Muchos somos los que, alguna vez, escapamos de la situación de vulnerabilidad. El trajín de los días, el amplio y exigente vivir diario, con las obligaciones y responsabilidades que vamos cultivando, nos invita a no parar el ritmo y seguir su inercia. Pero basta un instante, un quiebre en este libreto de la vida, una crisis inesperada, para que salga a flote nuestra vulnerabilidad. Es que escapamos consecuentemente de este estado porque deja al descubierto muchas emociones movilizantes que decidimos no mostrar muy seguido.
La vulnerabilidad la definen Beck y Emery (1985) como “la percepción que tiene una persona sobre sí misma viéndose sujeta a peligros internos y externos sobre los que carece de control o éste es insuficiente para permitirle una sensación de seguridad”. Cuando está activo el modo de vulnerabilidad, la información que llega se procesa en términos de debilidad en vez de fortaleza y la persona se encuentra más influida por acontecimientos pasados que enfatizan sus fallos que por factores que podrían predecir el éxito. La sensación de vulnerabilidad en el individuo se mantiene al excluir o distorsionar datos contradictorios por medio de los esquemas cognitivos predominantes: minimización de las ventajas personales, magnificación de las debilidades propias, atención selectiva a las debilidades, descartar el valor de los éxitos pasados, etc.
De esta manera, cuando se activa este modo de vulnerabilidad, vuelven a resurgir emociones y sentimientos que movilizan nuestro estado automático de vivir. Pero, la pregunta que surge al pensar sobre esto es: ¿Es necesaria?
Dice Cyrulnik (2001): «Una desgracia nunca es maravillosa. Es un fango helado, un barro negro, una escara dolorosa que nos obliga a escoger: someterse o sobreponerse. La resiliencia define el resorte de los que, habiendo recibido un golpe, han podido sobrepasarlo. El oxímoron describe el mundo íntimo de esos vencedores heridos». ¿Es posible pensar en algo positivo luego de una tragedia, una crisis, una situación desfavorable o simple y complejamente una lucha interna que nos posiciona en esta situación de vulnerabilidad? La respuesta es sí.
Como decía el autor, la resiliencia, el sobreponerse a una situación desafiante, es el oxímoron de la vida. Un oxímoron es la complementación de dos conceptos que, en principio, son contradictorios entre sí. Podemos pensar en sentirnos vulnerables, pero también podemos pensar en salir mejores y más fuertes de ese lugar. Porque muchas veces las vivencias de la vida escaparán de nuestro control, pero lo que podemos sí controlar es como posicionarnos para afrontarla.
Se podría pensar que una persona resiliente es invulnerable, pero el concepto de resiliencia no implica una invulnerabilidad sino la habilidad de recuperarse de eventos negativos (Garmezy, 1991). No se trata de no sentirse vulnerable, se trata de sobrepasar ese estado para crecer y mejorar. Cierto es que, dentro de un estado de crisis y vulnerabilidad, es difícil pensar en estos términos, pero una apertura mental, una más alta conciencia de nuestros estados emocionales y una fuerte esperanza de progreso y mejora son parte fundamental de esta postura.
Es de esta manera en que se configura el oxímoron de la vida que estamos hablando. No podemos escapar de algunas situaciones, no podemos escapar de sentirnos vulnerables, pero sí podemos sobreponernos y presentar argumentos más sanos y adaptativos para contrarrestar nuestro estado de vulnerabilidad. Es por ello que es necesaria, respondiendo a la pregunta anteriormente propuesta, ya que nos saca del modo automático de vivir, nos motiva a configurarnos constantemente y, sabiendo que hay situaciones que lamentablemente nos tocará vivir, nos prepara y nos da más recursos para poder salir mejor parados de ahí. Se trata de como posicionarnos para ver el problema, la crisis o la situación, utilizando nuestros recursos personales y buscando aquellos que nos hace falta en el exterior.
La vulnerabilidad puede ser difícil, puede ser movilizante, puede ser una trampa para quienes la ven como algo netamente negativo; pero puede ser también un motor de mejora, un puntapié para ver que no podemos con todo, para encontrar respuestas y preguntas sin responder, para cambiar y mejorar y, sobretodo, para entender que si no podemos cambiar una situación lo que tenemos que cambiar somos nosotros mismos.
Referencias bibliográficas
- Beck, A. T. y Emery, G. (1985). Anxiety disorders and phobias. Nueva York: Basic Books.
- Cyrulnik, B. (2001). La maravilla del dolor. Ediciones Granica SA.
- Garmezy, N. (1991). Resilience in children’s adaptation to negative life events and stressed environments. PediatricAnnals, 20, 459-466.