargo, esta definición resulta problemática por varios motivos, entre ellos porque pone al centro a la especie humana, en vez de proponer una consideración global del ecosistema y porque deja fuera variables sociales y políticas que pudiesen afectar su conceptualización. De esta forma, se entenderá sustentabilidad como un constructo sociopolítico, donde las acciones ambientalistas se van construyendo en la práctica cotidiana (Barr & Gilg, 2006).

En segundo lugar, si relacionamos salud mental y sustentabilidad, tanto en la decisión de búsqueda de ayuda psicológica como en el deseo de desarrollar una vida sustentable, el puntapié inicial es la toma de consciencia de que algo está mal. El reconocimiento de que es necesario un cambio. Y aquello es un proceso. De ahí la importancia de respetar los tiempos y las resistencias que pudiesen emerger. Pues el viaje es personal y la llamada, aquel momento de crisis inicial que genera inquietud y conmoción (Vásquez, 1981), puede manifestarse de distintas maneras y en distintos momentos. Sin embargo, no deja de ser cierto que esta pandemia acelera un tanto ese proceso. Ya no es simplemente personal, es colectivo.

Un tercer paralelo entre ambos fenómenos es la necesidad de cuestionar los estándares normativos, pues, así como el llegar a ser uno mismo implica diferenciarse, cuestionando los mandatos familiares y sociales que nos han moldeado (Jung, 1928; Von Franz, 1974), el adquirir una actitud sustentable demanda una deconstrucción de los patrones de consumo que hemos internalizado y las conductas dañinas hacia el medio ambiente que hemos normalizado. Y en este cuestionamiento, cobra vital importancia la exploración, que en el caso de una vida sustentable implica probar nuevas formas de consumo que hagan sentido, reconectarse con las necesidades del cuerpo y utilizar los recursos, información y talentos que se tienen disponibles para lograr este objetivo. De este modo, el ir incorporando paulatinamente comportamientos que se ajusten a esta nueva ética podría favorecer la permanencia de aquellas prácticas, un cambio que al ser posible de sostener en el tiempo instale la sustentabilidad a largo plazo.

Finalmente, un punto común – y lamentable – entre salud mental y sustentabilidad es la dificultad en su acceso. Particularmente, el estatus socioeconómico parece ser un factor obstaculizador en ambos casos, donde el acceso a una salud mental de calidad tiende a estar reservado para un sector privilegiado y también el acceso a prácticas saludables podría estar mediado por los recursos económicos disponibles. Por ejemplo, el costo de las atenciones psicológicas pudiese ser equiparable al costo de productos o servicios sustentables, que si se compara con los bajos ingresos que persisten en Chile resultan inalcanzables para la mayoría de la población. 

Crisis como oportunidad

Actualmente, es posible establecer que se ha instalado en nuestra cultura una lógica de dominación sobre la naturaleza, lo que nos sitúa en una profunda desconexión de nuestro aspecto animal, aquel que instintivamente reconoce la necesidad de vivir armónicamente con el medio donde se mueve. ¡Y qué simbólico resulta que justamente el coronavirus, una expresión de la naturaleza, sea quien nos lleve a cuestionar este paradigma!

De esta forma, la pandemia nos invita a revisar nuestros hábitos en un sentido amplio, desde chequear nuestro estado emocional, el cómo y con quién nos relacionamos, hasta incluso el qué y cómo consumimos. Por ejemplo, el origen del coronavirus ha llevado a reevaluar el real impacto de la industria ganadera en el cambio climático, así como los costos ambientales que genera el turismo en la vida silvestre, entre otras cosas. De allí que se presente una oportunidad única hacia la transformación, aquella que nos permita instalarnos en una ética de cuidado hacia nosotrxs mismos, lxs otrxs y el medio ambiente.

Entonces, ¿qué hacer? Si bien son fundamentales y tremendamente valorables los esfuerzos individuales para desarrollar ambas consciencias, esto puede no ser suficiente. En el ámbito psicológico, urge una ley de salud mental que garantice la cobertura de las necesidades psicosociales de la población (Errázuriz et.al, 2015), así como una mayor educación al respecto. Mientras que en el desarrollo de una consciencia ambiental se requiere la creación de mayores y mejores políticas públicas destinada a democratizar el acceso a prácticas sustentables, tales como la subvención y apoyo a emprendimientos sustentables que permitan disminuir los costos de sus productos y servicios, así como el incremento y mejoría de normativas destinadas a regular el funcionamiento de empresas que dañan el medio ambiente.

Finalmente, podemos decir que se requiere un cambio colectivo de consciencia que pueda situarnos en este nuevo paradigma, donde sea posible co-construir esta ética de cuidado que vaya más allá del “yo” y el “tú”. Que permita crear un “nosotros” desde una lógica dialéctica, donde lo individual alimenta lo colectivo – por ejemplo, a través de iniciativas locales que van interpelando a grupos de poder – y donde lo colectivo transforma lo individual – por ejemplo, donde cambios en las normativas obligan una modificación en el comportamiento de los individuos. Sólo en ese nuevo espacio de alteridad puede emerger una verdadera ética de cuidado que nos haga sentido.

REFERENCIAS

  • Barr, S., & Gilg, A. (2006). Sustainable lifestyles: Framing environmental action in and around the home. Geoforum37(6), 906-920.
  • Berry, H. L., Bowen, K., & Kjellstrom, T. (2010). Climate change and mental health: a causal pathways framework. International journal of public health55(2), 123-132.
  • Bourque, F., & Cunsolo Willox, A. (2014). Climate change: The next challenge for public mental health?. International Review of Psychiatry26(4), 415-422.
  • Errázuriz, P., Valdés, C., Vöhringer, P. A., & Calvo, E. (2015). Financiamiento de la salud mental en Chile: una deuda pendiente. Revista médica de Chile143(9), 1179-1186.
  • Jung, C. G. (1928). Las relaciones entre el yo y el inconsciente. En Jung, C.G. (2007), Dos Escritos sobre psicología analítica (Vol.7 OC). Madrid: Trotta.
  • Obradovich, N., Migliorini, R., Paulus, M. P., & Rahwan, I. (2018). Empirical evidence of mental health risks posed by climate change. Proceedings of the National Academy of Sciences115(43), 10953-10958.
  • Quiroga, M. P. (2003). CG Jung: vida, obra y psicoterapia. Desclée de Brouwer.
  • Toman, M. A. (2006). 41 The Difficulty in Defining Sustainability. The RFF reader in environmental and resource policy, 247.
  • Vásquez, A. (1981). Psicología de la personalidad en C.G.Jung. Salamanca: Sígueme.
  • Von Franz, M.L. (1974). El proceso de individuación. En Jung, C.G. (Ed.), El hombre y sus símbolos. Madrid: Aguilar.