El envejecimiento supone un éxito del ser humano en su empeño por dilatar los años de vida de la mano de los avances de la medicina y el aumento también de la calidad de vida.
Los avances médicos han supuesto un cambio en la pirámide poblacional y al mismo tiempo la aparición de lo que se ha llamado una cuarta etapa vital.
La etapa de tercera edad, que incluiría desde los 60-65 años hasta los 75 años, se ha quedado corta para describir edades más tardías que se han alcanzado y mantenido con creces en la población general. Así, se propone una cuarta etapa que empezaría a los 75 años y se alargaría hasta el final de la vida. Justo esta etapa es la que ha experimentado un incremento notable en la pirámide poblacional en los países desarrollados. La tercera edad, en cambio, se ha sostenido estableciéndose como una etapa donde se tiene mayor calidad de vida, manteniendo los mayores en la actualidad una autonomía total salvo en casos de enfermedad, y conservando también un estilo de vida parecido a otras etapas previas.
Asociados al envejecimiento se producen una serie de cambios tanto a nivel físico como funcional. Tenemos que estar alerta de los cambios que se producen en nuestros mayores para discernir si entran dentro del los cambios que podemos atribuir a la normalidad o, si en cambio, son debidos a otros procesos patológicos.
Si es cierto el envejecimiento conlleva una serie de perdidas progresivas también lo es el establecimiento de otras habilidades que habitualmente no son atendidas ni puestas en valor.
El envejecimiento biológico es inevitable, se ocasiona una serie de cambios estrechamente vinculados con la propia genética o herencia biológica pero están mediados por la historia personal y los factores ambientales. Suponen alteraciones en el propio cuerpo: la aparición de arrugas, manchas, pérdida de elasticidad de la piel, aparición de canas, calvicie, cambios en la estructura metabólica y celular…; y cambios cognitivos asociados a una disminución del rendimiento en una o varias de las funciones cerebrales, como la memoria, el pensamiento abstracto, la habilidad viso-espacial y la constructiva, el cálculo, la orientación, el lenguaje, el razonamiento y la capacidad de juicio, etc. Todos estos cambios varían de una persona a otra, ocurren de forma progresiva y son afectados por los distintos estilos de vida, la trayectoria educativa, la dieta y el ejercicio físico entre otras variables.
En el patrón normal de envejecimiento, a nivel cognitivo se produce un declive progresivo de CI, considerándose que la perdida de CI manipulativo sufre mayor desgaste que la inteligencia verbal, y la inteligencia fluida mayor deterioro que la cristalizada. Y aunque esto se ha aceptado así, hay que destacar que los estudios no son concluyentes debido a la escasez de investigaciones longitudinales.
Diversos factores influyen en los resultados sobre inteligencia: la educación recibida, las enfermedades (entre ellas las que conllevan perdidas motoras), hay mayor número de estudios trasversales que longitudinales, de lo que también se desprende que la población a investigar ha sido poco evaluada anteriormente con las implicaciones que eso tiene. Otro aspecto reseñable es que la evaluación se realiza, con mayor frecuencia con la escala WAIS y esta está muy mediatizada por el nivel educativo.
En cuanto a otras capacidades cognoscitivas, se produce una disminución de la capacidad atencional, enlentecimiento de la velocidad de procesamiento de la información, y disminución de las funciones ejecutivas, aunque se conserva casi intacta la capacidad de razonamiento. El lenguaje, igualmente, permanece conservado en el envejecimiento normal. En cambio, la memoria se ve disminuida aunque no todos los tipos de memoria se ven influenciados de igual manera. Así, la memoria sensorial se conserva mejor que otros tipos de memoria.
La ejercitación de la memoria, y de otras funciones, repercutirá en que exista un mejor mantenimiento de las mismas. Al mismo tiempo, hay que considerar en nuestras valoraciones que la pérdida de memoria se puede deber a rasgos de personalidad, rasgos depresivos u otras patologías degenerativas.
El envejecimiento cerebral normal no se asocia a ninguna patología. Entre el envejecimiento normal y el patológico algunos autores describen el Deterioro Cognitivo Leve como un estadio donde las pérdidas cognitivas son más marcadas que las esperadas por la edad y que pueden desembocar en demencia.
Como en cualquier otra etapa de la vida se tienen que evaluar todas las áreas en las que tiene lugar el comportamiento humano. Y registrar no sólo la pérdida de funciones sino también las capacidades que se conservan, la flexibilidad para adaptarse a los cambios, y el apoyo social que tiene el anciano y el que él mismo percibe.
Otro aspecto a considerar en la exploración de la vejez es que esta etapa incluye multitud de cambios a los que hacer frente y que pueden estar mediando en aspectos cognitivos.
En esta etapa se concentran sucesos dolorosos como la pérdida y el duelo de seres queridos, la marcha de los hijos del hogar, la jubilación y el cese de otras responsabilidades como el cuidado de los hijos o incluso nietos. Es fundamental, la gestión que se haga de ese tiempo y la actitud con la que encaren los mismos.
La sociedad occidental marca la vejez como una etapa de perdidas, y se fijan estereotipos de enfermedad, falta de autonomía, e incluso falta de interés. Por ello mismo, el anciano se cierra en sus posibilidades y no cree oportuno realizar actividades placenteras que en cambio sí le apetecen. Un cambio en esta percepción por parte de él mismo como de los seres queridos que están cerca es esencial para que en la vejez se sigan sintiendo útiles y capaces, y lo que es más, felices.
Procurar estilos de vida saludables y activos en los mayores proporciona mejoras en el estado de salud, física y mental, y las capacidades cognitivas. El apoyo social aquí es imprescindible para que el mayor se siga sintiendo útil y siga siendo activo/a.