En estos días donde empezamos a salir de un confinamiento impuesto por un espacio de tiempo considerable (España) es precisamente, donde comenzamos a entender lo importante que es para nosotros el lugar en el cuál desarrollamos nuestro día a día y todo lo que de esta interacción se desprende.
Es en la psicología ambiental, donde el estudio del comportamiento humano cede su lupa al lugar donde este comportamiento se produce y a la interacción que se crea entre el ser humano y el ambiente. Así, la psicología ambiental se define como la disciplina cuyo objeto de estudio es el sistema persona- ambiente.
Desde esta mirada, el énfasis recae en el análisis de las relaciones entre las características del entorno y el comportamiento. Además, esta disciplina reconoce la importancia de una amplia variedad de “contextos” entendidos no como un simple lugar sino como la suma de aspectos sociales, culturales, interpersonales, etc.. Por tanto, se pone el acento en las estructuras “mentales” o socio-físicas que construimos para describir los escenarios en los que se desarrolla nuestro mundo particular.
La psicología ambiental, entendida como la interacción de la persona con el escenario de conducta, tendría tres propósitos según Günther (2009):
- El estudio del impacto del comportamiento humano sobre el entorno,
- El estudio del efecto del entorno sobre las creencias, sentimientos y acciones de las personas y
- El estudio de los mecanismos para explicar e inducir cambios en el comportamiento humano que promuevan la adopción de valores y estilos de vida pro-ambientales en línea con las exigencias de los modelos de la sostenibilidad ambiental.
Ahora bien, ¿qué impacto puede tener el ambiente en nuestras vidas?
Cuando elegimos una casa donde vivir podemos tener en cuenta que tenga espacios naturales cerca o, en cambio, podemos preferir vivir en una zona donde tengamos todos los servicios a nuestra disposición. Una u otra elección, tendrá consecuencias que tal vez no nos hayamos parado a pensar, este impacto es especialmente mayor en edades tempranas.
Aproximadamente la mitad de la población infantil y adolescente actualmente vive en zonas urbanas (el 43% según el “Estado Mundial de la Infancia” 2012) y obviamente, los estilos de vida son diferentes en población urbana y rural.
En la ciudad, los juegos se realizan, en su mayor parte, en espacios cerrados y con pantallas electrónicas. En cambio, en el medio rural, se pasa mayor tiempo en espacios naturales.
Es indudable que la vida en la ciudad repercute sobre nuestro bienestar en tanto en cuanto la vida es más cómoda, más fácil, y se dispone de mayores recursos (contando que estos sean accesibles), pero al mismo tiempo pueden repercutir de forma contraria en el sentido de “pérdida de control” y “dependencia” (Milgran, 1970).
Los efectos negativos de la vida urbanita se pueden resumir con el término de sobrecarga informativa (Kaplan y Kaplan, 1989). Este término describe la experiencia en escenarios urbanos con múltiples demandas de atención y que exigen a la persona estar en permanente estado de alerta. La exposición continuada a estas situaciones de sobrecarga de estímulos informativos constituye un claro antecedente de estrés, y de saturación del sistema atencional y afecta a todos los grupos de edad, pero especialmente notables son los efectos que tiene en la infancia y en el desarrollo de los niños.
Wilson (1984) defiende la idea de que las personas tenemos una predisposición genética y sentimos la necesidad de estar en contacto con la naturaleza (hipótesis de la biofilia). El no estar en contacto con ella, nos conduciría a trastornos físicos y psicológicos. Otros autores refrendan esta idea: Hinds y Spark, 2008; 2009; Mayer y Frantz., 2004; Schultz, Shriver, Y Tabanico Khazian, 2004.
En cambio, la vida en un ambiente rural rodeado de naturaleza tiene una serie de beneficios que podríamos incluir en tres categorías: físicos, psicológicos y para la conexión emocional de los niños con la naturaleza (pro-ambientales).
En cuanto a la salud física, diferentes estudios relacionan positivamente la presencia de naturaleza en el barrio y la actividad física tanto de adultos como de niños (De Vries, Classen, Hug, Korpela, Maas, Mitchell, et al., 2011). Y otros, ponen de manifiesto la mejora de la coordinación motora y una mejor salud (menor número de días enfermos) de niños que jugaban al aire libre (Grahn, Martensson, Lindbland, Nilsson, y Elkman, 1997).
Al mismo tiempo, existen estudios sobre índice de masa corporal y sobrepeso en relación (inversa) con la cantidad de vegetación que rodea los lugares de residencia de los menores (Liu, Wilson, y Qi Ying, 2007) y otros que muestran esta misma relación con la presencia de agua y vegetación en el patio del colegio (Ozdemir y Yilmaz, 2008).
Si atendemos a los beneficios psicológicos que aporta la naturaleza a los niños, estos comienzan a estudiarse en la Teoría de Restauración de la Atención de Kaplan y Kaplan (1989), según la cual la atención es un recurso limitado que se agota al hacer frente a las situaciones cotidianas. Este fenómeno es especialmente llamativo en ciudades donde se es más propenso a sufrir sobrecarga informativa (comentada anteriormente). Si estas dificultades se prolongan en el tiempo, dan lugar a sentimientos de frustración, estrés, y malestar general, afectando a la salud y al bienestar personal.
Los ambientes naturales tienen la capacidad de elicitar la restauración de las capacidades cognitivas. Esto a través de la fascinación o capacidad de atraer la atención indirecta e involuntariamente sobre la naturaleza, la evasión de los problemas y preocupaciones (físicas y psicológicas), la compatibilidad o congruencia entre lo que el individuo quiere hacer en un ambiente y lo que éste le ofrece, y la extensión: “el ambiente constituye un mundo en sí mismo”, (Kaplan y Kaplan, 1989). Y de promover estados de ánimo positivos (Ulrich, 1983).
Aparte, el desarrollo social y cognitivo depende de la interacción social y del tipo de juegos de estos y esto a su vez, está influenciado por la naturaleza cercana a la que los niños tienen acceso (Taylor, Wiley, Kuo y, Sullivan, 1998).
Wells (2000), muestra en que con la mejora de las condiciones en las que viven los niños (aumentando la naturaleza de alrededor) va asociada mejoras cognitivas; y Hartig (2001) obtiene similares conclusiones.
Taylor, Kuo y Sullivan, (2002) van más allá, hilando más finamente en las capacidades cognitivas que se verían beneficiadas por la naturaleza: mayor capacidad de inhibición de impulsos, concentración, y retraso de la gratificación.
Por otro lado, Taylor, Kuo y Sullivan (2001) realizan un estudio con niños que sufren síntomas de TDA o TDAH en el que concluyen que los que jugaban en sitios verdes sufren síntomas menos severos.
Otros estudios señalan a la naturaleza como un factor protector del bienestar de los niños (Wells y Evans, 2003; y Corraliza y Collado, 2011) y como un predictor positivo de la autoestima (Wells y Evans, 2003).
Tal es el impacto de la naturaleza en el desarrollo infantil que el poco contacto con el medio natural puede derivar en lo que Louv define como Trastorno por déficit de naturaleza (Nature Déficit Disorder, Louv, 2008). Este síndrome afecta a la población infantil y es consecuencia directa del esfuerzo prolongado del cerebro por hacer frente numerosos estímulos estridentes que acontecen en la vida urbana. Según Louv (2008), este trastorno «descríbelos costes humanos de la alienación de la naturaleza, entre ellos: menor uso de los sentidos, dificultades de atención, y mayores tasas de enfermedades físicas y emocionales”. También, podría explicar la disminución de la capacidad creativa y de la curiosidad, y la falta de implicación en relaciones sociales.
Karsten (2005), destaca el poco tiempo que los niños tienen para el juego desestructurado al aire libre debido al gran número de actividades escolares y extraescolares, y que tan necesario es para el desarrollo cognitivo y emocional infantil (Kahn, 2002).
En cuanto a estudios de cómo pasar tiempo en la naturaleza nos hace más pro- ambientales, destacar los estudios de Hind y Sparks, (2008).
Para terminar y a modo de conclusión, el hecho de “re-conectar” con la naturaleza y ofrecernos el tiempo que merecemos será buen antídoto para los tiempos que corren, especialmente en población infantil. El contacto con la naturaleza reportará beneficios tanto en la salud física como en la psicológica, y se desarrollarán actitudes encaminadas a la preservación del medio ambiente.
REFERENCIAS:
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- Corraliza, J.A. (2011). La ciudad vulnerable. En B. Fernández y T. Vidal (eds.). Psicología de la ciudad. Debates sobreel espacio urbano. Barcelona: UOC.
- Corraliza, J. A., y Collado, S. (2011). La naturaleza cercana como moderadora del estrés infantil. Psicothema, 3, 221- 226.
- De Vries, S., Classen, T., Hug, S. M., Korpela, K., Maas, J., Mitchell, R. et al. (2011). Contributions of natural environmentst o physical activity: Theory and evidence base. In K. Nilsson, M. Sangster, C. Gallis, T. Hartig, S. De Vries, K. Seeland et al. (Eds.), Forests, trees, and human health (pp. 205-243). Dordrecht, The Netherlands: Springer.
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- Hartig, T. (2001). Restorative environments. Guest editor’s introduction. Environment and Behavior, 33, 475-479.
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