Podemos coincidir en que la palabra “empatía” es muy usada actualmente. Casi que no hace falta explicar a qué hacemos referencia cuando nombramos esta cualidad. Pero ¿cuán importante es para la labor profesional? ¿Qué se necesita para ser empático? ¿Se nace o se hace?
Podemos aproximarnos a una definición aplicada con lo que Luis Moya Albiol (2018) expresa sobre esta cualidad. El autor explica que una persona empática puede ponerse en el lugar de los demás, que tiene facilidad para comprender lo que sienten y piensan los otros. Además, agrega que se trata de un complejo proceso psicológico de deducción, en el que la observación de los demás, la memoria, el conocimiento y el razonamiento se combinan para permitir la comprensión de los pensamientos y sentimientos de otras personas. Es por ello que, mientras para alguno puede ser algo simple y casi “innato”, para otros resulta un desafío y necesitan esforzarse por realizarlo.
En esta perspectiva, este autor nos sigue ampliando el concepto citando varios estudios científicos que revelan hay diversos factores que interactúan para lograr la empatía. Desde cuestiones genéticas que vienen dadas hasta la conformación de diversas zonas del cerebro, incluyendo diversas sustancias químicas como la oxitocina, por ejemplo. Pero no todo apunta hacia lo biológico, también hay un componente cultural, social y educacional, tanto en las experiencias vividas como en el ambiente donde fuimos criados y vivimos. Por este motivo, la empatía es un resultado de una interacción de factores biológicos y ambientales, que están en constante cambio.
Ahora bien, hablando específicamente de la labor en salud (ya sea profesionales de la salud mental o desde otra área que involucre lo humano) es importantísimo que tengamos en cuenta la impronta que tiene la empatía en el trabajo con pacientes. De esta manera estaríamos eliminando un componente objetivo del trabajo con pacientes, reduciríamos la automatización de procesos y le cargaríamos de un valor subjetivo y singular a nuestra profesión. Pero, para lograr aplicar correctamente la empatía al trabajo en salud, es necesario conceptualizar al ser humano no como un organismo que presenta alguna falla que necesite ser reparada, sino como una persona que sufre o padece y que, desde esa vulnerabilidad, busca un apoyo profesional.
Para agregarle más valor, Brink (1987) hablando sobre el psicólogo estadounidense Carl Rogers, dice lo siguiente: “Cuando se refiere a la empatía, Rogers no tiene en mente un mero paquete de aptitudes, sino un conjunto completo de habilidades (consciencia profunda y sensibilidad), actitudes (no crítico, abierto, respetuoso, flexible, confiado, sutil, amable, preocupado por el cliente, dispuesto a verbalizar lo que el cliente aún no ha dicho, e incluso dispuesto a equivocarse), así como capacidad de comunicación”.
Bohart y Greenbreg (1997) hablan, desde este punto de vista, sobre la “empatía terapéutica”, y la distinguen de otra empatía. Esta distinción, dicen los autores, no supone el reconocimiento de dos clases de empatía, sino la intención de estudiar los grados de su existencia más compleja. “La empatía terapéutica es un proceso interactivo destinado a conocer y comprender a otra persona con el fin de facilitar su desarrollo, su crecimiento personal y su capacidad para resolver sus problemas”.
Desde esta conceptualización más holística del paciente de la que hablamos, podemos abrirnos a la idea de cómo Marjory Gordon (2003) establece un sistema de patrones funcionales. Estos son una configuración de comportamientos, más o menos comunes a todas las personas, que contribuyen a su salud, calidad de vida y al logro de su potencial humano, y que se dan de una manera secuencial a lo largo del tiempo.

De esta manera, teniendo en cuenta todas las áreas en donde un ser humano busca funcionalidad dentro de su vida, ampliaríamos considerablemente el entendimiento del padecimiento, le daríamos más valor a la relación terapéutica y enriqueceríamos nuestra labor como soporte en salud. No basta con tener un cierto conocimiento de técnicas, soluciones o fármacos, sino también es necesario lograr agregarle a lo teórico la empatía y la cercanía al usar dicho conocimiento con fines de mejorar el estilo o calidad de vida del paciente.
Lo importante a tener en cuenta es que el hecho de empatizar puede ser trabajado, aprendido y desarrollado. Quizá sea más desafiante para unos que para otros, pero la conexión humana entre terapeuta/profesional de la salud y paciente es vital para un trabajo eficaz y que otorgue un valor agregado significativo. Puede que tengamos en mente la solución posible para el padecimiento del paciente que tenemos en frente, puede que sepamos que fármaco, que tratamiento, que estudio debe realizarse, pero no nos olvidemos que sigue siendo un ser humano que enfrenta miedos, creencias, dudas, inseguridades y que posiblemente esté en un estado de vulnerabilidad.
Bibliografía
- Albiol, L. M. (2018). La empatía: entenderla para entender a los demás. Plataforma.
- Bohart, A. C., & Greenberg, L. S. (1997). Empathy reconsidered: New directions in psychotherapy (pp. xv-477). American Psychological Association.
- Brink, D. C. (1987). “The issues of equality and control in the client-or person-centered approach”. Journal of Humanistic Psychology, 27, 27-41.
- Gordon, M. (2003). Manual de diagnósticos enfermeros. Elsevier Espana.