Todos somos una transición y a través de nosotros hay algo que se realiza, que se “materializa”. Somos vehículo, pasaje, puente.
La madre, cuando es suficientemente buena, actúa como primer objeto transicional para el hijo, pero el padre, lo mismo, solo que somos distintos en cuanto a nuestra función, y no solamente, tal y como el niño la percibe o la alucina: la madre para el Hijo es lo concreto, lo terrenal, aquello a lo que el niño se puede “agarrar”, lo real, el fort-da, hasta que se define como un yo soy; el Padre, para el Hijo, es aquello que está detrás, que cobija, que ilumina, es el símbolo de lo real. Pero, la madre también es un símbolo y el padre también es real: si bien los padres sabemos que no somos los Reyes Magos ni dios, el niño, no, y nosotros “hacemos como” que lo somos y fluctuamos entre lo real y lo simbólico, ocupando una función u otra función, alternándonos: nos mostramos como onda o como partícula… Hay pues, una triangulación original, simbólica y real, que no es dañina como tal, en el sentido de que todos ocupamos alguna posición y/o función psicológica transitoria en dicho triángulo (que puede no ser el biológico), dentro del cual todos nos movemos continuamente, rotamos, continuamente, según nos lo dictan nuestros impulsos y nuestra intuición, luego, nuestra razón. Porque todos somos a veces, el Padre -la madre-, el Hijo… o… el Espíritu Santo… o al menos eso es lo que nosotros nos imaginamos. No hay pues, para nosotros, diferencia entre el símbolo “triángulo” y el símbolo “infinito”, el cual, al fin y al cabo, desatado, llega a ser simplemente circular (hablamos aquí de “el viejo problema filosófico del cambio […]: ¿cómo entender racionalmente que una cosa pueda cambiar de apariencia y seguir siendo la misma cosa? Hegel concibe la realidad como formada por opuestos que, en el conflicto inevitable que surge, engendran nuevos conceptos que, en contacto con la realidad, entran en contraposición siempre con algo. Este esquema es el que permite explicar el cambio manteniendo la identidad de cada elemento, a pesar de que el conjunto haya cambiado.”[1] El problema, o los problemas, aparecen cuando alguien quiere permanecer inamovible en algún sitio… y no comprende que la jerarquía está en el saber rotar… en el saber ocupar el lugar del otro… -lo que es empatizar-, que ninguna posición psíquica, es fija. Puede que el yin-yang con sus triagramas, apunten a lo mismo a lo que apunta nuestra occidental trinidad, quizás… aunque a mí me da que estos símbolos pre-científicos, que derivan del concepto más arcaico de dualidad, de binaridad, luz-oscuridad, Tierra-Sol, intuición-racionalidad, “fuerza-debilidad, alto-bajo, rigidez-flexibilidad, etcétera, representados por una línea continua (masculino) y una trunca (femenino) que forman los triagramas para la adivinación”… donde “El yin es el principio femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción. El yang es el principio masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración”…[2] El yin-yang reflejaría, en mi opinión, una visión cerrada del Universo, de la realidad. La circularidad de este símbolo es diferente: no hay apertura ni pasaje, no admite lo emergente, lo otro, no hay en él ni cambio ni transición, sino únicamente cierre. Ve el universo como una totalidad en la que no hay lugar para la individuación, lo emergente, para la movilidad, lo nuevo, lo mutante, la evolución o la regresión, lo diferente. Apunta a una quietud, a una negación/evitación de la conflictividad, del sufrir, lo que procura esa “tranquilidad espiritual” que nos da la imperturbabilidad que defienden. La idea de pasividad -la pasividad de la mujer, o la pasividad del Hijo-, es solo aparente porque, en este otro sentido, no somos meros recipientes… La idea de bisexualidad que exponen Groddeck, y Freud, es errónea, en mi opinión, igualmente: tenemos la potencialidad de ser mujeres u hombres pero luego, en el momento mismo de la concepción, genéticamente, nos diferenciamos: no es lo mismo que llevemos XY que XX en nuestros genes. El que fisiológicamente la diferenciación sexual fetal se produzca algo más tarde, unas semanas más tarde tras la concepción, no indica que seamos hembra-macho si no que fisiológicamente no somos ni lo uno ni lo otro, y no que somos ambos al mismo tiempo, que es diferente. Indica que aún estamos por definirnos para uno u otro lado, pero que esa definición es inminente y nos va a determinar. Se nos da un tiempo para la determinación, quizás, porque esta depende no solo de lo que establecen los cromosomas sexuales, si no también del deseo y del medio ambiente. El que luego, por influencias del entorno, el niño no se pueda, o no se quiera identificar con la persona de su mismo sexo, es otra cosa que hay que analizar. Lo mismo, el que existan sujetos hermafroditas, también es distinto. En lo psicológico, es la negación de la diferenciación biológica lo que nos lleva a creer que toda mujer y que todo hombre es bisexual. O sea, lo que nos molesta es la otredad, lo que no es idéntico a nosotros cuando por lo que sea no aceptamos la falta (despiertan en nosotros la envidia, nos rechazan, por ejemplo), o sea, cuando porque somos dependientes o diferentes nos hacen creer que, o creemos que algo nos falta porque el otro tiene algo que nosotros, no, lo cual es a su vez producto de un problema psicológico que el niño introyecta del otro o de los otros, a veces bajo amenaza de castración[3], y lo hace suyo. Pero esa falta es igualmente real: en otro sentido nosotros no tenemos esto y lo otro, y además señala una carencia original como seres que dependemos, nos relacionamos de y con los demás, y que es lo que despierta en nosotros el querer, el desear algo, la necesidad, y que es motor de cambio, empuje vital (aunque en el camino también se sufre.)
O sea, 1. El que seamos individuos, y distintos, no indica que no exista una totalidad; pero la totalidad es dialéctica, no cercena ni nuestra individualidad ni nuestra libertad o movilidad como partículas que somos de esa totalidad. 2. No somos eternos pero solo figuradamente -todo se transforma, nada se pierde…- nada es estático, salvo la muerte, todo se mueve.
Nos deprime y nos molesta el ser solo… los objetos transicionales para el, o lo otro, que adviene. El Ello, de Groddeck[5], la vida, lo existente, que pasa a través de nosotros. “La imaginación corriente capta la identidad, la diferencia y la contradicción, pero no la transición de lo uno a lo otro, que es lo más importante, cómo lo uno se convierte en lo otro.”[4] “No es el hombre quien vive, él es vivido por el Ello.”[6]
[1] Yin y yang https://es.wikipedia.org/wiki/Yin_y_yang
[2] Dialéctica https://es.wikipedia.org/wiki/Dial%C3%A9ctica
[3] Kancepolski, L. Más sobre el caso Juanito https://www.psiconetwork.com/mas-sobre-el-caso-juanito/
[4] ibídem
[5] Ávila, L.A., “Ello duele” — Dolor y sufrimiento en Freud y Groddeck. https://www.alsf-chile.org/Indepsi/Georg-Groddeck/Ello-duele-dolor-y-sufrimiento-en-Freud-y-Groddeck.pdf
[6] ibídem