En su libro El Camino del Ser (A Way of Being, 1980) Carl Rogers comenta el caso clínico de Ellen West, una paciente que fue tratada por el psiquiatra suizo Ludwig Binswanger (1958), pionero del análisis existencial.

La psiquiatría existencial, o psiquiatría fenomenológico-existencial, surgió en Europa durante la primera mitad del siglo XX, y consistió en una integración del psicoanálisis freudiano con la filosofía existencialista de autores como Kierkegaard, Heidegger o Camus. El enfoque de Binswanger (“Daseinsanalyse”) en particular se basaba en la filosofía de Heidegger. En cambio, la psicología humanista fue fundada en Estados Unidos en los años 1950s y 60s (aunque algunos autores, como Rogers mismo, ya venían desarrollando sus propias ideas clínicas en las décadas previas). La psicología humanista, cuando surgió, no se basó directamente en la filosofía existencialista ni en la psiquiatría existencialista europea. Solo posteriormente los psicólogos humanistas estadounidenses comenzaron a encontrar convergencias entre sus posiciones teóricas y las de la filosofía existencial (Villegas, 1982, 1986). De entre los psicólogos humanistas estadounidenses, el más cercano a la filosofía y psiquiatría existencialistas fue probablemente Rollo May.

Ellen West (pseudónimo) (1887-1921) fue una paciente que hoy sería diagnosticada con un trastorno alimentario, anorexia nerviosa (Figueroa, 2011). Fue tratada en las primeras décadas del siglo XX, y su caso fue publicado inicialmente en alemán en 1944 por Binswanger. En 1958 Rollo May publicó su libro editado Existencia (May et al., 1958), una compilación de artículos de psiquiatras existencialistas europeos, originalmente escritos en alemán y traducidos aquí al inglés para su difusión en Estados Unidos. Allí apareció en inglés el artículo de Binswanger sobre el caso de Ellen West.

Rogers (1980) relata que él estudió el caso de West en preparación para un simposio realizado en 1958, y que al leerlo se molestó mucho por los “errores” cometidos por quienes estaban a cargo de la paciente. De acuerdo a Rogers, los padres de Ellen West, y sus varios médicos, psiquiatras y analistas, la trataron como a un “objeto” a ser diagnosticado y manejado, no como a un ser humano, y esto causó y empeoró los problemas de la paciente, lo que derivó en su posterior suicidio. Rogers considera que si la paciente hubiese sido tratada por él o por un terapeuta centrado en el cliente, ella habría mejorado y se habría evitado su trágico final.

Rogers plantea que en la sociedad moderna el ser humano está aquejado por el aislamiento y la soledad. Por una parte hay una enajenación del sujeto moderno respecto de sí mismo, de su cuerpo como organismo experienciante. Nuestro organismo realiza intuitivamente una valoración auténtica acerca de las situaciones vitales, esta evaluación corporal para Rogers es muy importante y debe ser promovida. El problema en nuestra sociedad es que descartamos estas sensaciones organísmicas para reemplazarlas por evaluaciones que realiza nuestro self consciente basándose en lo que otros piensan que es correcto. Cuando somos niños estamos en contacto con nuestro organismo e intuición. Sin embargo, a medida que crecemos, la educación y las normas impuestas por nuestros padres nos enajenan de esta valoración corporal. Adoptamos intelectualmente fachadas y valores ajenos para así obtener la aprobación de los demás (Fadiman y Frager, 2001; Rogers, 1980). Este quiebre o división de la personalidad es para Rogers el origen de muchas psicopatologías.

Además de estar enajenados de nosotros mismos, estamos aislados de los otros. No tenemos relaciones humanas auténticas en las que nos sintamos libres de comunicar nuestros selves reales, nuestras experiencias organísmicas. La terapia centrada en el cliente (también llamada terapia centrada en la persona) de Rogers precisamente se basa en brindar esta posibilidad, dar al cliente la libertad de expresar todos sus aspectos, tanto sus fachadas como su experiencia más auténtica que ha sido enajenada y reprimida para adaptarse a las normas sociales.

Ellen West escribía un diario de vida, cartas y poesías. Estos documentos, además de los registros clínicos y datos proporcionados por su marido y familia, fueron la fuente del análisis fenomenológico realizado por Binswanger, sobre el que Rogers construye su propia perspectiva crítica. Rogers asevera que, basándose en la información de que dispone, no ve patología en esta joven mujer hasta cuando ella tenía unos 20 años de edad (algunos psiquiatras tratantes reportaron rasgos patológicos anteriores a esa edad, pero retrospectivamente). Ellen era una muchacha vivaz, alegre y expresiva, integrada con la totalidad de su experiencia. Tenía un gran aprecio y respeto por su padre. Sin embargo, después de su cumpleaños 21, ella se compromete románticamente con un muchacho, pero su padre reprueba la relación. Rogers sostiene que aparentemente ella adoptó los sentimientos y criterios de su padre como si fuesen los suyos propios[1]. Algo así como:

“Pensé que mis sentimiento significaban que estaba enamorada. Sentí que estaba haciendo algo positivo y significativo al comprometerme. Pero mi experienciar no es confiable. No estaba enamorada. Mi noviazgo no era un compromiso significativo. No puedo guiarme por lo que experiencio. Hacerlo sería actuar equivocadamente, y perder el amor de mi padre” (Rogers, 1980, p. 168)

Pocas semanas después, ella comienza a comer compulsivamente y a engordar. Esta fue la primera aparición de su principal síntoma. Luego, cuando es molestada por sus amigas por haber aumentado de peso, comienza a hacer dieta. Además, comienza a despreciarse a sí misma, y teme engordar. Reporta en su diario “sombras de dudas y miedos” y en un poema habla de “espíritus malignos” que la acorralan (Binswanger, 1958), espíritus que de acuerdo a Rogers (1980) son sus propios sentimientos negados y reprimidos.

A los 24 años, cuando parece haber recuperado la felicidad, se pone de novia con un compañero de estudios. Pero de nuevo sus padres le exigen una separación, insisten en que su experiencia es errónea. Ella entonces se aleja de su novio y pierde su confianza en sí misma como capaz de auto-dirección. Rogers asevera que si ella se hubiese rebelado aquí, habría podido mantener su autonomía y su confianza en su experienciar. Pero esto no sucedió, y en su lugar aparecieron una depresión y un odio a su propio cuerpo, “que es obviamente un organismo totalmente no confiable para lidiar con la vida” (Rogers, 1980, p. 170). Entonces Ellen comenzó una severa dieta.

La familia de Ellen deseaba que ella se casara con su primo. Hasta los 28 años de edad ella duda entre su primo y el estudiante a quien ama. Para dar en el gusto a sus padres, termina definitivamente la relación con el estudiante, lo que deja en ella, en sus propias palabras, “una herida abierta”. Después, se casa con su primo.

A los 32 años, ella está obsesionada con la idea de adelgazar. Además de hacer dieta toma 60 píldoras laxantes al día. Empieza un psicoanálisis, pero siente que aunque el analista le ayudó a entender intelectualmente algunas cosas, “todo se quedaba en la teoría”. En una carta a su marido le habla sobre el estudiante al que ella amaba, y le dice que la elección que ella hizo al casarse fue “forzada”.

Rogers, para ilustrar la diferencia entre su apreciación y la de Binswanger, cita a este último, quien compara

“el rubio amado que es parte del mundo etéreo (ideal) y el otro (el primo) que está con ambos pies en tierra firme… La vida en la tierra gana nuevamente” (Binswanger, 1958, p. 286, citado en Rogers, 1980, p. 171)

En esta época ella es internada en un hospital psiquiátrico, donde empieza un segundo psicoanálisis. En este momento su marido quiere estar con ella en el hospital y ella también así lo quiere, pero el analista, la “figura paterna”, le dice al marido que debe irse (Rogers, 1980). Nuevamente se repite el patrón, los sentimientos y experiencia interna de la paciente son reemplazados por los de alguien que “sabe qué es lo mejor” para ella. La enajenación de sí misma empeora. Ella aquí realiza un primer intento de suicidio.

Varios médicos y psiquiatras abordan su caso, realizan interconsultas y consultorías y debaten sobre ella. Cada vez más es tratada como un objeto. Después, es enviada al hospital del Dr. Binswanger, donde continúa siendo analizada. El famoso psiquiatra Emil Kraepelin le diagnostica melancolía. Su segundo analista dice que es una neurosis obsesiva combinada con oscilaciones maníaco-depresivas. Bleuler y Binswanger concuerdan en que es una psicosis esquizofrénica progresiva, y en que existe “poca esperanza” para ella.  Además, coinciden en que si es liberada del hospital, su suicidio es seguro (Rogers, 1980).

Ellen estaba al tanto de varias de estas discusiones y conversaciones, lo que según Rogers probablemente la llevó a sentirse peor, no ya como una persona sino como un objeto, un “mecanismo fuera de control”. Rogers sostiene que nadie de quienes la estaban tratando parece haber tenido ninguna consciencia de estar tratando con un ser humano, con una persona.

Los doctores llegan a la conclusión de que no hay terapia posible, y deciden ceder al deseo de la paciente de ser liberada del hospital. Tres días después de haber abandonado la residencia psiquiátrica, a los 33 años de edad, Ellen West toma una dosis letal de veneno y muere.

Rogers considera que si bien, en alguna medida, todos nos enajenamos de nuestra experiencia por la educación y la búsqueda de la aprobación de otros, en el caso de Ellen este proceso fue más extremo. En algunos de los momentos más cruciales de su vida, el amor por su padre la llevó a desconfiar de, y finalmente a rechazar y negar completamente, sus propias experiencias interiores. Reemplazó lo que ella sentía por lo que su padre y madre opinaban que “debía sentir”.

En sus tratamientos, nadie la trató como a una persona digna de respeto, con autonomía, capaz de realizar elecciones y cuya experiencia interior era valiosa y confiable. Nadie le ayudó a contactarse más profundamente con sus propias vivencias y sentimientos. Nadie la escuchó. Todos sus terapeutas eran “expertos” que discutían sobre qué tipo de objeto ella era (maníaco-depresiva, obsesivo-compulsiva, esquizofrénica, etc.). Ellen nunca tuvo la oportunidad de lo que el filósofo existencialista Martin Buber llamó “sanación a través del encuentro” (Rogers, 1980).

Rogers (1980) imagina que la paciente hubiese vivido en su tiempo, y acudido a su consulta de terapia centrada en el cliente. Propone imaginar que ella a los 24 años, cuando por primera vez buscó terapia, comienza a ser tratada por él. A esa edad ella acababa de separarse del estudiante del que estaba enamorada. Rogers asevera que él (o el terapeuta centrado en el cliente que la tratara) habría mostrado aceptación hacia ella desde el comienzo. Ella entonces habría hablado de sus problemas, del estudiante que era su novio pero que no era una elección apropiada (según sus padres), etc. Poco a poco, al ver que es aceptada y también lo son sus sentimientos, la clienta, al principio temerosamente, habría hablado de otros sentimientos más ocultos, su decepción por haberse separado de su novio, el resentimiento hacia su padre, etc. En la terapia habrían descubierto que ella puede sentir tanto amor como resentimiento hacia su padre, tanto un miedo como un anhelo de vivir como una persona independiente, tanto el deseo de ser gorda como el de ser delgada. Ella tendría el espacio y tiempo para experienciar todos estos sentimientos contradictorios. Se trataría de una experiencia de todos estos elementos de sí misma, no de un mero entendimiento intelectual (esta es la crítica de Rogers al psicoanálisis).

Al tener la experiencia completa y aceptante de todos estos sentimientos en el contexto de una relación segura (proporcionada por el terapeuta), se produciría un cambio (Rogers, 1961, 1980). Emergería en Ellen un self nuevo, basado en sus experiencias organísmicas, y no en las “condiciones de valor” impuestas por otros. Esta apertura a la experiencia le permitiría percatarse de sentimientos antes inexplorados. Así, el significado de su experiencia le proporcionaría una guía constructiva para su conducta.

Este proceso, advierte Rogers (1980), puede a veces ser difícil y doloroso. Para poder ser una persona, Ellen tendría que haberse opuesto en ocasiones a sus padres y a presiones y convenciones sociales. Pero es un precio que es necesario pagar para ser una persona autónoma, un esfuerzo que vale la pena. La relación terapéutica le permitiría no estar sola ni aislada y, al mismo tiempo, poder expresar todas las facetas de su ser (no solo las aceptadas por sus padres y amigos/as). Se habrían mitigado entonces tanto su enajenación respecto de los demás como aquella respecto de sí misma. Habría aprendido que puede ser ella misma, de manera cabal y completa, en una relación humana. Como consecuencia, habría podido vincularse de modo más auténtico y pleno también con otras personas.

Rogers afirma que percibir a los seres humanos como objetos (ya sea diagnosticándolos, analizándolos o conceptualizándolos impersonalmente en una historia de caso) impide el progreso terapéutico. Ver a las personas como objetos es útil para tratar las enfermedades físicas, pero no lo es para tratar los padecimientos psicológicos (Rogers, 1980, véase también Laing, 1975). Al crear una relación persona-a-persona, en cambio, se hace posible el progreso psicoterapéutico.

Es difícil saber si Rogers está en lo correcto y, efectivamente, la psicoterapia había avanzado bastante desde la época de Binswanger a la suya, y él habría podido ayudar mucho mejor a Ellen, o si Rogers sobreestimaba su propia capacidad. También es difícil establecer si los síntomas de Ellen efectivamente eran un producto única o principalmente de los mandatos de sus padres que ella internalizó y que contradecían sus deseos autónomos, y del trato que le dieron los psiquiatras de la época (en esta posición Rogers está cerca de la antipsiquiatría, véase Laing, 1975). Al reportar el caso, Binswanger (1958) menciona que dos hermanos del padre de Ellen West habían cometido suicidio, y que un hermano de ella estuvo a los 17 años en una clínica por psicopatología con ideación suicida. Uno de los desacuerdos entre Rollo May y los demás psicólogos humanistas es que May estimaba que ellos, y en particular Rogers, veían solo tendencias positivas en el ser humano, y no veían igualmente sus tendencias negativas, sus impulsos hacia el mal y hacia el sufrimiento (May, 1982). En efecto, Rogers (1981) atribuye una naturaleza buena al ser humano −y por tanto, también a Ellen West−, y sostiene que son la cultura y la educación las que corrompen esta tendencia. Por otro lado, existe la posibilidad de que si West efectivamente escuchó las conversaciones psiquiátricas sobre sus diagnósticos y pronósticos o se le dio conocimiento de los mismos, esto le haya quitado esperanza, generando una “profecía autocumplida”. Igualmente, es desconcertante que los clínicos tratantes, sabiendo que la paciente iba a suicidarse, le hayan permitido abandonar el hospital (Rogers, 1980). Binswanger (1958) sostiene que la paciente, entre otras cosas, estaba en una “lucha contra el tiempo”, contra la idea de volverse vieja, aburrida, fea, gorda. Al mismo tiempo asevera que

“… en esta resolución [el suicidio] Ellen West no “creció más allá de sí misma” sino que solo en su decisión por la muerte ella se encontró a sí misma y se escogió a sí misma. El festival de la muerte fue el festival del nacimiento de su existencia. Pero donde la existencia solo puede existir renunciando a la vida, allí la existencia es una existencia trágica”  (Binswanger, 1958, p. 298)

Desde esa perspectiva, se podría invertir el razonamiento de Rogers y afirmar que es él (Rogers) quien “pretende decirle a la paciente qué hacer” con su vida. Pero esto por supuesto plantea importantes dilemas bioéticos (De la Fuente, 2021; Serrano Ruiz-Calderón, 2019).

De todos modos, la descripción de cómo Rogers habría abordado el caso es una buena ilustración de la psicoterapia centrada en el cliente, y por tanto útil para comprender su enfoque.

Referencias

  • Binswanger, L. (1958). The case of Ellen West. En: R. May, E. Angel y H. F. Ellenberger (Eds.), Existence: A new dimension in psychiatry and psychology (pp. 237-364). Basic Books.
  • De la Fuente, R. (2021). La eutanasia: ¿existe un derecho a morir? El caso de Ana Estrada. Gaceta Constitucional, 157, 36-49.
  • Fadiman, J. y Frager, R. (2001). Teorías de la personalidad. Oxford University Press.
  • Figueroa, G. (2011). “El caso Ellen West”: la ética médica en los albores de la anorexia nerviosa. Revista Mexicana de Trastornos Alimentarios, 2, 104-112.
  • Laing, R. (1975). El yo dividido. Fondo de Cultura Económica.
  • May, R. (1982). The problem of evil. An oppen letter to Carl Rogers. Journal of Humanistic Psychology, 22, 10-21.
  • May, R., Angel, E. y Ellenberger, H. F. (Eds.) (1958). Existence: A new dimension in psychiatry and psychology. Basic Books.
  • Rogers, C. (1980). A way of being. Houghton Mifflin.
  • Rogers, C. (1981). Notes on Rollo May. Perspectives, 2, 1.
  • Rogers, C. (1961). On becoming a person. Houghton Mifflin.
  • Scalise Sugiyama, M. (2001). New science, old myth. An evolutionary critique of the Oedipal paradigm. Mosaic, 34, 121-136.
  • Serrano Ruiz-Calderón, J. M. (2019). ¿Existe el derecho a morir? Cuadernos de Bioética, 30, 55-64.
  • Villegas. M. (1982). Entrevista con Carl Rogers. Anuario de Psicología, 27, 109-115. https://revistes.ub.edu/index.php/Anuario-psicologia/article/view/9504
  • Villegas, M. (1986). La psicología humanista: historia, concepto y método. Anuario de Psicología, 34, 7-46. https://raco.cat/index.php/AnuarioPsicologia/article/view/64549.

[1] Si bien un psicoanalista sostendría que esto es un claro complejo de Edipo, el concepto de “complejo de Edipo” se basa en la confusión entre vínculo afectivo y vínculo sexual, como comenté en otro artículo. El hecho de que Ellen tuviera un vínculo con su padre al que ella misma daba mucha importancia, y que adoptara como suyas las opiniones del padre, no implica que ella se sintiera sexualmente atraída hacia él. En cambio, sí es común encontrar que los padres y las madres en algunos casos sexualizan el vínculo con sus hijos del sexo opuesto, al revés de lo que sostenía el mito freudiano, que atribuía deseos incestuosos a los hijos/as, incluso cuando son niños/as pequeños/as. Varios estudios empíricos corroboran que, contrario a lo que pensaba Freud, los niños/as nunca desarrollan deseo sexual hacia los familiares con quienes conviven, en especial durante sus primeros 10 años de vida. Este mecanismo innato de evitación del incesto se denomina el “efecto Westermarck” (Scalise Sugiyama, 2001).