El condicionamiento clásico, forma de aprendizaje asociativo descubierta a comienzos del siglo XX por el reflexólogo ruso Ivan Pavlov, ha sido conceptualizado desde distintos paradigmas teóricos.

Pérez-Acosta y Cruz (2003) distinguen 4 enfoques desde los que se ha abordado el condicionamiento clásico: 1) Reflexológico (el abordaje inicial de autores como Ivan Pavlov y Vladimir Bechterev, representantes de la corriente teórica de la reflexología rusa; 2) Conductista (aquí podemos mencionar a John Watson y B. F. Skinner); 3) Cognitivo (representado por psicólogos como Robert Rescorla, Leon Kamin y Peter Holland, que estudiaron el rol de la atención y las representaciones mentales de los estímulos durante el aprendizaje de las ratas) y 4) Neurobiológico (con estandartes como Eric Kandel y Joseph LeDoux).

Tradicionalmente se pensaba que el condicionamiento clásico ocurría automáticamente siempre que se presentaran juntos repetidamente dos estímulos, uno de ellos denominado por Pavlov (1927) “estímulo condicional” y el otro “estímulo incondicional” (las palabras “condicionado” e “incondicionado”, debidas a una mala traducción inicial, posteriormente se masificaron). Pavlov utilizó estos términos para referirse a que el primer estímulo solo desencadenaba una respuesta fisiológica de manera condicional, esto es, una vez que había sido emparejado varias veces con el otro (el incondicional), que desencadenaba tal respuesta de manera innata. El caso más conocido es el de los perros que salivaban incondicionalmente al percibir comida, pero tras el entrenamiento llegaban a salivar frente a otros estímulos como un timbre o el solo hecho de ver al experimentador que sabían que los iba a alimentar.

Cognición en el condicionamiento animal

A fines de los 1960s el psicólogo experimental Leon Kamin descubrió el fenómeno del “bloqueo”, que evidenció que no basta con que dos estímulos se presenten varias veces juntos para que exista condicionamiento. Kamin utilizó dos grupos de ratas, el grupo experimental y el grupo control. Al grupo E se le presentó varias veces un ruido seguido de una descarga eléctrica, y al grupo C no. En la segunda fase del entrenamiento, ambos grupos recibieron varios emparejamientos de un estímulo compuesto formado por una luz y el mismo ruido presentados juntos, y luego la descarga. Posteriormente se puso a prueba a los dos grupos con la luz sola. Lo que ocurrió fue que las ratas que habían sido entrenadas solamente con el estímulo compuesto aprendieron a temer a la luz. En cambio, las ratas a las que inicialmente se había presentado el ruido solo y la descarga no aprendieron nada acerca de la luz (sus respuestas de temor a la luz fueron casi nulas). Así, el entrenamiento inicial con el ruido “bloqueó” (impidió) el aprendizaje sobre la luz.

Kamin explicó esto señalando que al haber aprendido que el ruido predecía la descarga, los animales del grupo E durante los ensayos con el estímulo compuesto encontraban un E.I. (descarga) que no era sorpresivo, pues ya el ruido les permitía predecirlo. En palabras de Kamin:        

“…quizás, para que ocurra un incremento en una conexión asociativa es necesario que el E.I. requiera algún “trabajo mental” por parte del animal. Este trabajo mental solo ocurrirá si el E.I. es impredicho: si en algún sentido “sorprende” al animal.” (Kamin, 1969, p. 59)

Este estudio y otros similares llevaron a una ola de investigaciones experimentales desde los años 1970s sobre el rol de la atención de las ratas a los estímulos y el carácter sorpresivo o informativo que estos debían tener. Además de Kamin, investigadores como Peter Holland, John Pearce, Robert Rescorla y Allan Wagner realizaron estudios que parecían indicar que es necesario que las ratas presten atención a los estímulos, y postularon que los animales procesan representaciones mentales de los mismos (Holland, 1981, 1993; Mackintosh, 1975; Pearce, 1998; Pérez-Acosta et al., 2003; Pickens y Holland, 2004; Rescorla, 1978, 1988).

En un artículo de 1990, Holland describe experimentos con ratas que sugieren que, bajo ciertas circunstancias, los E.C. gatillan un procesamiento perceptual del E.I. en ausencia de este último. Esto se relaciona con la visión más moderna del condicionamiento como una asociación entre estímulos, y no ya solamente entre un estímulo y una respuesta (Rizley & Rescorla, 1972).

Uno de los experimentos consistió en que se presentó a ratas un tono (sonido) 1 seguido de un alimento 1 y un tono 2 seguido de otro alimento 2. Después, en ausencia de cualquiera de los alimentos, el tono 2 se emparejó (fue seguido de) toxinas que causan malestar (enfermedad). Posteriormente se proporcionó a las ratas la oportunidad de consumir cualquiera de los alimentos si lo deseaban. Todas las ratas habían adquirido una mayor aversión al alimento 2 que al alimento 1 (consumieron, en promedio, un 46% más de la comida 1 que de la comida 2). Al parecer cuando se emparejó el tono 2 con la enfermedad, el tono 2 había activado el recuerdo del alimento 2 (con el que antes había sido emparejado). Al estar activada la representación perceptual (imagen) del alimento 2, tal representación se asoció con la enfermedad. De este modo, sin que nunca se emparejara el alimento 2 con la enfermedad, el alimento 2 sin embargo obtuvo propiedades aversivas (Holland, 1990).

Más paradójico todavía es que aunque el tono 2 se emparejó directamente con la toxina, no existió ninguna evidencia de que el tono en sí mismo adquiriera propiedades aversivas. La capacidad del tono 2 para gatillar conducta apetitiva no fue afectada por el emparejamiento tono 2-toxina (Holland, 1990). Esto último es consistente con el hallazgo de García y Koelling (1966): que ciertos estímulos están más predispuestos para asociarse con otros (por factores biológicos y genéticos), lo que contradice el antiguo dogma conductista de la “equipotencialidad de los estímulos”. Así, las claves auditivas son escasamente asociables con una enfermedad. En cambio, la alimentación lo es mucho más (Hardy Leahey y Jackson, 1998).

En los años 80s Luis Aguado comentaba:

“No deja de ser paradójico que la evidente cognoscitivización de la actual psicología del condicionamiento  y, en general, de la psicología del aprendizaje animal, se iniciase precisamente en el ámbito del condicionamiento pavloviano, tradicionalmente considerado como una forma de aprendizaje simple y mecánica, explicable en términos de contigüidad simple y transferencia de reacciones reflejas.” (Aguado, 1983, citado en Pérez-Acosta et al., 2003, p. 2)

Sin embargo, es importante señalar que ni el concepto de “representación mental” ni el de “cognición” son unívocos. Distintos autores entienden cada una de estas nociones de maneras diferentes. El científico cognitivo Charles Randy Gallistel (1990), inspirado por los sólidos descubrimientos de Robert Rescorla sobre el carácter predictivo que tiene para los animales el E.C. respecto del E.I., ha realizado numerosos estudios experimentales con roedores. Pero Gallistel va más allá y postula que las ratas de laboratorio efectúan “computaciones” durante al condicionamiento, y que tales computaciones consisten en la inscripción y borrado de símbolos en el sistema nervioso. Particularmente problemático es que estos símbolos son conceptualizados por Gallistel como vectores matemáticos y cadenas de números del tipo de las procesadas por una máquina de Turing, una computadora. Los animales presumiblemente realizarían complicados cálculos matemáticos para adaptarse a su ambiente, estimar las distancias espaciales y temporales, etc. (Gallistel, 2017; Gallistel y Gibbon, 2002; Gallistel y King, 2009). Pero esto es imponer a los animales un modelo intelectualista de la cognición, tomado de la informática.

Parece más plausible una posición como la de Holland (1990) que solo atribuye a sus ratas de laboratorio la activación de cierta representación imaginativa (cognición de bajo nivel) a causa de la estimulación ambiental.

Cognición en el condicionamiento humano

Respecto del condicionamiento en sujetos humanos, en los 70s el psicólogo cognitivista William Brewer (1974) argumentó que en los seres humanos adultos no existen ni el condicionamiento clásico ni el condicionamiento instrumental (al menos, tal como eran entendidos por el conductismo anti-mentalista). Los conductistas pensaban que la consciencia y los procesos mentales no desempeñan ningún papel en el aprendizaje asociativo, este sería sencillamente el resultado de los estímulos y reforzadores presentes en el ambiente. En cambio, Brewer argumentó que cuando el comportamiento de un sujeto cambia durante un experimento, lo que sucede en realidad es que el sujeto entiende lo que ocurre en el ambiente, y debido a los cambios en su estado mental cambia su conducta manifiesta. Por tanto, sería posible producir y extinguir respuestas condicionadas e instrumentales con solo modificar directamente los procesos mentales de los individuos. La postura cognitiva asevera que las creencias sobre el ambiente son más relevantes para la conducta que el ambiente real objetivo.

Brewer (1974) revisó más de 200 estudios de otros autores en los que se comparaba la postura de la acción automática de los reforzadores con la posición cognitiva. Uno de estos estudios abordaba las respuestas autónomas condicionadas pavlovianamente, en particular la respuesta galvánica de la piel (RGP). La RGP es el cambio en la capacidad de la piel para conducir la electricidad que ocurre como resultado del sudor que emite una persona cuando está asustada o emocionalmente activada. La aplicación de un shock eléctrico provoca la RGP y, cuando un tono de sonido (E.C.) ha sido emparejado con el shock (E.I.) presentándolo varias veces brevemente antes del mismo, el tono desencadena la RGP. Sin embargo, cuando sencillamente se les dice a los sujetos experimentales que cuando oigan el tono vendrá una descarga (sin nunca presentarla), lo que ocurre es que los sujetos adquieren una RGP condicionada (Hardy-Leahey y Jackson, 1998).

Tras revisar estudios tanto sobre condicionamiento pavloviano como instrumental, Bower publicó un artículo con el título polémico “No hay evidencia convincente de condicionamiento operante o clásico en humanos adultos” (Brewer, 1974).

Algunos estudios posteriores confirmaron las conclusiones de Brewer, en particular los experimentos de Michael Dawson y su equipo en los 70s y 80s sobre el rol de la consciencia en el condicionamiento pavloviano (Dawson y Furedy, 1976; Dawson et al., 1987; Marinkovic et al., 1989). Por ejemplo, en su artículo “Condicionamiento clásico autonómico como función de la percatación de contingencias de estímulos” (1979), Dawson y colegas presentaron a dos grupos de 32 personas estímulos condicionados compuestos (una luz y un tono presentados simultáneamente). Uno de los grupos fue parcialmente informado mediante instrucciones verbales: se le hizo tomar consciencia solo de las contingencias visuales (luz) con el estímulo incondicionado. El otro grupo fue totalmente informado: mediante instrucciones verbales se le hizo tener conocimiento tanto de las contingencias visuales como auditivas. Los indicadores autónomos de condicionamiento (respuesta electrodérmica, tasa cardíaca y volumen del pulso digital) fueron medidos después ante cada estímulo condicionado individual (la luz sola o el tono solo) y ante estímulos condicionados compuestos que incluían alguno de estos componentes individuales. Se encontró que:

1.- El grupo parcialmente informado exhibió condicionamiento exclusivamente ante el estímulo visual y estímulos compuestos que incluyeran al visual.

2.- El grupo totalmente informado exhibió condicionamiento tanto al estímulo visual como al auditivo.

Estos resultados, de acuerdo a Dawson, confirman la importancia de la consciencia en el condicionamiento clásico de discriminación autonómica humano. Dawson y colaboradores (1979) sugieren a partir de esto que el condicionamiento del sistema nervioso autónomo en humanos puede ser útilmente conceptualizado como una tarea de procesamiento de información.

En otra investigación se empleó las formas comunes de condicionamiento y luego se preguntó a los individuos si habían descubierto la relación E.C.-E.I. Se halló que solo aquellos que la habían descubierto mostraban respuestas condicionadas (Davey, 1987).

En un artículo de 2004, Kirsch y colaboradores aseveran que durante los últimos 35 años la teoría del aprendizaje se ha basado en modelos que involucran representaciones mentales tanto en el condicionamiento clásico como en el operante. Los debates en el campo se refieren al nivel y tipo de cognición que está implicado, pero no a la presencia de la misma (Kirsch et al., 2004).

Hayes (2012), desde su teoría de marcos relacionales, proporciona evidencia de que el lenguaje y la cognición cambian el modo en que opera el aprendizaje directo en los humanos. Es decir, no operaría igual que en las demás especies. Por ejemplo, si en un experimento se le dice a una persona que X es mayor que Y, e Y es mayor que Z y después se empareja Z con una descarga, la persona tendrá más miedo de X que de Z, pese a que X nunca fue emparejada directamente con el estímulo aversivo.

Los cognitivistas Mitchell et al. (2009) aseveran que todo aprendizaje humano por condicionamiento involucra representaciones cognitivas proposicionales. El problema es que esta postura intelectualista o hiper-racionalista parece una petición de principio. De hecho, algunos autores cognitivistas han llegado a sostener que las imágenes visuales, el procesamiento imaginativo humano, “es en realidad” procesamiento inconsciente de proposiciones (símbolos como palabras u oraciones) (Pylyshyn, 1973, 2003). En esta variante de cognitivismo de Pylyshyn, vinculada a la filosofía analítica de la mente, no se presenta evidencia experimental sino que se argumenta filosóficamente que las imágenes en realidad son proposiciones y oraciones inconscientes (véase la crítica de Boone y Piccinini, 2015).

Es relevante aclarar lo siguiente: aunque Brewer y colaboradores sostienen que la consciencia es necesaria para el condicionamiento, no todos los teóricos cognitivistas aceptan esa postura. De hecho, muchos teóricos cognitivistas afirman, y con razón, que gran parte del procesamiento de información en cerebros humanos o animales, o la mayor parte de él, ocurre de modo inconsciente. Algunos teóricos cognitivos del procesamiento de información aseveran que la consciencia es completamente irrelevante en el condicionamiento (Hardy Leahey y Jackson, 1998; Nisbett y Wilson, 1977).

Condicionamiento sin consciencia

Por otra parte, muchos otros estudios empíricos contradicen la idea de que es necesario que un organismo tenga consciencia de los estímulos para que ocurra condicionamiento.

En seres humanos, estímulos visuales que son conscientemente asociados con amenaza pueden después gatillar respuestas fisiológicas y neurales de miedo incluso cuando son presentados de manera subliminal (Morris et al., 1998; Ohman y Soares, 1994).

En un experimento con participantes humanos, Raio et al. (2012) usaron supresión continua de destellos (un método nuevo para estudiar la percepción visual inconsciente) para hacer que imágenes de rostros masculinos y femeninos fueran invisibles, esto es, que aparecieran fuera de la conciencia. En la mitad de estas presentaciones invisibles, un conjunto de rostros, por ejemplo los rostros masculinos, fue seguido inmediatamente por una breve descarga eléctrica en la muñeca, mientras que los rostros femeninos no. Intercalados de modo aleatorio entre estos ensayos reforzados había ensayos de prueba no reforzados de rostros masculinos y femeninos (también suprimidos visualmente). La respuesta de conductancia de la piel aumentó después de solo unas pocas presentaciones de condicionamiento. Es decir que hubo aprendizaje asociativo (una conductancia de la piel mayor ante las caras seguidas de una descarga) aunque los sujetos en ningún momento fueron conscientes de los estímulos faciales durante los ensayos de condicionamiento o de prueba. Adicionalmente los investigadores hicieron que los participantes informaran si veían una cara en cada ensayo; de hecho, los participantes tuvieron que tomar una decisión de elección forzada de dos alternativas si la cara era masculina o femenina: las decisiones de los participantes estaban levemente por debajo del azar.

Interesantemente, el aprendizaje en este estudio de Raio et al (2012) tuvo ciertas características que lo diferencian del condicionamiento con consciencia. En este estudio con estímulos inconscientes los efectos del aprendizaje aparecieron muy rápido y después de desvanecieron también muy rápido. Además, en los ensayos adicionales de condicionamiento los efectos del aprendizaje se debilitaron, mientras que en el condicionamiento con consciencia los ensayos adicionales normalmente fortalecen el aprendizaje hasta llegar a un nivel estable, y sus efectos permanecen durante días (aquí, en cambio, se desvanecieron rápido) (Pearson, 2012).

Esteves et al. (1994) hallaron respuestas de conductancia de la piel pese a que un procedimiento de enmascaramiento impedía la percatación consciente del estímulo condicionado. Igualmente Saban y Hugdahl (1999) encontraron que las respuestas autonómicas condicionadas pueden ser elicitadas de un modo no consciente.

El condicionamiento no puede requerir siempre consciencia explícita en forma de pensamientos verbales porque ocurre en muchísimas especies no humanas como ratas, palomas, conejos y monos. Además, se ha demostrado que el condicionamiento ocurre en organismos primitivos como los invertebrados, por ejemplo la babosa de mar Aplysia (Kandel, 2007), hormigas (Fernandes et al., 2018), cucarachas (Watanabe et al., 2003) y lombrices de tierra (Ratner y Miller, 1959). En insectos se ha encontrado incluso condicionamiento de huella (en el que se presenta el E.C. y solo después de un pequeño intervalo se presenta el E.I.), como en abejas y en moscas Drosophila (Dylla et al., 2013). Evidentemente estos animales tienen sensaciones, pero no poseen una consciencia cognitiva como la humana.

Sensibilidad inconsciente

El condicionamiento sin duda puede ocurrir, hasta cierto punto, sin consciencia en humanos y animales. Sin embargo, probablemente requiere de algún grado de sensación inconsciente. Es decir, no parece necesario aceptar la visión conductista radical sostenida por Skinner en algunos de sus escritos, en los que parecía afirmar que atribuir sensibilidad a las personas y animales es tan equivocado como atribuírsela a seres inertes como las rocas. Veamos por ejemplo este pasaje:

“Aunque la física pronto deja de personificar las cosas, continúa no obstante hablando durante mucho tiempo como si tuvieran voluntad, impulsos, sensibilidad, propósitos, y otras propiedades fragmentarias de un agente interno y operativo. Según asegura Butterfield, Aristóteles opinaba que un cuerpo descendente aceleraba la velocidad de su caída porque, conforme se iba acercando a su destino, se sentía más y más jubiloso e impaciente ante la perspectiva de llegar. Autoridades posteriores suponían que un proyectil era impulsado hacia delante por una fuerza, con frecuencia denominada “impetuosidad”. Todo esto fue finalmente descartado, no hace falta decir que afortunadamente, pero las ciencias conductuales todavía siguen apelando a situaciones internas comparables.” (Skinner, 1986, p. 14)

Actualmente la percepción inconsciente es un área de investigación activa. Existe un continuo de niveles de percatación. Por ejemplo, Tsikandilakis et al. (2021) resumen hallazgos que muestran que distintos individuos tienen diferentes umbrales para el procesamiento de determinados estímulos. Un estímulo de la misma intensidad puede ser procesado subliminalmente por un sujeto y por otro no debido a que el segundo sujeto tiene un umbral más alto. Al mismo tiempo, estímulos diferentes requieren de distintos grados de exposición para ser procesados. Algunos hacen necesaria una exposición más prolongada (en milisegundos) que otros.

Análogamente, la ciencia contemporánea, incluida la ciencia mecanicista, tiende a rechazar la propuesta skinneriana de la inexistencia de la conducta propositiva (por ejemplo, Auletta, 2011; Bouton, 2021; Grace et al., 2007; Maley y Piccinini, 2018; Morris et al., 2018).

Neurobiología del condicionamiento

El problema del procesamiento consciente e inconsciente se resuelve en gran medida desde la neurociencia. Los estudios del cerebro en distintas especies han mostrado que un mismo estímulo puede viajar a través de distintas vías paralelas. Algunas de estas vías pueden ser conscientes y otras no. En otros casos, para que haya consciencia puede ser necesaria la activación simultánea de varias vías neurales ampliamente distribuidas en el sistema talamocortical (Edelman y Tononi, 2000).

Un fenómeno interesante en neuropsicología es la “visión ciega” que ocurre en pacientes con un escotoma (un área de ceguera en su campo visual) debido a una lesión en la corteza visual primaria. Estos pacientes pueden responder a estímulos visuales en su escotoma, por ejemplo, alcanzar y tomar un objeto en movimiento a pesar de no tener ninguna experiencia subjetiva de ver el objeto. La percepción de objetos móviles es la habilidad visual que más tiende a preservarse en pacientes con daño en la corteza visual primaria. La visión ciega puede deberse a que no toda la corteza estriada ha sido destruida y hay islotes de células visuales funcionales que median la percepción inconsciente. Otra posibilidad es que aquellas vías neurales que van directamente desde las estructuras visuales subcorticales hasta la corteza visual secundaria, sin pasar por la corteza visual primaria, medien la percepción inconsciente. Aunque existe cierto apoyo para ambas teorías, este no es concluyente. Es posible también que ambos mecanismos contribuyan a la visión ciega (Pinel y Barnes, 2022).

Comentando acerca de la visión y la visión ciega, Werth (2022) reporta un experimento que “demostró que puede depender solo del grado de activación de una red neuronal si un estímulo no se procesa, si solo hay una sensación de presencia de un estímulo, si se ve un atisbo de luz, o si se ve claramente un punto de luz” (p. 10).

El neurocientífico Joseph LeDoux investigó el condicionamiento del miedo en ratones mediante la presentación de un sonido seguido de una descarga en la pata. El sonido (estímulo condicionado) y la descarga (estímulo incondicionado) viajan cada uno por más de una vía neural. Primero el sonido activa neuronas sensoriales de la cóclea (región del oído) cuyos axones llevan el impulso a neuronas auditivas del tálamo. A partir de allí hay dos caminos. Una vía directa y más rápida va del tálamo al núcleo lateral de la amígdala (área cerebral que se activa en el miedo) sin pasar por la corteza. La otra vía del sonido, un poco más lenta, va del tálamo a la corteza auditiva y solo entonces llega al núcleo lateral de la amígdala. El autor comenta:

“En las ratas, un estímulo llega al núcleo amigdalino por la vía talámica en doce milisegundos, mientras que por la vía cortical tarda casi el doble en recorrer el camino. La vía talámica es más rápida. No puede decirle exactamente al núcleo amigdalino qué está transmitiendo, pero puede suministrar señales rápidas para avisar que podría haber algún peligro. Es un procesador tosco y rápido.” (LeDoux, 1999, pp. 181-182)

A la vez, la información del dolor en la pata va a otras neuronas del tálamo, especializadas en estímulos dolorosos. Estas neuronas también van por una vía directa al núcleo lateral de la amígdala y a través de otra vía indirecta primero a la corteza somatosensorial y solo después a la amígdala.

La existencia de dos vías separadas está relacionada con el hecho de que el procesamiento inconsciente de un estímulo temido precede a la evaluación consciente del mismo. La evaluación consciente ocurre en la corteza, y la inconsciente no. La vía que elude la corteza es más rápida y puede acelerar la tasa cardíaca y causar transpiración de las manos antes de que tomemos consciencia, mediante la vía más lenta, sobre qué es el estímulo (por ejemplo, el hecho de que se ha disparado un revólver) (Kandel, 2007; LeDoux, 1999).

La información sobre el E.C. y aquella sobre el E. I. convergen en el núcleo lateral de la amígdala. Este núcleo a su vez desencadena respuestas en el hipotálamo (aumento del ritmo cardíaco, transpiración, sequedad bucal y tensión de los músculos) y en el cíngulo (evaluación consciente del miedo).

Los estudios de imágenes del cerebro muestran que la amígdala se activa ante amenazas con o sin percatación consciente del estímulo (LeDoux, 2014).

Por su parte, Clark y Squire (1998) reportan que el condicionamiento clásico de la respuesta de parpadeo, en el que se presenta un tono (E.C.) y un soplo de aire en el ojo (E.I.) a conejos, ocurre también en animales con lesiones en el hipocampo (estructura cerebral que procesa los recuerdos episódicos y explícitos). En el procedimiento estándar de condicionamiento se presenta el E.C. poco antes del E.I. y ambos se solapan brevemente. Un procedimiento alternativo es el condicionamiento de huella, en el que se interpone un breve intervalo (de 500 a 1.000 milisegundos) entre la presentación del E.C. y la del E.I., y los dos estímulos no se solapan. Los animales con lesiones del hipocampo no adquieren condicionamiento con este procedimiento alterativo (de huella). También evaluaron a pacientes humanos amnésicos con daño en la formación hipocámpica, y hallaron que el aprendizaje ocurrió a una tasa normal con el procedimiento estándar pero no ocurrió con condicionamiento de huella. En voluntarios humanos sin problemas de memoria, encontraron que la consciencia de la contingencia entre estímulos era necesaria para el condicionamiento de huella pero no para el condicionamiento estándar. Así, el hipocampo es necesario para el condicionamiento de huella, que probablemente exige mayor percatación consciente que el condicionamiento estándar.

Como vemos, la percatación consciente tiene distintos niveles. Ciertas respuestas comportamentales requieren solo un procesamiento inconsciente breve y rápido. Otras dependen del reclutamiento de áreas más amplias del cerebro y de una percepción más consciente de las señales ambientales. Sin embargo, una cosa es clara: el condicionamiento inconsciente, en particular el de señales amenazantes (miedo), sí existe.

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