En psicoterapia hablamos con frecuencia de cambio. Según el enfoque de cada terapeuta, cómo se entenderá el cambio y qué será aquello que postulamos debe cambiar, es variable, pudiendo referir a lo que el paciente piensa, siente (o cómo regula lo que siente), su forma de relacionarse, conductas específicas, sus significados personales, patrones o esquemas tempranos, entre algunos ejemplos, pudiendo darse cambios aislados (p.e.: de una conducta específica) o como una concatenación de variables, muy probable e idealmente, pues de esta forma dicho cambio personal tendría una mayor garantía de sostenibilidad en el tiempo.

Pretender comprender y promover la experiencia de cambio en psicoterapia desde un enfoque en particular, puede ser práctico y conveniente, en especial para el terapeuta que busca validación de sus métodos, y por esto es que hace ya varias décadas adquirieron relevancia los estudios de resultados y procesos, sin duda necesarios, pues permiten dar sustento, coherencia y un desarrollo organizado en el tiempo tanto a las teorías como a sus prácticas clínicas vinculadas. Sin embargo, no cabe comprender ni hacer una valoración de la experiencia de cambio en psicoterapia exclusivamente desde juicios técnicos o instrumentos estandarizados (cuestionarios), pues estos responden siempre a una comprensión abstracta y externa, que no abarca la experiencia personal del paciente en forma íntegra, ni mucho menos la de su entorno inmediato. Bajo esta lógica, ¿podría haber en psicoterapia cambio sin mejora o mejora sin cambio? ¿Qué o quién define que aquello ocurra?

Quien sufre busca alivio, y esto suele constituir el objetivo que moviliza consultar con un especialista. Si el sufrimiento desaparece o disminuye significativamente, es probable que el paciente quiera poner fin al tratamiento. En casos de sufrimiento muy intenso, es posible que los pacientes quieran prevenir su reaparición, aprender o saber cómo (el “know how”) se gestó y agravó su situación problemática o de enfermedad, lo que requerirá ahondar en el conocimiento sobre sí mismos, más allá del área exclusiva o de la naturaleza del sufrimiento vivido (angustia, pena, estrés, etc.).

La variable relación terapéutica, que entra en juego desde el primer momento de encuentro o contacto entre paciente y terapeuta, depende de elementos fundamentalmente humanos, muy simples, no operacionalizables y distintos para cada caso. Cabe decir en este punto que la experiencia relacional que ganamos los terapeutas en nuestro quehacer es invaluable. Habiendo asumido el carácter único de cada proceso terapéutico, desde su inicio, me atrevo a sentenciar que sólo el paciente, o cliente, tendrá los medios para evaluar cambios personales, en su propio lenguaje, y con un impacto inmediato que habrá de evolucionar en el mediano y largo plazo, sin ser dicha evolución necesariamente previsible. El lenguaje y la comprensión teórica y las técnicas específicas del terapeuta pueden facilitar una comprensión más acabada por parte del paciente acerca de su padecer y proceso de resolución o elaboración dado en el tiempo de terapia. Pero al igual que cualquier otro aprendizaje, la información decanta y va siendo siempre reprocesada económicamente en el tiempo; aquello que tuvo un sentido real y profundo en un momento de vida (p.e.: en la adolescencia) puede perderlo en períodos posteriores, o necesitar ser resignificado, enriquecido, por la demanda ineludible de la experiencia de vivir, y por los procesos madurativos personales y naturales entrelazados con dicha experiencia. Por todo esto es que la psicoterapia no debe ser entendida como la transmisión – del terapeuta al paciente – de recetas o tips para vivir mejor, sino más bien como un punto de inflexión en donde el sentido personal y la experiencia vivida llegan a desajustarse más allá de lo acostumbrado o previsible, dentro de un proceso de cambio dinámico y constante.

Bajo esta comprensión, los cambios dados en psicoterapia son algunos de entre los tantos posibles en la vida, sólo que en éste contexto gozan de un carácter guiado. La experiencia personal de cambio dada en psicoterapia o en cualquier otro contexto, tiene también un carácter decisional o volitivo, es decir, que para asentarse en el tiempo y permitirnos configurar un versión más saludable de nosotros mismos requiere de un trabajo permanente. Así como una relación de pareja debe ser cuidada para sostenerse, aún previo a esto, se debe conocer y saber cuidar la relación que cada uno de nosotros tiene consigo mismo, pues sólo de esta manera podrán determinarse y orientarse cambios satisfactorios. Y muchas veces lo que realmente necesitamos no es un cambio, sino un sincerarnos personalmente con qué y cuánto de lo que hacemos está en línea con lo que profundamente deseamos para nosotros; siendo el sufrimiento sólo una invitación a tomar decisiones y actuaciones coherentes, genuinas, o simplemente saludables.