Según Melanie Klein, la envidia es una expresión oral-sádica y anal-sádica de impulsos destructivos que opera desde el comienzo y tiene base constitucional. Según la autora, sus observaciones confirman las de Freud en cuanto al complejo de Edipo y a la necesidad de explorar el pasado y el inconciente del adulto para comprender al sujeto adulto.
Luego habla de la importancia de las relación de objeto pecho/madre-hijo, en la que si el hijo introyecta al objeto primario con relativa seguridad, el desarrollo el bebé será seguramente satisfactorio. Pero agrega que hay factores innatos que contribuyen a ese vínculo. Atribuye a los instintos orales el que el hijo perciba el pecho como su fuente de alimento, y, de un modo más profundo, como el origen de la vida misma.
«Esta íntima unión física y mental con el pecho gratificador restaura en cierta medida -si todo marcha favorablemente- la perdida unidad prenatal con la madre y el sentimiento de seguridad que la acompaña. Esto depende en gran parte de la capacidad del niño pequeño para catectizar suficientemente el pecho o su representante simbólico, la mamadera. De esta manera la madre es convertida en un objeto amado. Puede muy bien ser que el haber formado parte de la madre en el período prenatal, contribuya al sentimiento innato del lactante de que fuera de él mismo existe algo que le dará todo lo que necesita y desea. El pecho bueno es admitido y llega a ser parte del yo, de modo que el niño, que antes estaba dentro de la madre, tiene ahora a la madre dentro de sí.»
Luego matiza y dice que «Si bien el estado prenatal implica sin duda un sentimiento de unidad y seguridad, que este estado no sea perturbado dependerá de la condición psicológica y física de la madre y posiblemente de ciertos factores fetales aún inexplorados.»
Al menos en parte, continúa la autora, el anhelo universal por este estado prenatal (el deseo de volver al útero materno) podría ser entendido como una expresión del impulso a la idealización, una de cuyas fuentes es la fuerte ansiedad persecutoria que surge como consecuencia del nacimiento. «Cabría pues suponer que esta primera forma de ansiedad posiblemente se agrega a las experiencias desagradables del feto y que junto con el sentimiento de seguridad en el útero ellas anuncian la doble relación con la madre: el pecho bueno y el malo.»
Klein, empero, subraya la importancia de los factores externos en cuanto a la relación inicial con el pecho: nacimiento dificultoso, complicaciones tales, si el niño goza o no de alimentación adecuada y cuidados maternos, si la madre goza ampliamente con el cuidado del niño o sufre ansiedad y tiene dificultades psicológicas con la alimentación.
Klein señala que en todos estos casos, el niño queda menoscabado en su capacidad de experimentar nuevas fuentes de gratificación y por lo tanto no puede internalizar suficientemente un objeto primario realmente bueno y aceptar la leche con placer e internalizar el pecho bueno. Hay pues lo que ella va a denominar pecho bueno y pecho malo.
Según Klein, la frustración es el elemento que siempre entra obligatoriamente en la relación más temprana del bebé con la madre y el pecho. Según Klein ni siquiera una alimentación feliz puede reemplazar del todo la unidad prenatal con la madre. La ansiedad y no solo los deseos libidianales estaría en la raíz de la necesidad del niño por obtener el alimento sino también muestras constantes de amor.
Habría una lucha entre los instintos de vida y muerte y la consiguiente amenaza de aniquilación de sí mismo y del objeto por los impulsos destructivos que generaría esa ansiedad. «Sus deseos implican el anhelo de que el pecho, y luego la madre, supriman estos impulsos destructivos y el dolor de la ansiedad persecutoria.»
Parece ser que Klein identifica el instinto de vida con el amor y el instinto de muerte con el odio, que serían innatos, y que variarían de niño en niño en cuanto a su fuerza y en función de las condiciones externas.
Para Klein «el pecho de la madre, forma el núcleo del yo y contribuye vitalmente a su crecimiento.» El pecho no sería solo un objeto físico para el niño. De alguna manera existe en su mente, «alguna conexión indefinida entre el pecho y otras partes y aspectos de la madre.» Va más allá del alimento concreto, real, en tanto cual: intervienen fantasías y deseos inconcientes, de manera que muchas veces «éste permanece como fundamento de la esperanza, la confianza y la creencia en la bondad.» La envidia, dice Klein, «contribuye a las dificultades del bebé en la estructuración de un objeto bueno, porque él siente que la gratificación de la que fue privado ha quedado retenida en el pecho que lo frustró.
Por otra parte, sigue Klein, la envidia excesiva interfiere en una adecuada gratificación oral, intensificando los deseos y tendencias genitales. Interfiere además en la necesaria disociación primaria entre el pecho bueno y el pecho malo, lo que impide la estructuración del objeto bueno, lo que obstaculiza la de la personalidad adulta de manera integrada y plenamente desarrollada, ya que el sujeto no puede discernir entre lo que es bueno y lo que es malo.
Incide en la importancia de distinguir entre el objeto bueno y el objeto idealizado. Dice: «Una disociación muy profunda entre los dos aspectos del objeto indica que no son el objeto bueno y el malo los que se mantienen separados, sino un objeto idealizado y uno extremadamente malo. Esta división tan profunda y definida revela que los impulsos destructivos, la envidia y la ansiedad persecutoria son muy fuertes, y que la idealización sirve principalmente como defensa contra esas emociones … El pecho ideal es la contraparte del pecho devorador.»
Y sigue: «… Algunas personas se enfrentan con su incapacidad (derivada de la envidia excesiva) para poseer un objeto bueno, idealizándolo. Esta primera idealización es precaria, pues la envidia experimentada hacia el objeto bueno está destinada a extenderse hasta su aspecto idealizado. Lo mismo es valedero para la idealización de otros objetos y la identificación con ellos, a menudo inestable e indiscriminada. La voracidad es un factor importante en estas identificaciones poco discriminadas,- puesto que la necesidad de obtener lo mejor de todas partes, interfiere con la capacidad para seleccionar y diferenciar. Esta capacidad también está ligada a la confusión entre bueno y malo que surge en la relación con el objeto primario. … las personas que no fueron capaces de experimentar una felicidad suficiente en esta relación, son las que la idealizan en forma retrospectiva. … Mientras aquellos que han podido establecer el objeto primario con relativa seguridad son capaces de retener su amor hacia él a pesar de sus defectos, en otros la idealización es una característica de sus relaciones de amor y amistad. Esto tiende a desbaratar estas relaciones, ya que el objeto amado debe ser frecuentemente cambiado por otro, pues ninguno puede llegar a estar totalmente a la altura de lo esperado. Aquel objeto idealizado a menudo llega a ser percibido como un perseguidor (lo que muestra el origen de la idealización como contraparte de la persecución), y en él es proyectada la actitud envidiosa y crítica del sujeto.»
De acuerdo con Klein «… en cualquier período de la vida, bajo la presión de la ansiedad, la fe y la confianza en los objetos buenos pueden ser sacudidas. Pero son la intensidad y duración de tales estados de duda, desaliento y persecución los que determinan la capacidad del yo para reintegrarse y restablecer sus objetos buenos con seguridad.»
El cuanto al sentimiento de culpa es, muy posiblemente, una de las consecuencias de la envidia excesiva. Si el yo experimenta esta culpa prematura cuando aún no es capaz de soportarla, la vive como persecución, y el objeto que la despierta se convierte en un perseguidor.
La envidia excesiva que interfiere en la adecuada gratificación oral, actúa intensificando los deseos y tendencias genitales. El bebé se dirige demasiado pronto hacia la gratificación genital, lo cual socava la gratificación en la esfera genital y es frecuentemente la causa de la masturbación obsesiva y la promiscuidad, y lleva a que las sensaciones sexuales se introduzcan en todas las actividades, procesos mentales e intereses. En algunos bebés la huida hacia la genitalidad es también una defensa contra el odio y la tendencia a dañar al primer objeto hacia el cual tuvieron sentimientos ambivalentes.
Conclusión: si desde el vamos la relación madre-hijo (que va más allá de la relación con el pecho o el alimento en cuanto tales como elementos físicos), se ve perturbada por unos cuidados inadecuados, fruto de conflictos inconcientes de la madre y otra serie de elementos contextuales, el niño no puede introyectar ni estructurar su yo a partir del objeto bueno introyectado porque no acaba de discernir entre objeto bueno y objeto malo. Esto genera ansiedad persecutoria y las consecuentes envidia y voracidad. Pero además, lleva a que como defensa ante la falta de gratificación de sus necesidades y fantasías, que intensifican dicha ansiedad que la madre no es capaz de aplacar, hacen que el niño busque refugio en al menos dos mecanismos de defensa: la culpa y la prematura genitalidad que van a contaminar todos sus intereses, actividades y procesos mentales.
De todo lo anterior se deriva que las fantasías edípicas son consecuencia de una fallida relación madre-hijo temprana, y no una estructura innata como quería Freud -y mantiene Klein y otros-, según su formulación -errónea[1]-, del complejo de Edipo, lo mismo que la incapacidad para discernir entre el bien y el mal (muy propio de las psicopatías, pero no solo), y de madurar convenientemente para llegar a ser realmente un sujeto adulto.
En cuanto al instinto de muerte, Ronald Fairbairn, que se vio muy influenciado por la obra de Melanie Klein, considera sin embargo, que la idea de un instinto de muerte contiene una contradicción interna en la medida que todos los instintos son expresiones de vida. Todos los instintos son, pues, instintos de vida. Esa contradicción se ve claramente en las exposiciones de Klein. Para Fairbairn tampoco la libido se reducía a la energía sexual. La libido sería, más en línea con Jung, fuerza vital, energía psíquica en general, instintiva o no. La orientación de Fairbairn es psicológica y no biológica como mantienen Freud y también, aunque matizadamente, también Klein. Fairbairn llega a entender la energía psíquica como el impulso hacia los objetos (personas), lo que supone que lo que prevalece es la satisfacción de la relación interpersonal, la relación con las personas en la realidad, más que la descarga pulsional, poniendo así el acento en las relaciones amorosas.
Es también importante señalar que Fairbairn distingue entre tendencias apetitivas y tendencias reactivas. Las primeras serían el hambre, la sed, el sexo, la necesidad de defecar, la micción. Esto sería el principio del placer (búsqueda del placer y evitación del displacer). Las tendencias reactivas son las que implican un interés por el objeto: juego, experimentación, imitación, simpatía y también sexo cuando este involucra al objeto. De acuerdo con esto, cuando Freud habla de libido, se referiría a la tendencia sexual apetitiva. Así Fairbairn sienta las bases de su teoría de que el yo es un buscador de objetos, y que la energía psíquica es el impulso hacia los demás (no serían, como sostiene Klein, los instintos orales, o el hambre, los que hacen que el niño se prenda al pecho materno, sino la búsqueda del objeto). Esta sería la única manera de entender la actividad humana como significativa, que deriva de la idea de que la estructuración del yo (que para Fairbairn siempre es un proceso patológico[2]), resulta de las experiencias reales con las personas en el mundo.
[1] En mi escrito Acerca del complejo de Edipo. Una reformulación, expongo cómo Freud hace una lectura completamente sesgada del Edipo Rey de Sófocles. Se puede ver claramente cómo Freud proyecta en la obra su propia conflictiva relación nunca del todo analizada, con sus padres, proyección a partir de la cual deriva su teoría edípica.
[2] Fairbairn sostiene que en todos las personas existe una base esquizoide. El yo se disocia así en distintas partes según las relaciones que establece con las demás personas reales.