A lo largo de la historia de la Psicología, tanto como ciencia teórica como disciplina aplicada, la concepción del terapeuta así como su función e importancia en la terapia ha ido cambiando dentro de las distintas corrientes de pensamiento. Podemos citar como ejemplo, la percepción psicoanalítica de Luigi Boscolo (emociones del terapeuta como objeto principal) en un extremo, y la postura estratégico-sistémica centra en la familia o individuo en el otro.

Con la llegada de la cibernética de segundo orden y el constructivismo, la atención se ha centrado no sólo en el individuo sino en su relación con el mundo y con él mismo. Este punto es importante, ya que el propio terapeuta forma parte del mundo del paciente por lo que el self del primero ha vuelto a ocupar una posición central.

Otra perspectiva a considerar es la de Bateson, quien defiende que la misión fundamental y necesaria para un correcto desempeño profesional, es que el terapeuta tenga conocimiento de sus premisas puesto que es la única forma de adquirir una postura evolutiva en el tiempo. Debido a ello, es importante que el terapeuta coordine su propio tiempo con el del paciente haciendo hincapié en la creación de una alianza terapéutica firme y una característica empatía que le ayude a posicionarse en el lugar del otro.

¿Y cómo puede conseguirse todo esto? Pues gracias a la intervención del equipo terapéutico, cuya función principal es aportar al terapeuta una supervisión del caso y un punto de vista externo. Otra de sus labores es la de generar hipótesis tanto sobre el cliente como sobre el propio terapeuta y sus emociones y pensamientos. El análisis de la interacción entre terapeutas y clientes por parte de un equipo terapéutico externo aporta además un segundo nivel de reflexión que intenta paliar la contaminación prejuiciosa del terapeuta.

Si nos fijamos en el modelo estratégico, podremos afirmar que la supervisión se encarga fundamentalmente de las técnicas oportunas para liberar al cliente de los síntomas. Sin embargo, desde el modelo sistémico donde el foco está centrado en la persona y su desarrollo y los resultados no son previsibles, el trabajo en equipo adquiere un papel muy importante.

Algo fundamental que ha aportado el trabajo en equipo es la pluralidad de perspectivas. Se podría asegurar en este sentido, que la formación sistémica llega a favorecer un proceso de internalización e introyección del equipo que podrían representar una «polifonía» en la mente del terapeuta. Con el tiempo, cada miembro del equipo aprende a situarse en un momento dado como observador, tanto del mundo interno del paciente como del externo y sus relaciones, así como del vínculo terapéutico o del nexo entre las ideas del cliente y las propias.

La ventaja que ofrece esta perspectiva y forma de trabajo es que, durante el periodo de formación, los profesionales tendrán la oportunidad de ocupar diferentes posiciones. La realidad que aportan estos distintos puntos de vista otorgará al terapeuta una amplia gama de herramientas y conocimientos que le serán de gran utilidad en su desempeño profesional.