El Dr. Humberto Maturana, Premio Nacional de Ciencias en Chile y unos de los profesores más queridos y reconocidos en su área, en la inauguración del curso académico en el año 2017 en la región del Biobío en Chile, decía que cambiar el mundo dependía de que nosotros, las personas adultas cambiásemos, porque así todo resultaría cambiado.

Ocuparnos de nosotros como personas adultas sanas, es una labor que requiere atención constante, disciplina y tiempo, una acción necesaria ya que incide directamente en como se transformarán nuestros niños, niñas y adolescentes, en definitiva, el mundo que construyamos. Hoy en día esto se hace más accesible ya que tenemos las pruebas científicas de que podemos activar la consciencia plena y percibir momentos en que nos transformamos, con nosotros y con los demás. (Estévez-González y cols, 1997).

Cuando nos damos cuenta en nuestra vida adulta, que atravesamos una revolución paradigmática y tecnológica en medio de una crisis sanitaria, se hace evidente y necesario ocuparnos del cambio que transforma cada área de nuestro vivir; cómo pensamos, sentimos y hacemos. Si nos detenemos a pensar un momento, todo va modificándose y al responder estás preguntas: ¿Qué hacíamos hace cinco años atrás? en el ámbito personal, familiar, laboral y planetario, podríamos comprenderlo fácilmente.

Detenernos cada cierto tiempo a percibir qué siento en medio del vivir que vivo, cómo estoy procesando todo lo que sucede a mi alrededor y en qué etapa de tránsito estoy, tiene que ver con la práctica de la contemplación plena, con observarse a sí mismo, con procesos de re-flexión y de cambio consciente. Tiene directa relación con el área de autoconocimiento humano y desarrollo personal, para comprender cómo funcionamos y cómo podemos darle más calidad a los procesos que realizamos al acoplarnos con el entorno. En este sentido, una persona adulta que no se conozca, no se estime y sepa quién es y hacia dónde va, se verá afectada de diferentes maneras en sus áreas sociales. Sin embargo otra persona que sí se conoce, quiere, sabe quién es y a dónde se dirige, o por lo menos, durante un tiempo de su vida, supone un mayor autoconocimiento, que es lo que tendríamos que hacer como adultos en lo cotidiano. Este proceso de “darse cuenta” y sentirse en mal o bienestar, se puede estimular voluntariamente ya que está dentro de las diversas habilidades socio-emocionales que traemos incorporadas (Bisquerra, 2009).

Paralelo a esto o debido a esto, existen espacios de desarrollo humano emocional, destinados a aumentar el autoconocimiento de una manera metódica, didáctica y estimulante, que permita a cualquier persona, mejorar sus habilidades sensoriales, perceptuales, o psicofísicas de manera de poder enfrentar cambios e incertidumbres del momento, con mayor plasticidad y flexibilidad conductual.

En este sentido el genograma o árbol genealógico puede ser una herramienta gráfica adecuada. Se trata de un instrumento en donde se registra información sobre el sistema familiar, de al menos tres generaciones y se presenta como una forma efectiva de conectar con los orígenes emocionales y puede ser guiada por profesionales en un ambiente protegido y con actividades co-inspiradas en la psicología Sistémica, el Psicodrama, el Teatro terapéutico, entre otras técnicas psicofísicas.

El genograma o árbol genealógico desde un punto de vista sistémico, aborda las emociones que nos crearon, se pregunta por la vida y la muerte, por cómo pensaban nuestros antepasados y en qué contexto cultural estaban. Pero también aborda la práctica de la percepción sensorial y emocional, del aquí y ahora, del momento presente y además se pregunta por el cuerpo.

¿Quién hubiera dicho que, al hablar del árbol genealógico, hablaríamos del cuerpo humano? El cuerpo se presenta en este trabajo como primera repetición del sistema familiar que podemos observar, es un cuerpo que emociona y se relaciona, que se genera después de que dos progenitores se acoplan estructuralmente hasta llegar a traspasar la vida que está en constante movimiento. Esta forma de relacionarnos para reproducirnos a nivel celular es la que se conserva con el tiempo y forma parte de nuestras raíces, luego todo el contexto social que crea un individuo, se va edificando sobre esta base biológica.

Una vez que hemos reconocido el cuerpo, “la raíz”, a la llegada de un bebé, por ejemplo, y puedo reconocerlo como parte de la familia, viene el tronco del árbol que es la segunda repetición de fácil reconocimiento y que todos llevamos como marca social: El Apellido.

Se considera la señal verbal que identifica al grupo familiar y que nos habla del sentido de pertenencia al clan. El apellido sería el tronco del árbol, ya que todas las personas de un grupo familiar que lleven esta señal, estarán unidas por una rama, vinculada al tronco que esta lleno de historias de creencias, lealtades, límites y normas basadas en emociones. Estas características específicas marcarán la diferencia entre las demás familias.

En las relaciones familiares creamos redes de conversaciones desde donde distinguimos una señal identitaria biológica (sanguínea) y otra cultural (el apellido) desde ahí generamos las relaciones familiares en todos los contextos donde se habita.

La creación de vínculos esta cargada de emociones de todo tipo de intensidades, y muchas de ellas se traspasan generación tras generación, emergiendo también en el presente de manera consciente e inconsciente. Aquí vamos reconociendo que tenemos una carga heredada de emociones sobre la que generamos el presente y que es objeto de estudio de la psicología transgeneracional. En el ámbito terapéutico, Manuela Maciel (2014)  quien es Psicóloga clínica experta en Psicodrama, en una publicación en la Revista Brasileira de Psicodrama, habla de este enfoque como un hacer basado en pruebas clínicas y científicas “que demuestran que nuestros ancestros siguen vivos”, “como campos de fuerzas de información que parecen tan activos como nuestro código genético” y es aquí donde el genograma o árbol genealógico colabora en la recopilación de información para formular hipótesis y generar tratamientos, cumpliendo así una de sus funciones; brindar información en el área de la salud.

En el campo de la Metagenealogía, sus creadores Alejandro Jodorosky y Marianne Costa (2012), ubican el trabajo del árbol genealógico como parte fundamental del desarrollo personal, pudiendo llegar a un “meta-concepto” de todos los acontecimientos que cada persona haya podido percibir, lo que amplía el conocimiento de sí mismo.

Desde este enfoque se dice; “yo soy el árbol genealógico” y al observarlo, me observo, evidenciando un proceso de reflexión que hace que se pueda conocer lo que se desea conocer mejor, que es uno mismo. La recomendación es a dedicar tiempo de calidad al proceso.

En el ámbito psicopedagógico cualquier proceso educativo es significativo si quienes lo realizan, lo hacen con sentimiento, y si esta idea la extrapolamos a la familia, con mayor razón el vínculo afectivo significativo tiene que estar presente en las relaciones que se generan, pero… ¿somos consciente de cómo lo hacemos?

La salud emocional familiar dependerá de estos temas, de las acciones de cada integrante. El cuidado y la calidad de las relaciones pueden mejorar en función de que los adultos mejoren.

Hoy sabemos que, en educación, la afectividad es el motor principal de los procesos significativos de aprendizaje, con mayor razón en el ámbito familiar también lo es, y en medio del estrés que viven muchas familias lo que viene bien es destinar tiempos de reflexión para este objetivo. En este sentido, cualquier espacio cotidiano puede ser aprovechado para trabajar en la percepción de lo que se siente, luego poniéndole nombre a cada sentir, sin juicio a lo que se dice, si no, activando la escucha activa a nuestro diálogo interior para luego hacerlo con los demás.

Entonces, la invitación a la persona adulta es a iniciar un proceso de autoconocimiento desde la atención plena al cuerpo, a lo sensorial que le da la información necesaria del mundo que habita. Y el gran trabajo es percibir lo emocional sin necesariamente entrar al área terapéutica, sino aprendiendo a identificar cuándo estoy entrando en este límite y si es así, poder tomar decisiones más acertadas al respecto.

En definitiva, no se puede cambiar algo si no se conoce, por ende, la sugerencia es a entrar en espacios para revisar nuestros procesos internos, el “cómo estoy” y realizar así una labor preventiva en materia de salud emocional que incidirá en el mundo que creemos. Y una de las herramientas que estimula este proceso es la del árbol genealógico o genograma, que llevada desde el enfoque sistémico no solo sirve para conocer el origen, sino que también se ocupa de explicarnos cómo es que habitamos las relaciones y emociones que creamos en el presente cambiante, actividad que cada persona adulta que quiera comprender y reflexionar más acerca de lo que hace una familia, le va a venir bien realizar al menos una vez en su vida.

Referencias Bibliográficas

  • Bisquerra, R. (2009).  Psicopedagogía de las emociones. Síntesis: Madrid- España.
  • Estévez-González, A., García-Sánchez y Junqué, C. (1997) La Atención, una compleja función cerebral.  Revista de  Neurología 25: 1989-97.
  • Maciel, M. (2014). El uso del psicodrama en la psicoterapia transgeneracional. Revista Brasileira de Psicodrama [online]. vol.22, n.1, pp. 92-99.
  • André, C. (2013). La meditación de consciencia plena. Las huellas del estrés. Psicoterapia.  Revista Investigación y Ciencia.
  • Jodorosky, A y Costa, M. (2012) Metagenealogía, Siruela, Barcelona (España).

Artículo escrito por Eli Stolle, psicopedagoga sistémica, máster en biología-cultural, colaboradora Asociación Con.Ciencia