Lo vi, enrojecí, palidecí a su vista; Un tormento se despertó en mi alma enloquecida; Mis ojos ya no veían más, ya no podía hablar; Sentí todo mi cuerpo estremecer y arder. Fedra.
Se dice que el perverso hace del cuerpo un campo de experimentación, es probable que ante esta primera aseveración, podamos establecer una aproximación hacia esta estructura clínica por demás enigmática.
El psiquiatra francés Ernest Dupré decía en un congreso: «El término perversión es uno de los que se emplean con más frecuencia en el lenguaje psiquiátrico; lo encontramos habitualmente en las observaciones clínicas, los informes médico-legales y los certificados de internación […] Ahora bien, si se recorre la bibliografía corriente sobre alienación mental, si se consultan los grandes tratados de psiquiatría, no se encuentra en ninguna obra, ningún capítulo consagrados con ese título a ese tema».
Así sucedía en 1912. Pero, ¿Que pasa hoy?. Ese estancamiento del saber procede de la historia de la palabra perversión. Su sentido no deja de depender de la palabra de la que proviene: la perversidad. Ese sentido moral y religioso es primordial. En el ser humano hay una duplicidad, una moral insana: quiere el bien, cree en él y lo dice, pero hace el mal. Lleva acabo el acto de pervertere, nos dice su raíz latina, vale decir, de tergiversar el bien en mal. Lo que era bueno se desvía y se invierte en su contrario; se hablará así de efectos perversos.
La inquietud de la predicación eclesiástica consistió en indicar por la ley la frontera que no había que traspasar y castigar a quienes la transgredieran, pero la religión no tuvo ese poder apaciguador e inclusive cayó en su propia perversión, tratando de hacer el bien hizo el mal. Habría entonces que presentarse en la encrucijada médico-legal: una apelación del poder judicial al saber médico, así el juez interroga al médico: ésta fuerza que empuja al acto, perversa, es tan irresistible, ¿se debe a que el sujeto está enfermo y por lo tanto es irresponsable de su transgresión?, ¿se trata de perversidad moral o perversidad patológica?. Se hace semiología, inventario, nomenclatura para responder a los jueces. Se responde poco menos que a medias:
Esquirol denomina a esto monomanías instintivas.
Janet habla de la búsqueda de la excitación.
Al someterse esto al campo judicial para evitar reincidencias y proteger lo social, la psiquiatría de ese momento evita el progreso del conocimiento de las causas; el susodicho perverso no se considera como un enfermo. La mayoría de las veces se trata de hombres o mujeres respetables y respetados en su vida social, profesional y familiar, pero que tienen por lo demás, secreta y discretamente otra vida al margen de la mirada de los custodios del orden médico-legal. Es esta ausencia de demanda la que a su vez crea una ausencia de investigación.
A finales del siglo XIX se da un paso adelante con Magnan en 1885, con Krafft-Ebing en 1887, con Moll en 1893, ellos hacían referencia al instinto sexual. La sexualidad es la verdadera razón de la perversión en la medida en que el placer sexual puede llevar a la anormalidad.
Krafft-Ebing declaraba perversa cualquier exteriorización del instinto sexual que no responde a la meta de la naturaleza, es decir, a la reproducción cuando surge la oportunidad de una satisfacción sexual natural.
Así, la clasificación se modifica, se ordena y se diversifica según el objeto y la meta. Krafft-Ebing clasifica las perversiones de tal forma: “Las perversiones se clasifican en dos grandes grupos: en primer lugar, aquellas en las cuales la meta de acción es perversa, incluye el sadismo, el masoquismo, el fetichismo y el exhibicionismo; en segundo lugar, aquellas en las cuales el objeto es perverso, mientras que la acción las más de las veces, lo es como consecuencia: la pedofilia, la gerontofilia, la zoofilia y el autoerotismo”.
Quien sino Freud ofrece el carácter reprobatorio al uso de la palabra perversión.
¡Basta de condenas! Hay impropiedad (Unzweekmassigkeit), escribe Freud en los Tres ensayos de 1905.
En efecto, todos los niños son perversos polimorfos en cuanto a la meta (Ziel) y el objeto (Objekt), porque la sexualidad infantil es en su origen una libido de las pulsiones parciales con objetos pregenitales ( oral, anal, escópica, vocal). Ahora bien es universal, ya que todo ser humano ha sido niño: Frente al hecho, reconocido desde entonces, de que las inclinaciones perversas estaban ampliamente difundidas, se nos impuso la idea de que la predisposición a las perversiones era la predisposición original y universal de la pulsión sexual humana. Sólo la primacía ulterior de lo genital debía permitir la superación de las perversiones por unificación de las pulsiones parciales de la vida infantil en una sola pulsión totalizadora, dirigida hacia el llamado objeto genital heterosexual, de acuerdo con el modelo de la finalidad biológica de la reproducción. Justamente en este punto los psicoanalistas se dividen. Para algunos la perversión sería la persistencia a una fijación a una pulsión parcial: se trataría del signo de un retraso en el desarrollo y la evolución hacia la pulsión genital.
Freud no se conforma con definir la perversión como la negación del instinto cuya finalidad es la reproducción biológica. Avanza paso a paso. En primer lugar, efectúa la conjunción entre el descubrimiento de 1905 del fetichismo del pie o de la cabellera como aberración de orden sexual y, por otra parte, el descubrimiento de 1908 respecto de que entre las teorías sexuales infantiles están las consistentes en atribuir un falo a las mujeres. Ese lazo se anuda en 1910 con Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci: el fetiche es el Ersatz (sustituto) del falo de la madre.
De tal modo, Freud se encamina finalmente hacía una nueva definición de la perversión. Esta no es preedípica, al contrario, a partir del complejo de castración, la perversión recibe en 1927, en el articulo Fetichismo, su verdadero nombre: Una represión y una forclusión no, sino una renegación (Verleugnung), es decir, una doble posición a la vez: reconocimiento de que la madre no tiene falo y negación de este reconocimiento: la madre lo tiene a través del fetiche como falo desplazado. La perversión es renegar de la diferencia sexual: todas las mujeres tienen el falo.
Freud se mantendrá fiel a esta definición hasta su muerte, interrumpirá la escritura del famoso artículo comenzado en 1938: La escisión del yo en el proceso defensivo, en el que la Ichspaltung es el efecto mismo de la Verleugnung recaída sobre la presencia del falo en la mujer.
El comentario de Lacan, consiste en trazar la distinción entre simbólico, imaginario y real. Freud habla de la percepción visual de la ausencia de un órgano real en la mujer: Lacan desplaza a Freud: No se trata de lo real, sino de un falo imaginario y simbólico.
La argumentación se ordena en tres tiempos.
1.- La madre no tiene el falo.
Para el niño que no es psicótico, la significación del deseo de la madre no está forcluída; designa lo que le falta, es decir, el significado del falo como significante de su deseo. Ahora bien, ese simbólico no carece de efecto sobre lo imaginario. El niño ha recibido de su madre la significación fálica de su falta, puede entonces hacerse para ella objeto fálico como imagen (Lacan lo anota phi). El sujeto, varón o niña, es por la imagen de su yo lo que falta en la madre. Esa es la apuesta en el caso del no psicótico. La madre no tiene el falo, por lo tanto yo lo soy . . . ¡para ella!
2.- La angustia.
Pero esta posición no es evidente por sí misma. Como dice Lacan: Es siempre la cuestión de saber por qué medio, el niño dará a su madre ese objeto del que ella carece, y añade: “Todo el camino en torno del cual el yo conquista su estabilidad se construye, justamente, en la medida en que el muestra a su madre lo que no es. Si, pero ¿cómo estar a la altura del deseo de la madre?.”
De lo imposible de responder nace la angustia de castración. Por eso, sin duda, Lacan decía lo siguiente: “Si hay castración la hay en cuanto al complejo de Edipo, es castración. Pero no por nada se advirtió, de manera tenebrosa, que la castración tenía tanta relación con la madre como con el padre. La castración de la madre implica para el niño la posibilidad de la devoración y el mordisco.
Ser el objeto fálico imaginario para colmar el deseo de la madre es la angustia misma de ser tragado por ella. Freud hablaba de horror (Grauen) a la castración de la mujer. Lo hacía con referencia al fetichismo. En efecto, la perversión se origina allí como consecuencia de la angustia.”
3.- La madre tiene el falo.
Tal es la Verleugnung: renegación de la primera posición, según la cual la madre no tiene el falo. Así, el sujeto puede respirar: Postula el fetiche como sustituto del falo faltante en la madre. Ahí donde falta en ella el falo simbólico, el sujeto sitúa un fetiche como el falo imaginario.
La mujer, por lo tanto, tiene el falo en el marco del hecho de no tenerlo, decía Lacan. Es a la vez una cosa y la otra: Hay clivaje, división, disyunción. Y el fetichismo se convierte en el paradigma de toda perversión. El splitting por el lado del objeto materno tiene efecto de splitting por el lado del sujeto: Él es el falo y no lo es, porque la madre no lo tiene en cuanto deseante lo tiene como fetiche en cuanto está colmada. Así, el sujeto no elige entre ser o no ser el falo.
El fetiche es por consiguiente una defensa contra la angustia del deseo de la madre; por eso, sin duda, tiene la misma función que la fobia: Instalar una protección en un puesto de avanzada frente al peligro de ser devorado por el deseo insaciable del Otro.
EL DESAFÍO: ESTRUCTURA ELEMENTAL EN EL PERVERSO.
Es notable que una palabra permita nombrar esta estructura de desafío: es el término “perverso”. Es verdad que el término es eminentemente equívoco, y remite a una doble idea: moral, de perversidad y psicopatología de perversión. Pero, justamente esta ambigüedad remite a una verdadera «anfibología del desafío”, que actúa en el cruce del registro ético y del registro del deseo. El desafío remite efectivamente a un problema teológico capital que el mito de Don Juan testimonia: El del mal, pero es notable que el psicoanálisis lo encuentre sobre la vertiente psíquica: En el fondo la cuestión de la enfermedad del deseo. El perverso es justamente aquél que se confronta con la cuestión del principio mismo que pone en movimiento el lenguaje inconsciente: el del deseo. Pues el deseo encuentra, en su ser la cuestión de lo que se opone a él y lo funda simultáneamente, lo prohibido, instancia de la ley, término que aquí designa lo que tiene función de prohibido en la estructura inconsciente.
Podemos decir con precisión que el desafío es la modalidad específica bajo la cual el perverso se relaciona con la ley. A tal punto que la presencia de una experiencia de desafío es la referencia más segura de una estructura perversa con respecto al inconsciente.
El mito de Don Juan es aquí su expresión típica, puesto como tipo del perverso – en el doble sentido del término – él encarna la cuestión de la perversidad al mismo tiempo que el problema de la estructura perversa.
Para el Don Juan no hay más ley, que la ley de su deseo, el desconocimiento de la ley del deseo del otro fundamenta su accionar. El perverso se ve llevado a plantear la ley del padre (castración) como un límite existente para luego demostrar que se puede asumir el riesgo de franquearlo.
Don Juan desafía, ese es un principio de relación con Otro, no obtendría ningún provecho sino se dirigiese a la mirada del Otro: ¡Mira ahora lo que hago entonces!.
El sujeto, en su escalada de desafíos (repetición infinita de su acto de transgresión), es llevado a volverse más meticuloso, se vuelve más audaz y a su vez más «original». El perverso se hace el inocente, no en el sentido de una pura y simple simulación, sino porque esta comprometido en una relación extraña en la que está a la vez fuera de la ley. Esto remite al doble registro: rehusamiento de una rendición de cuentas y «mímica» del lenguaje de la ley, en el Don Juan estaría representado por un Don Juan inconsciente y un Don Juan cínico, aquél que roba a la doncella, pero ésta deberá poseer el ineludible requisito de estar prometida y comprometida con un otro, ese otro del acto moral, del acto costumbrista, Don Juan llega como el Héroe, para liberar, pero sobre todo a instaurar la ley de su deseo.
Plegaria
No me castiguéis en mi madre,
Y no castiguéis a mi madre por mi causa.
Baudelaire, Mi corazón puesto al desnudo.