Eros y Psique es uno de los mitos más conocidos sobre el amor. Psique era una joven muy bella, la menor de tres hermanas. Tan bella que los hombres empezaron a tratarla como una encarnación de la diosa Afrodita. Afrodita, celosa, manda a su hijo Eros (Cupido) para que le lance una flecha que haga que Psique se enamore del ser más feo y ruin que exista. Eros se enamora al verla y desobedece a su madre. A Psique el oráculo le predice que se casará en lo alto de una montaña con un ser venido de otro mundo. Psique es abandonada en la montaña y Eros la rescata y la aloja en un palacio. Él va a visitarla todas las noches y le advierte que no puede nunca verlo, si lo hace huirá para siempre. Psique, al principio, vive feliz con este amante atento y afectuoso, hasta que sus hermanas envidiosas empiezan a meterle dudas, ¿se estará acostando con un monstruo?, ¿estará en peligro? Espoleada por la curiosidad una noche enciende una lámpara para mirarle la cara. Descubre al joven y bello Eros. De la lámpara cae una gota de aceite que despierta a Eros quien huye volando por la ventana. Después de muchas peripecias Eros y Psique acabarán siendo una pareja de dioses amantes que tendrán una hija llamada Placer. Pero esto no será antes de que Psique sea castigada por su curiosidad.
El mito tiene muchas interpretaciones muy interesantes, sobre todo desde la perspectiva junguiana (Ver Villalobos 2010). Pero quiero usar el mito como metáfora de la relación entre la experiencia y el pensamiento, o entre la confianza y el miedo-control. Ilustra la dificultad de vivir plenamente una situación si estamos controlando y racionalizando lo que se está viviendo. Como adultos, necesitamos confiar en la experiencia y en nuestra capacidad de vivirla. También tolerar el temor al futuro sin caer en el control. Es lógico pensar antes de tomar una decisión, pero luego lo intelectual debe estar al servicio de la experiencia y no al revés. Si intentamos controlarlo todo no llegamos a vivir.
La curiosidad está considerada como una de las fortalezas positivas del ser humano. Berlyne (1960, citado por Román, 2016) concibe la curiosidad como una energía, un estado motivacional persistente que lleva al comportamiento exploratorio. La sorpresa, lo novedoso, el conflicto cognitivo estimula las conductas exploratorias destinadas a resolver las situaciones incongruentes.
“La curiosidad es en realidad un proceso que se inicia con la observación atenta y acaba con la transferencia del conocimiento adquirido a los hechos de la experiencia cotidiana, cuyo propósito fundamental es el aprendizaje acerca del mundo” (Dewey, 1989, citado por Román, 2016)
La curiosidad y ansiedad están en relación (Spielberg & Starr, 1994, citado por Román, 2016). Un estímulo nuevo genera curiosidad y ansiedad. La ansiedad mueve a mayor numero y más variadas búsquedas y el índice bajo de ansiedad permite una curiosidad profunda con una búsqueda centrada.
Hemos visto en estos últimos años cómo han aumentado fenómenos relacionados con la búsqueda incesante de datos (como los llamados cibercondria y doomscrolling). En estos casos la curiosidad sana y estimulante se trasforma en un trabajo intelectual obsesivoide y estéril que tiende a paralizar a la persona.
En este momento muchas personas se dedican a hacer búsquedas interminables en internet para ampliar noticias catastróficas, para saber más de ese chico o chica que conoció ayer, de otras personas, o para intentar diagnosticarse la gravedad de un síntoma físico. Estos fenómenos, que parecen poner a prueba el límite de la curiosidad y de la búsqueda, son desencadenados por anticipar situaciones temidas. Tenemos una sociedad con poca tolerancia a la incertidumbre.
Sabemos que la incertidumbre provoca ansiedad. Nos movemos mejor entre certezas, aunque eso nos ponga en riesgo de aceptar engaños y juegos de ilusionistas. La intolerancia a la incertidumbre es mayor en personas con ansiedad y depresión (Toro et al., 2018), pero también hemos visto lo contrario. En situaciones especiales como la pandemia de COVID, o ahora en Europa con la Guerra de Ucrania, vemos cómo esta incertidumbre aumenta el sufrimiento psíquico, la ansiedad y la depresión se disparan.
De hecho, la incertidumbre es un tipo de miedo enfocado en el futuro. Y el único contrapunto que conocemos al miedo es la confianza. El Phobos (miedo) no se puede sentir a la vez que el Tharsos (confianza, coraje). Por ejemplo, sabemos por las estadísticas que en la cocina se producen muchos accidentes graves y, sin embargo, entramos en ella y nos movemos con confianza.
El miedo es inherente al ser humano. De él depende nuestra supervivencia y a veces también la condena. Actualmente hay demasiados discursos sobre “cómo quitarte el miedo”, consignas que, por su imposibilidad, conducen a la desesperación y el fracaso.
Hay algo más allá de lo bello y no se puede etiquetar con un sello no se llama esquizofrenia la enfermedad se llama miedo los locos son los cuerdos y quiénes los cuerdos quiénes si no ellos. (Laura Sam, Esquizofrenia/Un poema sobre el miedo)
Aristóteles señala el principio de destrucción que hay tanto en el exceso como en el defecto (Domínguez, 2006). El ser humano gana al mantenerse en lo intermedio, lo intermedio en el miedo y lo intermedio en la confianza, ya que tan peligroso puede ser el extremo en una emoción como en la otra. Esto concuerda con lo que sabemos del circuito cerebral del miedo. Aunque la amígdala dispare el miedo, es el córtex prefrontal quien lo maneja en cuanto a su expresión e intensidad (Sáchez-Navarro y Román 2004). Y el córtex prefrontal es una las sedes principales de lo que nos hace humanos, nos permite anticipar, reflexionar sobre lo que hacemos y modular la acción (García-Molina y Enseñat-Cantallops 2015).
Ser capaces de tolerar la tensión entre el miedo y la confianza nos ayuda a salir de los laberintos de la aprensión al futuro y el engañoso control “racional”. Sabemos que el verdadero control no es el intelectual, leer muchas noticias sobre la guerra o las nuevas enfermedades no nos ayudará a sentir menos miedo ni a estar más preparados para afrontar los retos del futuro. La curiosidad provee de un conocimiento que hay que transferir a la vida. La experiencia se vive, no se piensa.
Tenemos que apelar a la confianza como recurso interno. La confianza como término se relaciona con la esperanza y la seguridad. Son elementos más difíciles de racionalizar. Dicen que la confianza es ciega. En realidad, la confianza tiene mucho que ver con lo ya vivido, con la certeza de que poseemos recursos que nos permitirán resolver las situaciones que se nos presenten. Realmente no es ciega, sino que nos invita a dejar de buscar la respuesta fuera. Es mirar hacia dentro, hacia nuestras capacidades, nuestra intuición, nuestras fortalezas, nuestra capacidad de frustrarnos y nuestra capacidad de buscar soluciones y apoyos.
Esta mirada hacia el interior es la que nos permite también vivir y experimentar situaciones nuevas con la calma de saber que más adelante podremos aprehenderlas en su profundidad. Las cosas importantes de la vida necesitan de esta mirada interna y de esta paciencia.
Referencias
- Domínguez, V. (2003) El miedo en Aristóteles. Psicothema, 15(4), 662-666
- García-Molina A, Enseñat-Cantallops A. (2015)¿Es la corteza prefrontal el centro del universo? Revista de Neurología, 61(8) 372-376. https://doi.org/10.33588/rn.6108.2015259
- Román, J. V. (2016). La curiosidad en el desarrollo cognitivo: análisis teórico. Folios de Humanidades y Pedagogía, 6, 1-20
- Sánchez-Navarro J.P. y Román, F. (2004). Amígdala, corteza prefrontal y especialización hemisférica en la experiencia y expresión emocional. Anales de psicología, 20(2), 223-240
- Toro, R., Alzate, L., Santana, L. y Ramirez, I. (2018). Afecto negativo como mediador entre intolerancia a la incertidumbre, ansiedad y depresión. Ansiedad y Estrés 24, 112-118. https://doi.org/10.1016/j.anyes.2018.09.001
- Villalobos, M. (2010) A Puntadas Cuadernos de Mitología Griega y Psicología Arquetipal. Ed. Tiqué.
Isabel Calvo. Dra. en Medicina, equipo Asociación Con.ciencia.